Homenaje a August Sander y Melchor Gaspar de Jovellanos
En Buiza, en la montaña leonesa, tenemos la impresión de que hay pueblos no tanto dejados de la mano de Dios como de la de los hombres
alfonso armada
Venimos a Buiza , en la montaña leonesa, zona central de la cordillera Cantábrica, atraídos por la fama de un lugar que, junto a la Pola de Gordón, fue durante años polo para muchos burgueses asturianos que aquí encontraban lo que en su tierra ... les faltaba. A muchos les pilló la guerra en la Pola y buscaron cobijo en Buiza –y es que las guerras, y mucho más las civiles– empiezan por no respetar ni las vacaciones, y entonces todo se extravía, empezando por la compasión. La curiosidad nos la infundieron una amiga, Victoria Lobato, y su madre, Chonina, que aquí nacieron. Aquí quiere construirse Victoria una casa porque encuentra el sosiego que en otros lugares ya no haya. Es comprensible. Ahora que España parece sumida en las quebradas y pesares de un nuevo noventayocho, acaso sea imperioso desencadenar un rearme ético que vaya del jornalero al rey, del político al periodista, del buhonero al alguacil, del informático al banquero, de la jueza al aguador, del tornero al químico, del marino a la bióloga, del astronauta al astrónomo, del ciclista al coronel, del otorrino al callista, de la campesina al artista, del filósofo al ebanista, del buzo al herrero, del peluquero a la ministra. Tal vez sea el momento de desenterrar el ejemplo de figuras como Melchor Gaspar de Jovellanos , el ilustrado, que tanto empeño puso en reformar este país y por eso fue malquisto y cosechó tantas melancolías. En más de una ocasión pasó por o pernoctó en Buiza. En 1796 lo hizo en casa de Manuela, la viuda, y en su diario anotó: «Emprendemos la collada de Buiza no muy difícil de vencer. La bajamos a pie. En Buiza a la oración: en casa de Manuela, La viuda. Lectura en Las Heroides de Ovidio; refresco de agua y vinagre; preparación de la cena; mala disposición; sólo se halla leche, siete huevos; van en busca de pollas; hay para mí dos truchas; si parecen las pollas para los demás, nos compondremos; aparecieron las pollas, pero son para mañana... cena; camas tolerables, con ropa blanca nuestra...».
Nosotros lo hacemos en un espacio anexo a la casa rural La Castañona que ocupan nuestra amiga y su madre y que han levantado una pareja de médicos generosos y desde el que, entre toda clase de arbustos, flores, plantas aromáticas y árboles bien traídos y podados, se domina parte de los tejados de Buiza, los Pandos (coronados por un poste de alta tensión al que se sube la luna cuando está llena, y bajo el que por las mañanas un pastor otea y unas pocas ovejas pastan la hierba fresca del amanecer, y los jóvenes como Victoria subían hace años a pelar la pava y otros divertimentos) y la collada de San Antón , que es camino de Santiago y que en parte discurre por una calzada romana, otro de los encantos secretos del lugar donde la gente se recoge y hace vida interior. Que no haya bar y que la iglesia apenas se abra –y desde luego no todos los domingos– por falta de cura, ayuda a entender por qué los vecinos se refugien en sus casas y ya no practiquen ellas el filandón (en invierno, al calor del fuego de la cocina; en verano, sentados en el poyo y en sillas a la puerta de la casa, a la fresca, las mujeres hilaban con la rueca mientras se contaban historias, no pocas de ellas picantes).
Bajamos a Cabornera y aunque lloverá unas lágrimas de agosto, bajo la parra y a orillas del río Canosa, en la terraza, disfrutaremos en El Mesón de la comida más deliciosa del viaje . Chelo atiende con una solicitud que mantiene viva la legendaria hospitalidad española (tal extraviada), y su madre de 90 años sigue haciendo de la cocina casera lo que nos reconcilia con nuestro pasado y nos hace ver las tribulaciones de hoy bajo una óptica menos pesarosa. Hay poco donde elegir, lo que hay es lo que la casa ha pensado para el día. Y a un precio razonable, aunque Victoria no nos dejará catar la cuenta. El condumio llega siempre en fuentes rebosantes, para que el hambriento se sacie: una de ensaladilla y una sopera donde el garbando y el bacalao entonan las alabanzas. De segundo, un festín presidido por una ensalada de las que retomemos el contacto perdido con los sabores de la tierra , más carne asada, cordero y pollo, a cada cual mejor tratado para que cada cosa sepa a lo que tiene que saber. De postre, un flan y un arroz con leche como los que nuestras madres sellaron nuestro paladar a las majaderías culinarias. Chonina es una de ellas. Con comidas como esta no solo se acabaría con el hambre en el mundo (recuerdo una misa reciente en la parroquia del Cristo de la Victoria , en el barrio vigués de Coia , donde nací. El sacerdote se atrevió a recordar que cultivamos y fabricamos alimentos para dar de comer a cinco poblaciones del mundo, y que el problema –secular– es de reparto, es decir, de justicia), sino también con el hastío.
