Campo de vuelo, donde se estrelló la codicia
Salimos de San Juan de los Terreros sacudiéndonos el polvo de los zapatos y compadeciendo a todos los que han enterrado su dinero y sus sueños aquí
alfonso armada
Salimos de San Juan de los Terreros sacudiéndonos el polvo de los zapatos y compadeciendo a todos los que han enterrado su dinero y sus sueños aquí. Decimos esta vez adiós a Almería sin un gramo de pesar y entramos en Murcia por Águilas ... . Un gigantesco y enigmático cubo negro con tiradas de dudoso lirismo acerca del mar escritas en sus caras nos hizo pensar en un nuevo centro de interpretación o una casa de la palabra para poetas desamparados. Pero en el primer bar a mano, tras el SuperSpar y el cuartel de la Guardia Civil, nos sacaron de dudas: era una planta desalinizadora. El mar entra en Águilas –tampoco me busques aquí- por los huecos que dejan los edificios entre sí, que se han plantado, premio a los pioneros de la construcción y del mercado, sobre la arena. ¡Qué mejor manera de desafiar a la naturaleza y de dejar claro quién es el que manda aquí! La inmobiliaria Paraíso demuestra que en cuanto a especulación, abuso del eufemismo y técnicas de propaganda no hay fronteras. Todo vale para embaucar al que quiere ser embaucado.
Por la RM-11 nos embarcamos camino de Lorca: para asomarnos a los mares de plástico, tela de saco, arpillera para que la fruta y las legumbres crezcan más de prisa, a orillas y en medio de un desierto que no tiene nada que envidiar al de Almería. Aunque pasamos con fiebre en los neumáticos no dejamos de abrir los ojos alucinados ante los espejismos que en España proporciona constantemente la realidad. El Lorca Golf Resort, un nuevo producto de la huerta murciana , cumple casi todos los requisitos. Dos delfines coronan el símbolo de golf & spa. ¿Qué más se puede pedir para residencia en la tierra? El campo de golf, tan deshabitado como cabría esperar en las largas horas de sol que derriten plomo sobre los hombros de los que se descuernan trabajando bajo los plásticos, se prolonga entre tesos y laderas áridas, en obsceno contraste con el green (o como carajo se llame), que devora cantidades ingentes de agua para que los jugadores paseen como por una alfombra mágica y cada golpe sea como un swing al destino. Como dijo en su día el todopoderoso vicepresidente de Estados Unidos de la era Bush 2, Dick Cheney, «nos lo podemos permitir y no permitiremos que nadie nos impide vivir como queremos» (la traducción es aproximada, pero el sentido es literal). En Murcia, y regiones adyacentes, le han salido a Cheney alumnos aventajados.
Tras un par de tolvaneras que ratifican los efectos del estío y del hastío sobre el polvo murciano, en Totana abandonamos la monotonía de la autovía por la N-340a. Lamentamos la mala suerte de un erizo que no logró cruzar al otro lado y reconocemos en las plantas polvorientas de Alhama de Murcia que hemos llegado a la primera parte de nuestro destino. El Campo de Vuelo ya había llamado poderosamente nuestra atención cuando lo descubrimos en Ruinas modernas, una topografía del lucro, el libro de la arquitecta alemana Julia Schulz-Dorburg que da cuenta de algunos de los espectros que dejó la locura del ladrillo español. Son lugares que «comparten cierto carácter ficticio» (es decir, no lugares): «las urbanizaciones en este libro son ruinas que nunca fueron estrenadas, lugares caducados antes de su inauguración, pueblos fantasmales cuya construcción desenfrenada se congeló en un momento fulminante». Ninguno tan inquietante, tan absurdo, tan abrumador, ejemplo mayor de los extremos a los que llevó la codicia de los años del boom , como Campo de Vuelo Residential, que se anunciaba así: «¿Qué piloto no ha soñado alguna vez con aterrizar sobre la pista de su comunidad y guardar su avión en su propio jardín?». Desde luego, ¿qué piloto –de los muchos que llevamos dentro- no soñamos semejante triunfo? ¿Qué mejor lugar para concitar sueño y codicia? No es de extrañar que se estrellase.
