Soledad no deseada, la nueva pandemia que mata en silencio
Las personas que se sienten solas sufren más enfermedades crónicas, manifiestan más síntomas depresivos y ansiedad, una menor autoestima y un aumento de las conductas adictivas
Javier García Campayo: «Lo que más nos hace sufrir es la necesidad de querer controlarlo todo»
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Iniciar sesiónCada día más superficiales, menos compasivos, más indiferentes... Y cada vez más solos. Este es el panorama que se describe desde el ámbito de la psicología cuando se hace referencia a las consecuencias de vivir en una sociedad que prima la hiperconexión pero olvida crear ... y mantener los vínculos profundos. Según los últimos datos del Observatorio Estatal de la Soledad No deseada, SoledadES, impulsado por Fundación ONCE, uno de cada cinco españoles sufre soledad no deseada en España. Y eso no quiere decir que esas personas viven solas, sino que se sienten solas, invisibles o desconectadas, tengan o no cerca a familiares, pareja, amigos o compañeros de trabajo.
Estar solo, si uno lo elige, puede ser algo positivo y hasta placentero. Pero sentirse solo puede convertirse en un infierno. Como explica la psicóloga Gabriela Paoli (@gabrielapaoli_psicologa), presidenta de la Asociación Nexum, la soledad es una experiencia subjetiva dolorosa, real o percibida; derivada de la carencia, la deficiencia, la inadecuación o la insatisfacción de las relaciones interpersonales, especialmente de las más significativas o íntimas. En realidad, la verdadera antítesis de la soledad, como precisa Paoli, no es la presencia física de otros, sino la creación de un vínculo auténtico y genuino que permita sentirse visto, escuchado, aceptado, respetado y comprendido.
La soledad es también un potente estresor biológico, como aclara el psicólogo Jesús Matos (@jesusmatospsicologo), autor de 'La especie al borde del abismo' (Deusto); ya que desde una perspectiva evolutiva siempre fue sinónimo de peligro. «Nuestros ancestros que se mantenían cerca del grupo tenían más probabilidades de sobrevivir y reproducirse, por lo que la necesidad de conexión quedó grabada en los genes. Somos descendientes de los que sintieron miedo al aislamiento», revela.
De hecho, como apunta la psicóloga y doctora en Neurociencia, Ana Asensio (@vidasenpositivo_anaasensio), autora de 'Escucha a tu intuición' (Rocaeditorial) la soledad activa en la mente los mismos circuitos que el dolor físico. «El cerebro social, ese que nos ha permitido sobrevivir como especie, se siente amenazado cuando no hay vínculo o cuando la persona que nos acompaña desaparece y sentimos que no volverá», explica. No en vano, Asensio explica que esa sensación de desconexión nos desregula profundamente: aparece el miedo, se dispara el cortisol, se altera el sueño, disminuye la eficacia del sistema inmunitario y se apaga la motivación.
Comparte este análisis Jesús Matos, quien añade que sentirse solo incrementa las posibilidades de mortalidad prematura con un impacto comparable al de otros factores de riesgo como el tabaquismo o la obesidad.
Síntomas o señales de alarma
Aislarse emocionalmente, perder el interés por las actividades que antes le motivaban, sentirse solo a pesar de estar rodeado de gente o pensar que «nadie le ve ni le escucha» son signos de alarma pues, como explica Asensio, pueden dar lugar a síntomas como el insomnio, la irritabilidad, la tristeza difusa y continua, la percepción de desconexión con el mundo y la apatía generalizada.
Algo en lo que incide la psicóloga Ana Belén Medialdea (@anapsicologamadrid), autora de 'La luz que hay en ti' (Zenith) por su parte, es que la soledad no deseada a menudo se manifiesta en silencio: las señales pueden ser sutiles e incluso la persona puede esconderse detrás de una sonrisa amable o de un «estoy bien». En terapia suele verse una desconexión emocional que hace que la persona deje de compartir cómo se siente porque tema no ser comprendida.
Una de las formas más dolorosas de soledad es estar acompañado físicamente pero no emocionalmente, pues eso genera una sensación de vacío profunda. Según Medialdea, esto se da cuando la comunicación se vuelve superficial, cuando uno se rodea de personas con otros valores o intereses, cuando los vínculos no son saludables o cuando no se desea seguir un legado familiar dañino.