Tras la preceptiva siesta, para quien participe de esa contribución española a la filosofía de la buena vida, subimos a la montaña por el camino de San Antón , que oficialmente es San Salvador : un desvío del de Santiago que culmina en la catedral de Oviedo, donde se guardan en la cámara santa de su catedral (así lo consignó el ilustre viajero inglés Richard Ford en el primer tercio del siglo XIX) reliquias «llevadas África desde Jerusalén cuando ésta fue tomada por el rey persa Cosroes; y de allí a Cartagena, Sevilla, Toledo, el Monsacro y Oviedo», y que incluyen «maná del desierto, un pequeño barril de las bodas de Caná, los huesos de Pantaleón, Cucufato, Bachis, Pomposa y otros respetables santos, cuyos nombres son prueba de su antigüedad», amén de «la sandalia de San Pedro, y un poco de leche de la Virgen en una caja metálica. En otra pequeña caja está guardado el santo sudario, o sudario de nuestro Salvador».
Solo por eso ya valdría la pena volver a Oviedo , y más teniendo en cuenta que estamos a un tiro de piedra de Pajares, y cruzar el puerto ya no es lo que solía en tiempos de Ford, que así lo cuenta –viniendo de Asturias– en su libro, nada complaciente con los españoles: «Después del puerto la carretera asciende suavemente hacia la cima, entre un caos rocoso y hasta un llano pantanoso rodeado de montañas yermas. Esta ciénaga, alimentada por las nubes, constituye el depósito del que se sirven minúsculos arroyos que descienden en ambas direcciones, a modo de hilos plateados, y que forman los ríos de León y las Asturias. La travesía, antes de llegar a Villamanín , se hace tan angosta que apenas puede fluir por ella un torrente , y la carretera discurre por un camino real levantado a un alto precio. Después de esto, los valles se abren al sol y a la vida. El puente del Torío está situado en una posición de lo más romántica . A cuatro leguas y media pasamos la alameda de Vega o Pola de Gordón, y de aquí hasta La Robla, lugar pobre, con una población de 1.200 habitantes. El bonito río truchero Bernesga bordea el pintoresco camino y llena el valle de verdor, verdor que pronto dejaremos atrás con sus flores y sus bosques; y es que, después de ascender una empinada colina, la vista se pierde por las interminables estepas de tierras destinadas a la siembra, limitadas solamente por el horizonte».
Veremos La Pola , cruzaremos el Bernesga , entraremos en La Robla , pero no llegaremos tan lejos como Pajares. Asturias formó parte de la primera serie, el año pasado, de este recorrido por carreteras secundarias, y no es cosa de enredarse los pies volviendo a enhebrar los mismos o parecidos caminos. Pero si entonces recordamos con afecto a Jovellanos, no queremos olvidarnos de él en esta etapa de Buiza.
Cuando ya hemos saludado a un potrillo precioso que da vueltas en torno a su madre, una yegua de guedejas rubias, desde un remanso en la subida divisamos un espanto que si no nos lo cuentan no lo averiguaríamos: una montaña artificial, ahora afelpada de hierbas, donde antes se hallaban Los Casaricos , el asentamiento original de Buiza, donde algunos hasta dicen que dólmenes había. Toneladas de escombros y tierra fueron volcados de manera inmisericorde (como si tuvieran una amable orografía, en Asturias y León son muy dados a enmendarle la plana al Creador fabricando montañas nuevas de escoria o de tierra removida de allá y traída aquí). Son fruto del túnel de interconexión para casos de emergencia del AVE, que hará el servicio entre Oviedo y Madrid bajo este famoso puerto de Pajares a la hora del parte meteorológico, sobre cuando el invierno no se disfraza de otra cosa. Para colmo, a la derecha de los tejados rojizos y amables de Buiza se divisa desde la collada una lengua de hormigón que la corrección de la perspectiva da la impresión de que se dispone a arrasar el lugar como una viciosa lengua de morrena. Son las instalaciones levantadas por la empresa constructora para acometer la ciclópea obra, un engendro de la naturaleza humana que, dicen, cubrirán antes de irse. Pero da miedo y pena. Si hubiera avería en el futuro AVE, los pasajeros serían evacuados en un túnel que desemboca a un tiro de piedra de Buiza.
Insólitamente, el camino se corta con una valla rudimentaria, hecha de palos y cordeles. Un aviso le pide al peregrino o caminante que se apiade del pastor ausente y cierre la cancela en cuanto pase, porque al otro lado están las vacas en medio de la vía o pastando en la vertiente, mientras un perro tristón nos mira trajinar sin decir esta boca es mía. Tras otra rampa nada piadosa de las pantorrillas, el sendero se estrecha, la tierra se vuelve roja y pedregosa y una escolta de robles nos acoge en una suerte de túnel vegetal. Cuando estamos a punto de desembocar en los restos de la muy estragada calzada romana, en una roca que sobresale y domina reconocemos el inconfundible perfil de Alfred Hitchcock . La silueta de dos caminantes a los que no arredran las nubes que se han ido encizañando recuerda al exhaustivo trabajo de clasificación etnográfica que hizo el fotógrafo alemán August Sander , a quien arbitrariamente decidimos emparentar con Jovellanos en su afán por mejorar el país, reconocer el valor de cada gremio y la singularidad de cada biografía, evitar la superchería y confiar en que la razón nos haga más justos e industriosos. Con sus Hombres del siglo XX, Sander forjó un catálogo de la sociedad alemana durante la República de Weimar . La serie, cuenta Wikipedia, «se divide en siete secciones: Campesinos, comerciantes, mujeres, clases y profesiones, artistas, la ciudad y el pasado (los sin hogar, veteranos de guerra…)». Con el silencio de la montaña como testigo, entre un cencerro lejano y el habla a veces queda a veces más autoritaria del viento, los caminantes se recortan sobre la geometría verde de las vertientes, con Buiza agazapada, aparentemente a salvo de desgracias.