Alhama es un pueblo rico y embutidos El Pozo uno de sus baluartes empresariales. Por eso tiene toda su lógica que uno de los accesos al lugar lo presida una rotonda (que aquí llaman redondas) con una gigantesca bola del mundo en acero corten obra alguien que firma como Muher y que una placa presenta como «donación por El Pozo alimentación al pueblo de Alhama». La primera impresión es que la bola del mundo, ensartada en un eje, semejante a las que sirven para ilustrar a los escolares sobre el lugar que ocupan mares y continentes , está cubierta de una suerte de semillas de piñón. Una inspección visual más atenta hace pensar en un congreso de espermatozoides. Hasta que, al reconocer en la avenida inmediata la sede central de El Pozo, caemos en la cuenta: ¡Son jamones! En la acera de enfrente, a un tiro de piedra de la rampa que conduce al cementerio municipal, un panel a todo color celebra la condición de Alhama de Murcia como lugar «para disfrutar comprando». La palabra «comprando» está tachada por alguien que firma con las siglas U.H.P., reminiscencia acaso o evocación del Uníos Hijos Proletarios, consigna lanzada en los años treinta del siglo pasado por una alianza de sindicatos socialistas y anarquistas.
El municipio de Alhama de Murcia cuenta con 20.725 almas. Campo de Vuelto estaba pensado para 3.000 más, y 166 avionetas. En su investigación, Julia Shulz-Dornburg anotó que «el proyecto se inicia en 1994 con un convenio urbanístico para declarar urbanizable la finca Los Cipreses y convertirla en sector residencial ligado a la actividad de vuelo. La Modificación de la Normativa Municipal y el Plan Parcial del sector se aprueban entre agosto y diciembre de 1996. Es un proyecto con dos unidades de actuación y solo se ejecutan parcialmente una de ellas. Entre 1998 y 2002 hay un periodo de inactividad por quiebra de la empresa promotora. Después del segundo convenio urbanístico con la empresa rebautizada en 2002 se reanudan las obras que cesan en 2009. Entre 2006 y 2008 se gestiona administrativamente la segunda unidad de actuación, que no llega a desarrollarse sobre el terreno. La ‘Pequeña Ciudad de Vuelo’ forma parte del Plan Estratégico de Infraestructuras Turísticas de la Región de Alhama , promovido por el Ayuntamiento, que ocuparán una superficie de unos 20 millones de metros cuadrados, posibilitando la construcción de unas 30.000 viviendas para unos 100.000 habitantes aproximadamente. El censo municipal de 2011 es de 20.725 habitantes».
Con una superficie de 1.580.000 metros cuadrados, de ellos 317.354 edificables, el uso que se pretende para la urbanización Campo de Vuelo, obra sin duda de un visionario, es «residencial-deportivo de carácter semipermanente con aeródromo privado de avionetas». El propietario y promotor es Fliegerdorf Startbahn Sud , siendo el arquitecto del plan parcial fase 1 Demetrio Ortuños Yáñez, y del plan parcial fase 2 Juan García Carrillo, Cristino Guerra López y Betty Priscila Jalil Ferrer. Los nombres de los modelos de vivienda son todo un reto al deseo y la imaginación: Caribou, Colibrí, Nurtario, Trever, Saeta, Orion, Flecha, Delta, Sabre y Mentor.
Aunque Ruinas modernas, anatomía del lucro sitúa el Campo de
Vuelo Residential en el kilómetro 31,300 de la carretera de Alhama a Cartagena, en realidad está mucho más cerca, en el 13. Hay que estar atentos, a pesara de que los grandes movimientos de tierra dejan huellas, a veces indelebles, sobre el paisaje. Pero un gigantesco reclamo no deja lugar a dudas: se trata de un estilizado avión de papel de unos quince metros de largo… fundido, ¡cómo no! en acero corten, con ese óxido característico que ha dado fama a arquitectos amigos de la grandilocuencia, como Richard Serra. La garita para control de visitantes (y tranquilidad de residentes), como en toda urbanización que se precie, espacio cerrado para quien se lo puede permitir o ha sido invitado, ha recibido un disparo o una pedrada y el cristal muestra la onda expansiva del impacto. En su interior, como vestigios de un trabajo inacabado, una carretilla y un saco de cemento a estrenar. La gigantesca puerta corredera doble que da acceso al paraíso de los pilotos ha sido pintada recientemente. Una incongruencia. Porque no hay señales de vida. Hay anuncios en español e inglés, que no nos conciernen: «Para recoger las llaves, llamar al teléfono 670 573 092». No llamamos.
