Encontramos la Torre de Babel en San Juan de los Terreros
Contra los buenos propósitos, no nos queda más remedio que someternos a la camisa de fuerza de la autovía. Nuestro destino es una pequeña localidad de Almería, casi fronteriza con Murcia
alfonso armada
Contra los buenos propósitos, no nos queda más remedio que someternos a la camisa de fuerza de la autovía. Nuestro destino es una pequeña localidad de Almería, casi fronteriza con Murcia. La antigua carretera nacional se solapa en prácticamente todo su recorrido con la vaguada ... letal de la autovía. Otras opciones son demasiado marginales y nos llevaría no solo a extraviarnos, sino a que el sentido del viaje se perdería en bucles cada vez más amplios y melancólicos. Nuestra voluntad no es la de hacernos trampas al solitario. Basta con echarse a la cara un mapa de la zona para darse cuenta de no nos quedaba otra opción. A la A-92 nos entregamos con todos nuestros reparos. La experiencia de la autovía impone sus condiciones. Forja un tipo de viaje, otro género de viajero. Vemos a dos tractores fabricando tolvaneras y nos cruzamos con la imagen insólita de un atasco en la vía rápida, salida hacia Fuentevaqueros y Granada. Será por los imanes que el verano reparte y que algunos esforzados de la ruta no pueden dejar de seguir a toda costa, como si llevaran en la mano brújulas aviesamente imantadas. En Guadix apenas intuimos la grandeza de su hoya , las formaciones rocosas que parecen impracticables, la verdeante vegetación en la vega. Ahí está la gran bifurcación que cortejábamos. Hacemos acopio de desolaciones, velocidad constante, aturdimiento, monotonía. Como si a pesar de todo el paisaje hubiera perdido rasgos característicos. Almendros y más almendros.
El salto en el mapa es proporcional a la pérdida de sentido de la proporción, de la distancia recorrida, del sentido del viaje. Optamos por la vía de Baza y Chirivel hasta Vélez-Rubio, donde el deseado momento del desvío coincide con el apretón del hambre. Así entramos en Almería, con la conciencia convertida en una rastrojera. Paramos en el primer establecimiento que nos sale al paso, El Abuelo, esquina con la calle Ánimas. Encarni, la camarera que no pierde la compostura ni el buen ánimo ni la memoria a pesar de atender ella sola a una terraza amplia y concurrida, nos sirve la mejor ensaladilla rusa del viaje . Solo un pero a su amabilidad y eficacia. Imaginamos que acostumbrada a que todo el mundo le pida que incremente el montante de las facturas para que a la hora de justificar se puedan sisar unos euros, nos lo propone de oficio. Un indicio más de la corrupción que se ha convertido en una forma de vida y hacia cuya exhibición más obscena y descarnada nos dirigimos.
Dejamos por fin la odiosa autovía nada más salir de Vélez-Rubio por la A-327 camino de Santa María de Nieva. Señales a tener en cuenta: Precaución en 11 kilómetros (la Dirección General de Tráfico no proporciona más detalles) y una indicación a pie de arcén: máximo 40 kilómetros por hora. Otro anuncio de obras, y otra sospecha de que todas han sido abandonadas hasta nueva orden. Cuesta ver a algún peón caminero trabajando en los tramos que se anuncian en casi todas las carreteras secundarias por las que nos hemos perdido este verano. Entre pinos grandes damos por casualidad con Radio 3 y una voz familiar, la de Carlos Galilea. A 1.085 metros, en el puerto de Santa María de Nieva , por una tierra seca en la que las sufridas encinas y los elegantes almendros evidencian su capacidad de adaptación a las circunstancias más abruptas del terreno y del clima, se acentúa la melancolía de Carlos Galilea, y más cuando dedica su programa a un melancólico (a veces, pura melaza, empalagoso) Caetano Veloso. Pero se hace perdonar por su manera de interpretar Cucurrucucú paloma al socaire de las chumberas y los almendros cuajados. Aquí, en estos secarrales se esconde la esencia de la Navidad, aunque parezca mentira.