Sentirse solo aumenta la probabilidad de sufrir una muerte prematura con factores de riesgo de impacto similar al tabaquismo o la obesidad
Cuando se debilita lo más esencial del ser humano, que es la necesidad de vínculo, reconocimiento y pertenencia, el cerebro empieza a interpretar el entorno como hostil o indiferente. Y esto, según aclara la psicóloga Beatriz Gil Bóveda (@psique.cambio), fundadora de Psique Cambio, activa el sistema de estrés, lo mantiene en alerta constante y se relaciona con un mayor riesgo de sufrir depresión y ansiedad, con un incremento de la inflamación en el cuerpo, con una menor autoestima y con el aumento de las conductas evitativas o adictivas (uso excesivo de pantallas, alcohol, drogas, hambre emocional...). «Es mucho más que una tristeza puntual, es un caldo de cultivo para el aislamiento emocional que puede derivar en trastornos de ánimo severos», apunta Gil Bóveda.
Relación con la depresión
No es raro por tanto, que la soledad y la depresión estén fuertemente relacionadas en un ciclo de retroalimentación, como describe Marina Díaz Marsá, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental. «Al ser una experiencia subjetiva, y a menudo prolongada, de falta de conexión social significativa, la soledad actúa como un factor de riesgo que multiplica por cinco las probabilidades de desarrollar una depresión. A su vez, el desánimo, la pérdida de interés y el aislamiento (síntomas depresivos) pueden intensificar la sensación de soledad no deseada y dificultar la búsqueda o el mantenimiento de relaciones sociales, perpetuando así el ciclo», argumenta.
La presencia simultánea de soledad y depresión afecta a la salud de forma integral y grave: empeora y predispone los síntomas depresivos, aumenta el riesgo de ansiedad crónica y puede disminuir la calidad de vida y el funcionamiento social y laboral. La soledad, en sí misma, puede ser un predictor de deterioro cognitivo y de conducta suicida e incluso se ha asociado con un mayor riesgo de sufrir enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
En cuanto a otras patologías, el aislamiento social y la soledad también se han relacionado, según revela Díaz Marsá, con un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares (como hipertensión y enfermedad cardíaca), accidente cerebrovascular, aumentando el riesgo hasta en un 32%; debilitamiento del sistema inmunológico, haciendo al individuo más vulnerable a enfermedades, problemas crónicos como la obesidad y la diabetes y el incremento en los niveles inflamatorios del organismo y la resistencia vascular.
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Intervención necesaria
Para Gil Bóveda hablar de la soledad sin tabús es el primer paso para transformarla. Y eso pasa por visibilizarla en escuelas, empresas y medios de comunicación a través de una triple intervención: individual, fomentando la autoestima, la escucha, la empatía y la expresión emocional; comunitario, creando espacios de encuentro intergeneracionales, inclusivos y reales; e institucional, con políticas públicas que detecten y acompañen a personas en riesgo de aislamiento.
Igualmente la Dra. Asensio ve necesaria la existencia de espacios comunitarios, vecinales, educativos y sanitarios que fomenten la conexión para que las personas puedan expresar sin juicio cómo se sienten. Y en el ámbito individual propone trabajar la capacidad de pedir ayuda, expresar necesidades y cuidar los vínculos. Eso sí, la experta aclara: «La soledad no se cura solo con compañía, sino con una conexión emocional genuina».
Por su parte, Medialdea incide en que somos seres sociales por naturaleza y necesitamos sentirnos vistos, comprendidos y validados. Y eso hace que, cuando eso no ocurre durante un tiempo prolongado, el cerebro interprete esa desconexión como una amenaza, se genera estrés y poco a poco se apaga la esperanza y la motivación. «Esto puede llevar a la ansiedad, a desarrollar una fobia social que lleve a aislarse por el miedo al juicio de los demás o incluso finalmente a la depresión», explica.
El entorno laboral es clave
«Cuando los vínculos son sólidos, el trabajo se convierte en una red de apoyo natural», asegura Elena Sánchez Escobar, directora Clínica de Yees!, firma de bienestar emocional en las empresas. El papel de los líderes es esencial en este sentido pues, lejos de actuar como psicólogo o psicólogas, pueden funcionar como un radar indispensable. Por eso para la experta es importante formarles y dotarles de competencias relacionales. «Los líderes que escuchan activamente y reconocen las emociones del equipo generan un clima en el que las personas se sienten seguras para expresarse», precisa. También es importante promover en el entorno laboral rituales de conexión como reuniones en las que haya espacio para compartir cómo estamos, darse feedback positivo entre compañeros o actividades informales que refuercen la pertenencia.
El primer paso siempre es escuchar y detectar. Por eso los programas de acompañamiento psicológico en las empresas permiten hacer un monitoreo emocional constante que permita identificar, de forma confidencial, a quienes sienten soledad o desconexión. En los modelos de teletrabajo o formatos híbridos es fundamental incorporar, además de esos espacios de escucha, unos programas de psicoeducación emocional que permitan crear figuras capaces de encontrar señales de malestar de forma temprana y promover una cultura emocionalmente saludable desde dentro.