Pensábamos buscar una grieta, un desgarro en la alambrada, pero no hizo falta. Un error de construcción había dejado hueco para que pasara holgadamente una persona entre el muro de mampostería y el riel por el que debería correr la puerta corredera en los días de gloria del Campo de Vuelo, que seguramente jamás llegarán. Una amplia avenida asfaltada, con farolas, palmeras en la mediana que empiezan a secarse, hileras de árboles en buen estado a orillas de la calzada de entrada y de salida, y aceras bien acabadas. No se ha reparado en gastos. Se trataba de dar buena impresión desde el inicio. A izquierda y derecha, las presumibles zonas ajardinadas, con cipreses que han sido plantados demasiado hondo, y tomas de luz para los primeros chalets, los menos ostentosos, los menos grandes, porque no tendrían acceso directo a la pista de aterrizaje y despegue. Al final de la avenida, un edificio con torrecilla de hormigón y un hueco que parece esperar una campana, no es en realidad un atisbo de iglesia, sino la oficina de ventas , también forrada, para no desentonar con la entrada, de acero corten. Cerrada a cal y canto, contra uno de los cristales un aparejador descuidado ha dejado el «plan de obra», que parece otro de esos poemas inintencionados de la época del declive que encontramos por doquier en este estío español de nuestras desgracias, con las fechas de inicio, desarrollo y finalización en blanco. Es en verso libre y sin intención lírica, pero evidente ambición técnica:
Fuente
Explanaciones
Red de pluviales
Depuradora
Red de saneamiento
Pantano
Red de abastecimiento
Red de telefonía
Red de media tensión
Centro de transformación
Red de baja tensión
Alumbrado público
Perímetro
Jardines
Mobiliario urbano
Señalización tráfico
Limpieza obra
Seguridad y salud
Es decir, una ciudad. En la sala siguiente y a pesar de los reflejos del día soleado, que mezclan el plano de la realidad con el de la ficción, vemos al menos cuatro maquetas. Dos de ellas, las más grandes, de mansiones, tienen en la parte posterior, bien visible, el hangar con la avioneta, mientras el presumible piloto se solaza en una tumbona junto a la piscina y su presumible esposa recorre el jardín. Dando la vuelta al edificio vemos un despacho en el que hace tiempo que no entra nadie y la… sala de ventas. Sobre una mesa alargada se han quedado fotografías, bolígrafos y una calculadora. Útiles imprescindibles cuando se trata de negocios.
Ya podemos entrar en materia. A lo lejos, un catavientos amarillo, desfondado, envía información sobre el estado del aire… para volar. Caminamos por una explanada de cemento tan grande que bien podía acoger un congreso de bandas de música militares. Ahí podrían aparcar holgadamente desde dos Boeing 747 a una escuadrilla de aviones a reacción , y sobraría espacio. Es difícil calcular las dimensiones. De esa zona de acceso pasamos a dos pistas: la primera, con marcas amarillas para que el piloto sepa a qué atenerse, tiene unos doce metros de ancho (seguramente para maniobras), y la segunda (para despegue y aterrizaje) de unos 27, exhibe dos grandes dígitos pintados para que se vean desde considerable altura (6 2) y anchas franjas blancas en paralelo que para los peatones significa una cosa y, es de sospechar, para los pilotos otra. Ambas pistas se encuentra en impecable estado, listas para ser utilizadas, sin marcas de neumáticos ni fisuras de ningún tipo. ¿La longitud? Ambas se pierden, en paralelo, en el horizonte. Es difícil imaginar cuánto miden, y no las recorremos en su totalidad, pero a ojo de buen cubero tienen mucho más de un kilómetro largo de extensión. La empresa constructora ha gastado todo el cemento necesario y más. Una avioneta tendría espacio de sobra para solazarse. He visto pistas mucho más cortas, precarias y en peor estado en África en las que han aterrizado sin demasiados contratiempos Hércules y Antonovs pilotados por pilotos de guerra y comerciales.