Dejamos atrás Puertecico y Los López. Huele a Almería, a espagueti-western, a desierto. Seguimos por la A-350, hacia Pulpí y hacia San Juan de los Terreros gracias a un artículo de Rafael Argullol (El jardín de las delicias) que nos puso en la pista de un libro que se ha convertido en la pequeña biblia de los postreros días de viaje de este agosto español por carreteras secundarias: Ruinas modernas, una topografía del lucro, obra de la arquitecta alemana Julia Schulz-Dornburg, que acaba de publicar la editorial Ámbit dentro de su colección Palabra y paisaje, que dirige Francesc Muñoz.
Argullol escribía: “Se hace difícil elegir entre tantos fósiles del paraíso. Carreteras que no conducen a ninguna parte, playas en medio de las montañas, pistas de esquí alpino en estepas resecas, vías para trenes invisibles, desolados aeródromos que albergan el vuelo de los cuervos. Cualquiera de los rastros es la materia prima de un sueño y la tumba de una pesadilla (…) el tema no puede ser más idóneo en nuestros días: la exhibición de las ruinas en que se han convertido decenas de proyectos urbanísticos en los años de la rapacidad, la megalomanía y la estupidez”. Después de muchas rotondas confundidoras (¿cuántas redondas –como las llaman por aquí- se han construido en las últimas dos décadas en España? ¿Eran necesarias? ¿Se puede hablar de una cultura de la rotonda?), entramos en el municipio de Pulpí con los ojos bien abiertos. Por una carretera que acentúa su condición fantasmagórica a medida que olfateamos el mar, anotamos: campos de naranjos, riego por goteo, se vende una cantina del Far West con la primera s al revés, eludimos Los Lobos, Las cuevas de Almanzora y El Saltador (todas las tentaciones agazapadas en la toponimia), olor a cerdos, paneles solares para que nos lea la cartilla el astro rey, plásticos y arpilleras en huertos tan largos como codiciosos, desierto, montañas desnudas… Tiene toda la lógica del mundo que el último tramo de asfalto, el que habrá de llevarnos en una alfombra tan mágica como deshilachada a San Juan de los Terreros (que en un chiste fácil pronto rebautizaremos De los Terrores), se parezca a lo que vamos sabiendo de Marte. Aunque a lo que salimos de nuevo, antes del mar que todavía no ha sido parcelado del todo, es a otro mar de plásticos.
Inventario de algunos de los ejemplos más esclarecedores, por absurdos, por atroces, de a qué extremos llegó en España la fiebre del ladrillo, ese lodo rojo que se ha incrustado de forma aparentemente indeleble en nuestras uñas y en nuestra conciencia, el libro de Julia Schulz-Dornburg da pistas preciosas de un turismo moral al que también nos podríamos dedicar en España como otra forma de expiación. ¿Por qué no lo patrocina el ministro de Industria, Energía y Turismo para fomentar ese viajar por las heridas abiertas de nuestra geografía que con tan insoportable levedad ha propuesto como una forma más de acabar con nuestra postración? ¿Qué mejor forma de sutura y de pedagogía?
El proyecto que nos trajo al municipio de Pulpí y a San Juan de los Terreros (un lugar que jamás olvidaremos) es uno de los más espectaculares, pero no el único, y sobre todo nos permitió descubrir un paraíso del espanto con ruinas cuya ruin corona se ceñía ese Golden Sun Beach & Golf Resort. San Juan de los Terreros es un compendio de la codicia llevada a su máxima expresión, con calles exóticas como Mar de Java, Mar de Bali, Mar del Norte o Eclipse que no llevan a ninguna parte , o a un corrimiento artificial de tierras, puentes sobre nada, alambradas, secarrales, calles pavimentadas y con aceras lustrosas y con sus farolas para que los arbustos se vayan comiendo la moral de los albañiles que aquí encontraron trabajo y cementeras como las 40 de Espera toneladas a destajo. Ningún relato, ninguna fotografía recoge de manera fidedigna la verdadera dimensión de las atrocidades cometidas aquí como en tantos otros destionos de España. Creo que Mariano Rajoy debería celebrar su próximo consejo de ministros en el hotel Calypso de San Juan de los Terreros, e invitar además a José María Aznar y a José Luis Rodríguez Zapatero como taquígrafos aficionados, para que comprobaran (con la proyección nacional además que le darían a la gira las siempre atentas televisiones, ávidas de novedad y de olvido) sobre el terreno cuál es nuestra genealogía. En lugares como San Juan de los Terreros habría que empezar a hacer las primeras catas de una nueva historia de España, nuestra arqueología moral. Glorioso, zafio arqueo.