Empieza a llover, al principio mansamente, a sacarle brillo a las rocas más blancas y más planas que los romanos plantaron en este desfiladero para hacer más grato el paso de legiones y comerciantes en este norte de Hispania, entonces mucho más remoto que hoy de los centros y cetros donde se dirimía el vaivén del imperio. Y sin embargo en Buiza tenemos la impresión de que hay pueblos no tanto dejados de la mano de Dios como de la de los hombres .
En su Palabrero de Buiza, en el que Rafael Barroso Castañón se ha dedicado a recoger términos y dichos empleados en la zona, menciona el dialecto leonés que se hablaba en la comarca de Gordón. «Se fundió con el bable en la montaña leonesa», pero también sumó «voces mozárabes traídas por repobladores de los siglos X y XI». En la página digital encontramos que Buiza está «filológicamente emparentado con Boezo (en Liébana), Buyeza, documentado en 1188, Boezio, documentado en 1165, y acaso con Boiga y otras formas». Cita esta fuente a José Manuel González Fernández , profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo, que apunta a «Bobitia, Bobiza, derivado de bove ‘buey’, es decir sitio relacionado con ganado vacuno».
Camino de una cita con dos de las más lúcidas y memoriosas vecinas de Buiza, por calles que parecen de un pueblo deshabitado (tanto es el silencio de sus calles) nos cruzamos con un paisano que parece primo hermano del Príncipe de Gales , que viene de dar un paseo con sus perras. Saluda ceremonioso, deja claro que sigue soltero y sin compromiso, admite que hay días en que se agradece no tener a nadie, y horas en que se lamenta. Entre Concepción Viñuela Lomba y Soledad Viñuela Alfonso (no tienen parentesco, por lo menos cercano, pero son amigas) suman casi 180 años. Concepción fue maestra, Soledad tuvo que empezar a trabajar muy pronto para ayudar a la familia y por eso dejó la escuela antes de tiempo. Ambas están lúcidas y enteras. Los padres de las dos, como muchos otros hijos y vecinos de Buiza, buscaron fortuna en Cuba: «Casi uno de cada casa». En el caso de Concepción, su padre y tres tíos se fueron a hacer las Américas a la isla caribeña. Tanto el padre de Concepción como el de Soledad «hicieron unas perras», lo que les permitió comprar algo de ganado, algunas tierras, mejorar su condición. Ambas mencionan a una controvertida figura local, don Prudencio, el párroco, del que hay dimes y diretes. Con él fue Concepción a prepararse para ingresar en un colegio en León, finalmente el de las teresianas, con las que hizo el bachillerato. Le hubiera gustado estudiar Filosofía y Letras, pero su marido se opuso. Estudió magisterio en León, fue maestra en Asturias, se casó con Enrique, veterinario y luego maestro, y tuvieron dos hijos. Finalmente ambos encontraron acomodo y trabajo en Madrid. Recuerda Concepción entre sus mayores logros como maestra que hizo hablar a una muchacha que se negaba a dirigirse a su padre o a cualquier hombre, y entre las «burradas» que huyó de su escuela en el Bierzo por temor a los huidos (los maquis). Mientras la luz se va desvaneciendo en su corral, Soledad, a sus 87 años, recuerda que una hermana que también se fue a buscar mejores horizontes a Cuba acabó, como muchos otros, perdiendo casi todo con la revolución. Ahora vive en California, y a pesar de muchos requiebros, Soledad nunca se animó a cruzar el mar: «Me dan miedo los aviones». En la escuela nacional le dio clase doña Conci, «una mártir de don Prudencio», el cura. Hasta unos años después de casarse con un minero de Buiza, estuvo Soledad trabajando en el campo, y con el ganado. Tuvieron una hija, a la que «estudiaron», y ahora es profesora de Química en la universidad. Con ella vive en Gijón.
Concepción y Soledad Viñuela se reencuentran en los veranos , cuando se multiplica la población de Buiza, como la de muchos otros pueblos españoles que languidecen el resto del año, sobre todo en los inviernos, que son muy crudos aquí: hasta menos 27 grados se registran. La noche se ha adueñado del corral, y de la calle cuando salimos. Ya no nos cruzaremos con nadie camino de La Castañona, donde vamos a dormir. August Sander y Melchor Gaspar de Jovellanos hace tiempo que se fueron. La tarea sigue siendo ingente. Mañana será otro día. Para volver a la carretera.
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