Desde lejos, donde las lindes de Campo de Vuelo tocan con una plantación de naranjos, parece una avioneta. Pero nos parecía inverosímil. Nos llevó un rato acercarnos y ver que en efecto, era una avioneta, con las siglas G-GKEV pintadas en la carrocería . Busqué marca y fabricante, pero no di con ellos. La cabina estaba cubierta con un protector ignífugo y las alas ancladas. Al fondo, como colofón a una historia imposible, el esqueleto de una vivienda. Pero el contraste se vuelve aún más surrealista, más acusado con las dos únicas construcciones que parecen habitadas, aunque durante todo el tiempo en que estuvimos inspeccionando el insólito aeródromo sin operaciones ni torre de control nadie dio señales de vida. La primera, un amplio y elegante chalet, mostraba su hangar, con enorme puerta corredera pintada de verde cerrada, y la cancela que da a acceso directo a la pista por una estrecha senda de cemento, suficiente para las ruedas del pequeño avión. Buganvillas y cipreses dejaban claro que a sus inquilinos les gusta cuidar de jardín. No había timbre ni forma de ponerse en contacto con sus hipotéticos inquilinos. Y no era cuestión de ponerse a gritar. La segunda casa estaba coronada por una suerte de torrecilla o faro, con un balcón techado desde el que se podría disfrutar cómodamente de la actividad en la pista un atardecer de verano con un gin-tonic en la mano. Fantasear es gratis.
Desandamos el camino hasta la puerta principal y encontramos una hoz abandonada. Nadie ha venido a preguntarnos qué estábamos haciendo allí, cómo nos habíamos atrevido a invadir una propiedad privada. Al salir, el avión de papel fundido en hierro, con anclajes también para que no se lo lleve un ventarrón, parece la mejor metáfora de este Campo de Vuelo que un alemán llamado Michael soñó con tal fervor que logró persuadir al ayuntamiento de Alhama y a unos cuantos inversores para que le acompañaran en quizás el proyecto más delirante de todos los que se urdieron en España al calor de la burbuja inmobiliaria, de cuyos estragos no acabamos de despertar ni, mucho menos, de salir. En el pueblo, nadie quiere hablar del tema. Mencionan vaguedades, hablan de ese Michael, o Michel, a quien todos conocen como el alemán, y admiten a regañadientes que el proyecto «parece» parado. Como si tuvieran miedo de comprometerse. Como si el asunto todavía quemase. Es comprensible.
Por la C-3315, primero entre naranjos y campos de legumbres, enseguida preciosos y umbríos plátanos que hubieran hecho las delicias del Barón Rampante, pinos piñoneros con faja blanca, una carretera que empieza siendo fresca como antesala de la sierra Espuña, nos alejamos. «Atención desprendimientos». Pero no explican qué hacer cuando los peñascos bajen en tropel. Tierra caliza llena de cárcavas y grietas. Así llegamos a Gebas y al puerto de Espuña, antes de desembocar en Pliego y Mula. Desde lejos, Archena parece una ciudad de Arizona o Nuevo México, un desafío al desierto, las montañas peladas, las crestas erizadas. Parece mentira que haya surgido vida allí. Las termas habían cautivado algo más que mi imaginación hace años y quería revivir aquella época supuestamente dorada. Fundado hace más de 150 años por José de Bustos y Castilla, vizconde de Rías , el hotel Termas nació con la voluntad de «alojar a una clientela de alto poder adquisitivo acostumbrada a los grandes balnearios europeos». No eran sin embargo esos los recuerdos que atesoraba de una estancia en el balneario hace más de treinta años. Ahora se llama Balneario de Archena Termalium y se ha convertido en un parque temático, con el agua y la explotación masiva, mezcla de vieja atmósfera y modernidad en chancletas, calzones de baño y albornoz. Las aguas no han empeorado en cuanto a sus cualidades y calidades, pero desde el formidable complejo de acceso, con aparcamiento subterráneo y ascensores, a los tres hoteles, alojamientos, comidas, tratamientos, tiendas y todo lo que una familia contemporánea puede desear para disfrutar de un parque acuático sirven para hacer caja.
Es probable que el viejo concepto de balneario, asociado a decadencia, ritmo pausado, desconexión del estrés de la vida metropolitana haya pasado a mejor vida (aunque un establecimiento cercano, el de Baños de la Fortuna, lo conserva con elegancia y dignidad), pero lo que parece haber echado raíces en Archena es otra forma de codicia, un negocio que busca la rentabilidad a toda costa. Sin llegar al desvarío del Campo de Vuelo , en estas termas uno pasa enseguida a convertirse en una pieza más del engranaje del ocio y negocio al que parece imposible sustraerse, sin más opción que de pagar y disfrutar so pena de ser escarnecido como inhábil para las necesidades perentorias del sistema. Como si no hubiera otra forma de vida, otra forma de ocio, otra forma de despegar. A una vida degradada corresponde una forma de ocio degradada, aunque aquí se disfrace todavía de medicina y salud. Otra forma de estrellarse.
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