En cuanto al coste económico, según recuerda la Dra. Díaz Marsá, se estima que la soledad no deseada representa un coste total de aproximadamente 14.141 millones de euros anuales en España, lo que equivale a cerca del 1,17% del Producto Interior Bruto (PIB) de 2021.Este impacto económico se genera principalmente a través de costes sanitarios directos o indirectos; pérdidas de productividad y costes intangibles en términos de reducción de la calidad de vida.
Intervenciones necesarias
Para Gil Bóveda hablar de la soledad sin tabúes es el primer paso para transformarla. Por eso para ella es fundamental visibilizarla en las escuelas, en las empresas y en los medios de comunicación. La intervención, por tanto, se debería hacer a tres niveles: individual, fomentando la autoestima, la escucha, la empatía y la expresión emocional; comunitario, creando espacios de encuentro intergeneracionales, inclusivos y reales; e institucional, fomentando políticas públicas que detecten y acompañen a personas en riesgo de asilamiento. En este sentido la psicóloga ve importante que los profesionales de la salud mental estén integrados en ese sistema de prevención.
Por su parte, Asensio comenta que la soledad no deseada no es un fallo personal ni una vergüenza, sino una realidad emocional y social. Por eso considera importante nombrarla, verbalizarla y aprender a sentirla. Igualmente ve necesaria la existencia de espacios comunitarios, vecinales, educativos y sanitarios que fomenten la conexión y donde esa personas puedan expresar sin juicio cómo se sienten. En cuanto al ámbito individual, la psicóloga propone trabajar la capacidad de pedir ayuda, expresar necesidades y cuidar los vínculos. Eso sí, la experta aclara: «La soledad no se cura solo con compañía, sino con una conexión emocional genuina».
Colectivos más afectados
Aunque siempre se ha asociado la soledad a los mayores, la psicóloga Delfina J. Vera, del equipo de 'Somos estupendas', aclara que ni tiene edad ni distingue entre género, nivel educativo, posición económica ni presencia en las redes sociales. La diferencia está en cómo se vive y se afronta. «En las personas mayores, suele tener un componente más físico o social: la pérdida de seres queridos, los cambios en la rutina o las dificultades de movilidad pueden limitar su participación y la conexión con el entorno. En cambio en los jóvenes y adolescentes, es más emocional y subjetiva: pueden estar rodeados de gente y sentirse desconectados. En esta etapa, donde la identidad y la pertenencia es tan importante, la falta de vínculos seguros puede generar vacío y desconexión», plantea Vera.
Algo que plantea Teresa Cabezón, responsable de Fundación Verisure, firma que trabaja por el bienestar de colectivos vulnerables, es que soledad no deseada puede tener efectos devastadores en los mayores, como puede ser el deterioro físico, cognitivo y emocional. Sin embargo, incide en que no estos posibles efectos no son irreversibles: «Con acompañamiento, escucha y vínculos significativos, muchos recuperan su bienestar y su sentido de pertenencia», apunta. Conviene atender, no obstante, a los factores que, según el informe 'DeSoledad' de esta fundación, impactan tanto en su aparición como en su cronificación. Por un lado el concepto de nueva longevidad recuerda que vivimos más, pero no siempre mejor. «El desafío está en adaptar el modelo social y de cuidados a esa realidad, porque la vida se alarga, pero las estructuras siguen siendo las mismas», explica. Por otro lado estaría el edadismo, que es un factor de riesgo invisible. «Cuando les tratamos como frágiles, o dependientes o se les infantiliza, se refuerza su aislamiento y se debilita su autonomía», apunta. Igualmente alerta sobre la crisis de los cuidados, derivada del aumento de la población mayor y de la baja natalidad, que puede provocar una falta de apoyo estructural y familiar que agrava la soledad.
En cuanto a los jóvenes, Paoli hace referencia al concepto BOMP ('Belief that others are more popular', un acrónimo en inglés que describe la sensación de que los demás tienen más éxito o son más populares) que la divulgadora Noreena Hertz plantea en su libro 'El siglo de la soledad' y que, según explica Paoli, conlleva numerosos riesgos para la salud. «Una sociedad que vive cada vez más hacia afuera y hace el postureo va mellando las mentes vulnerables y termina de alterar la escala de valores y de afectar a las prioridades y los principios», señala.
En definitiva, prevenir la soledad no deseada, como concluyen en Fundación Verisure, es cuidar antes de que duela, pero también construir una sociedad que escucha, incluye y acompaña.
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