Mientras el municipio de Pulpí cuenta con 8.726 habitantes, tan solo el proyecto Golden Sun Beach & Golf Resort (uno de los muchos que perforan el suelo y las agrestes montañas del término) pretendía dar cobijo veraniego o perpetuo a 12.000 almas, con este banderín de enganche: “Chalets con 2 y 3 dormitorios, situados en un atractivo resort construido en una zona elevada que permite disfrutar de unas vistas al mar inigualables”.
Con una superficie total de más de dos millones de metros cuadrados (315.000 edificables), en su investigación, apunta la autora de Ruinas modernas, una topografía del lucro: “El proyecto se inicia en junio de 1990 con la aprobación definitiva del Plan Parcial del sector. El sector consta de una serie de áreas de actuación de gran complejidad que han imposibilitado su desarrollo global. Desde 1990 hasta 2006 la única actividad que se registra es la construcción de algunas viviendas en la parcela CL-4, el Club Pradera. En febrero de ese año se aprueba el Proyecto de Urbanización de todo el sector, con sus trámites administrativos de permutas de edificabilidad entre parcelas. A pesar de su voluntad de desarrollo global, actualmente no se observa ninguna actividad en el sector donde solo han quedado: un golf seco a medio construir, un conjunto de apartamentos casi acabado y las obras de urbanización sin finalizar. El desarrollo previsto del Plan General de Ordenación Urbanística de Pulpí para los sectores costeros lindantes a San Juan de los Terreros suponen la construcción de unas 4.728 viviendas, unos 18.900 nuevos habitantes para una población que cuenta con 807 , que a día de hoy conviven con decenas de viviendas sin acabar o sin estrenar”.
La primera impresión que se viene a la mente es una versión incipiente, tosca, sin vuelo de la Torre de Babel según Brueghel. Las excavadoras han removido ingentes masas de tierra para crear una suerte de parodia de pirámides aztecas, y sobre todo una gran hoya a la entrada de la avenida de palmeras que pretende darle a San Juan de los Terreros un empaque, un encanto que no tiene. Sobre un fondo de montañas que el atardecer azulea, la torre de apartamentos rodeada de dos campos de golf de 18 y 9 hoyos (hoy completamente secos y requemados, con las balsas que habrían de ser laguitos artificiales mostrando su falso fondo de goma, el revés de la trama, la impostura de un verde que se bebe el agua que aquí escasea), es un monumento a la gran estafa española, a ese furor inmobiliario que nos hizo soñar durante un breve lapso que por fin habíamos ingresado en el club de los ricos, disputábamos una plaza en la premier ligue, la de los siete, los ocho, los nueve grandes… Nos codeábamos con los potentados mientras inmobiliarias, cajas de ahorros, bancos, ayuntamientos, diputaciones, partidos y sindicatos, arquitectos, albañiles, campesinos e inmigrantes participaban de una brillante pirámide que aquí escenifica, metafórica y crudamente, sus cimientos de puro barro, cieno, sangría estética y ética de un crecimiento fundado en la especulación, el engaño y el autoengaño.
