La Valeta, la ciudad de los Caballeros de San Juan

No existe en el mundo otro ejemplo de un espacio tan pequeño como el archipiélago de Malta en el que se puedan encontrar tantos vestigios del quehacer humano desde la Edad de Piedra hasta los días presentes. Pero si fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, normandos, españoles, franceses e ingleses han dejado aquí su huella, el genuino desarrollo cultural y artístico de estas islas es obra de la Soberana Orden Militar Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta, cuyos casi 300 años de gobierno fueron los más gloriosos de la historia maltesa.
La Valeta, actual capital del país, es el legado más conspicuo de la vieja Orden de San Juan. Su casco antiguo, Patrimonio del Mundo desde 1980, es una joya arquitectónica erigida sobre un prodigio geográfico, la rocosa península de Sciberras, encastrada longitudinalmente entre dos estrechas bahías –Marsamxett y Grand Harbour, a su vez plagadas de istmos menores- como el pie de un mejillón entre sus valvas. Aprovechando tan excepcionales cualidades estratégicas, los Caballeros de Malta fundaron La Valeta en 1566 como una ciudad fortaleza, la más meridional de la Cristiandad en aquel tiempo, levantando formidables murallas y bastiones poco menos que inexpugnables. Sir Walter Scott, uno de sus visitantes ilustres, apuntó que se trataba de una metrópoli construida por caballeros para caballeros. Tanto es así que la monumentalidad, por momentos fatigante, es aún hoy su sello característico.
Aparte de sus iglesias y de sus antiguas estructuras defensivas, la capital cuenta con 300 edificios civiles -palacios, teatros, museos, bibliotecas y casas- apreciados como obras de interés histórico-arquitectónico. El centro urbano, bien delineada red de apretujadas travesías en cuesta abiertas invariablemente al luminoso mar, es casi por entero peatonal. La calle de La República, la más larga, la más ancha y la más típica, es asimismo la más concurrida. Aquí la riada humana conjuga la amabilidad y el ajetreo mediterráneos con el comedimiento anglosajón asimilado durante el siglo y medio de dominación británica; en definitiva, el necesario soplo de modernidad y frescura entre tanta edificación vetusta y señorial.






