La dorada tribu
Carolina, el chic con morbo
Fue imbatible en la juerga, y lo ha sido en la tragedia. Resultó la estampa mayor del funeral de un marido, Stéfano Casiraghi, y la estampa mayor de la discoteca de la juventud
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Más que viuda de algún marido veo yo a Carolina de Mónaco viuda de sí misma, porque la edad no perdona ni siquiera a mujeres como ella, que fue el esplendor con bronceado de Saint Tropez. Quiero decir que en la baraja de la ... belleza fue Carolina un naipe principalísimo, y ahora es una señora donde se cruza la elegancia y el esqueleto. Va camino de los setenta, pero hay que cantarla. Si miramos los cromos de juventud de Carolina de Mónaco nos sale una hermosura soleada e insuperable. Un cruce de chic y morbo, un sirena de elegancia, más el bikini. Carolina de Mónaco fue la diosa primera de los ochenta, a bordo de su matrimonio con Stéfano Casiraghi, y luego enviudó, buscando retiro en pueblos de sosiego, entre la musa del luto y la gogó del grunge.
Fue imbatible en la juerga, y lo ha sido en la tragedia. Resultó la estampa mayor del funeral de un marido, y la estampa mayor de la discoteca de la juventud. Luego volvió a casarse, con Ernesto de Hannover de elegido, y se separaron, porque Hannover salió muy Hannover. Estamos ante una abuela que aún resiste el retrato de póster en las fiestas de hotel. Fue musa de Lagerfeld, que veneraba la belleza. Lagerfeld ha sido un figurón de lo suyo, entre el cuello sólido y el guante absurdo, que es como decir entre la timidez y la arrogancia, entre el distanciamiento y el divismo. Inventó a Claudia Schiffer, y tuvo en lo máximo de su santoral a Carolina.
Nuestra hermosísima perdió lámina, por la edad implacable, pero vemos rápido a la mujer que fue en su propia hija, Carlota, aunque Carolina la superó en estampa hipnótica, e incluso en trote de vida alegre. Carolina tiene experiencia en hombres no convencionales, o inconvenientes, incluso, como aquel 'playboy' con el que debutó en el matrimonio, jovencísima, frente a todo consejo, Philippe Junot. Junot tenía 17 años más que Carolina, cuando la boda. La pareja duró dos años, y acabaron bajo el diagnóstico previsible: el tipo era un cara. Pero la boda fue bodón, y allí estuvieron los Condes de Barcelona, los Condes de París, Frank Sinatra y Ava Gardner. Carolina, de joven, fue chavala de amoríos playeros y trasnoches en muchos idiomas. Las hemerotecas la vinculan a Roberto Rosellini o Guillermo Vilas. Hasta que se casó embarazada con Stéfano Casiraghi. Luego Casiraghi murió de accidente de moto acuática, y a Carolina se le quedó en la mirada una melancolía de estar siempre imaginando lejanías, hasta hoy.
Tiene hoy el relevo en Carlota, pero no tanto, porque Carolina tiene poco relevo, en rigor. Su madre fue Grace Kelly, el resplandor mismo
Carolina y Ernesto fueron muy frecuentadores de España, y hubo suficientes años sucesivos, allá por los inicios del 2000, en los que aterrizaban mucho por aquí, rumbo a la finca Las Golondrinas, o rumbo a la finca Aguas de Verano, ambas en Extremadura, donde se daban al ejercicio de la caza. Cuando el matrimonio entró en declive, cundía por ahí que la ruptura podría acreditarse definitivamente si faltaban a la cita otoñal y española de la caza. En cualquier caso, se separaron por el rito del silencio.
Carolina tiene hoy el relevo en Carlota, pero no tanto, porque Carolina tiene poco relevo, en rigor. Su madre fue Grace Kelly, el resplandor mismo. Carolina ha sido novia del verano del mundo, viuda de rico, recasada con aristócrata, y abuela con algo de 'groupie' de su propio espíritu libre y también palaciego. Hoy ya la veo viuda de sí misma. Pero desde siempre ha sido una postal infalible y de oro en los álbumes de la vida social internacional, sección palacios o balcones de palacio. Infalible, y dorada, y única.
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