Después de la cena en un mesón que lleva aquí desde la noche de los tiempos (los años cuarenta del siglo pasado), y en el que las conversaciones en inglés y francés se mezclan con la estridencia de los españoles y sus ruidosos hijos, nos acercamos a la explanada junto al horrísono paseo marítimo. Mientras sentado en sillas de plástico un público de toda laya y melancolías parece disfrutar a un volumen inquietante de la retransmisión de los primeros embates de una liga (o una supercopa: los que se enfrentan son los mismos de siempre, en un bucle que más que melancólico es el de una pesadilla sin fin), las abuelas conversan en los bancos, puestecillos de todo tipo de inutilidades atraen a pocos compradores, dos incongruentes jaulas de conejos y ocas sirven de contrapunto medieval al festejo y una niña es paseada a lomos de un pony tan triste e irreparable como todo San Juan de los Terreros.
Cuando regresamos al hotel, la fetidez del cuarto de baño inunda la estancia. El mar rompe al pie del balcón, es cierto, pero el Calypso, con sus pastiches en forma de estatuas de una escayola revenida, sosteniendo lámparas que no iluminan más que la decadencia, la suciedad general, el hastío de un verano sin recompensa, se hará todavía más amargo al amanecer. El hotel está cerrado a cal y canto, sin que nadie comparezca ni en recepción ni en parte alguna. Como el resto de los clientes (que han pagado un mínimo de 90 euros la noche por dormir en un antro tan oxidado como pegajoso), estamos encerrados. La gerencia no se fía, y ante el riesgo de que sus clientes se marchen sin pagar los encierra hasta las nueve de la mañana, en que por fin regresan de sus nichos los escasos y seguramente malpagados empleados. No han barrido el bar, y en ese suelo con restos de la tristeza de ayer, el desayuno está a la altura de las expectativas. Las dos estrellas del Calypso no son más que otra metáfora de la depravación general de San Juan de los Terreros , una España a escala de nuestras ambiciones, de lo que en realidad seguimos siendo después de la hecatombe. Cuando nos despertamos, la miseria y las ruinas seguían ahí.
Volvemos a los santos lugares con la luz de la mañana, a ver si bajo su novedad descubrimos algo que no sabíamos. Todo resulta peor. Los anuncios recrean una vulgaridad hecha lugar común. Nada más llegar, en lo que parecía el centro de un pueblo desbarajustado, nos había llamado la atención una masa ingente de adosados pintados al pastel, con todas las ventanas cerradas a cal y canto, como si ahí no viviera nadie, amontonados frente al viejo San Juan. Live your dream es el reclamo del complejo Calas del Pinar. Abordamos a un vecino que pasa como alma que lleva el diablo. Nos dice que lo que vemos no es más que la tercera fase, que la primera, pegada a la montaña (de la que cuelgan urbanizaciones mimetizadas de conflicto bélico), es la única en la que vive bastante gente, que la segunda está a medias, y la tercera, fachada del sueño, “completamente vacía” . Volvemos a los carteles sobre una gran extensión de tierra removida a la derecha del paseo (es una forma de hablar) que conduce al Calypso. En una cara, a todo color, el cartel reza así:
Residencial
III Milenium
Juan Antonio Giménez
654 378 553
REMAX Paraíso
¡¡¡Desde 69.000 euros!!!
Apartamentos y Chalets
A 600 metros de la Playa
En la otra cara, desteñida, castigada por la fiereza del sol, la intemperie, el paso del tiempo, se lee otro poema:
III Milenio
Nueva Promoción
Dúplex llave en mano
desde 128.000 euros
Construyendo desde 1938
www.castilloycia.com
950 466 127 / 659 005 707
Junto al cartel hay un camión aparcado. El Maño, se lee sobre la cabina. A su lado, bajo un toldo y una pobre cerca improvisada, un caballo, dos ponys (uno de ellos es el que ayer paseaba a una niña mientras Barça y Madrid hacían más hegeliana la noche agosteña) y un perro que no nos ladra. En la parte de atrás, aprovechando la sombra de propio camión, en una mínima tienda de campaña, duermen semidesnudos los propietarios de la paupérrima atracción. Perra vida. Una estampa que parece arrancada del neorrealismo franquista. ¿A dónde vamos?
Por la planicie de barro seco, de tierra ruin, restos de obra, conducciones, avanza un hombre desnudo de cintura para arriba. No parece temerle al sol. Es un veraneante que lleva “treinta años viniendo a San Juan”. Recuerda que todo empezó a cambiar hace veinte años, sobre todo entre el 86 y el 90, con el boom del ladrillo . “Cuando llegué las pocas casas que había junto a la playa eran antiguas cuevas convertidas en casas”. Juan de Dios Bermúdez, ex funcionario de policía jubilado, sonríe cuando se le dice que aquí hay tomate, tema para una “investigación criminal”. Cuando se desató la especulación en San Juan de los Terreros el ayuntamiento estaba en manos socialistas. En las últimas elecciones, el consistorio pasó al Partido Popular. Aunque admite simpatías hacia los últimos, dice que hay ejemplos de especulación y malas prácticas a ambos lados del espectro. Como si hubiera un espectro para leer el color de la realidad. Su hijo, militar especializado en helicópteros, fue uno de los primos que compró uno de los adosados pintados al color pastel que llamaron nuestra atención nada más aterrizar en San Juan de los Terreros. “Era su primera vivienda. Había pagado una entrada de seis millones de pesetas. El ayuntamiento no ha dado el permiso de habitabilidad. La urbanización está embargada. Hace seis años que debía haber recibido el chalet, que sigue sin luz (los que han entrado a vivir han tenido que poner generadores) y solo con agua de obra. Le lió un abogado local, que pleiteó contra la empresa promotora por el total del precio de la casa –unos treinta millones de pesetas (el ex inspector piensa en pesetas)- y le quiso cobrar tres millones. Ahora ha tenido que buscarse otro abogado. Una desvergüenza tras otra”. Hay albañiles y fontaneros que no han cobrado por sus trabajos y han ocupado casas como una forma de cobrarse lo que les adeudan. “Esto era un paraíso, y mira en qué lo han convertido. Esto no se arreglará nunca. Todas estas viviendas no se ocuparan jamás, y dudo mucho de las comenzadas se terminen algún día. Volvieron todo el suelo urbanizable. Fue una locura”. Ruinas modernas, topografía del lucro. El paraíso, como los nacimientos de los ríos, está sobrevalorado. Insistimos:
–Esto merece una investigación criminal.
Paraíso es un término que se repite por doquier. En los reclamos de las inmobiliarias, en los buzones junto a otra vía urbana que transcurre, con sus farolas, sus calles asfaltadas, sus aceras, sus tomas de luz, y sus solares vacíos. Pasos de peatones impecablemente pintados sobre el asfalto todavía flamante, sobre los que no pasa nadie. Señales, stops, direcciones que envían a coches fantasmas como el nuestro a otro lugar, lejos de aquí. “Inmueble propiedad de Bancaja hábitat”. El cartel sobre otro descampado a medio urbanizar no es más que otro exabrupto, el dinero enterrado en el polvo, en las casas a medio hacer. Ante un paisaje como este tentó el Diablo a Cristo , y a todo el que quiso cambiar de vida de la noche a la mañana.
Escribe Julia Schulz-Dornburg que Ruinas modernas, una topografía del lucro es “un inventario fotográfico de la construcción especulativa abandonada en España. Se retratan parajes ocupados por conjuntos de edificaciones no completados dentro del territorio nacional. La reciente implantación masiva de enclaves de ocio, complejos turísticos y residenciales de todo tipo han transformado vastas regiones de la costa y han llegado incluso a las provincias interiores. El ocaso prematuro de algunos de estos asentamientos a causa del estallido de la burbuja nos presenta con imágenes de inquietante belleza, la incongruencia entre la vida corta de la especulación inmobiliaria –abortada por causas técnicas- y sus perdurables secuelas físicas”.
La arquitecta, nacida en Múnich en 1962, añade en la introducción a su fascinante guía de nuestra arqueología moral que “el fenómeno del ladrillo español y su funesto desenlace ha engendrado la proliferación de un nuevo paisaje a medio construir, que se podría denominar paisaje de lucro. Peculiaridades como la topografía, el clima y las circunstancias locales no suelen tenerse en cuenta en la creación de este tipo de enclaves. Las promociones están más bien enfocadas hacia el consumo mediático y visual . Su significado se confecciona –similar a la televisión- por medio de la extracción, la reducción y la mezcla, con el fin de crear parajes que puedan ser reproducidos, clonados y vendidos independientemente del lugar. El resultado es una especie de paradigma de paisaje definido por su aterritorialidad que, en su estado de abandono, desprende una sensación de extravagante singularidad. El contraste entre la pretensión del producto y la realidad construida está latente”.
Como la torre de Babel, a la que regresamos antes de partir. Allí, bajo unas encinas de sombra prodigiosa, nos encontramos con Ginés Martínez, su rebaño de 25 cabras y sus dos perros, Tarzán y Canela. Ríe con sonrisa desdentada cuando le preguntamos por la torre de apartamentos que reverbera en la lejanía, al final del campo de golf completamente agostado, las farolas muertas que no alumbraron ni alumbrarán nunca a nadie, las calles y los caminos de hormigón pintado de amarillo, completamente trazados, los puentes japoneses con la madera pudriéndose lentamente. Que ahora sirva de lugar de pasto para sus cabras –llegó a tener un rebaño de 1.200- acaso sea la metáfora final de todo este delirio especulativo. El propio Ginés, nacido en San Juan de los Terreros hace 73 años, también quiso sacar partido de la vorágine.
–Vendí unos terrenos hace cinco o seis años. Ocho hectáreas.
Dice que no se las pagaron mal. Pero que al final no construyeron nada.
–No llegaron a meter las máquinas. Se acabó el dinero antes. No sé adónde vamos a llegar.
Jubilado, tiene tres hijos, los tres trabajando:
–Vamos a ver lo que dura.
Con la camisa desabotonada y un viejo sombrero de paja que le protege la calva del sol, habla con una sorna y un timbre que recuerdan a Rafael Sánchez Ferlosio:
–San Juan ha cambiado mucho, pero no lo veo para mejor. Habrá que preguntar a los sabios.
–¿Dónde están?
Se ríe a la buena sombra de la dehesa donde sus cabras ramonean. La torre de Babel, más allá de las alambradas rotas que intentan evitar las ruinas de un saqueo que ya se produjo, acentúa su condición de espejismo, de nada hecha pedazos. Quien mejor lo describe es el propio pastor, Ginés Martínez, vecino de San Juan de los Terrores:
–Está todo perdío.
Noticias relacionadas
- 02/08 El fuego de San Telmo
- 03/08 Donde el mundo se llama Celanova
- 04/08 El castañar de Serafina
- 05/08 El secreto de San Genadio
- 06/08 La novia del minero no tiene miedo
- 07/08 Ermitas de Babia, puentes de la Luna
- 08/08 Homenaje a August Sander y Melchor Gaspar de Jovellanos
- 09/08 Lo verdadero solo lo vemos reflejado
- 10/08 El camino de las avutardas
- 11/08 Toda frontera es artificio
- 12/08 La Compañía de Ferrocarril y Minas de Río Alagón
- 13/08 El exiliado de «El País»
- 14/08 Alcuéscar y las obras de misericordia
- 15/08 Boby y los fantasmas de un palacio que se convirtió en hospital
- 16/08 Sombras de España en un dolmen que no es una metáfora
- 17/08 La casa de wolframio se la comió la maleza
- 18/08 El ruido, la furia y la nada
- 19/08 ¿Qué piensan los poetas españoles de hoy?
- 20/08 El toro, la garza y la voz del mayoral
- 21/08 El olivo es el árbol de la vida
- 22/08 La desesperanza tal vez se llame Espera
- 23/08 Historia de dos ciudades y un nadador
- 24/08Un pastor explica el sentido de la vida
- 25/08 La vida secreta de los esturiones
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete