Taksim, el Tahrir turco contra Erdogan
En la plaza estambulí, foco de protesta permanente contra el gobierno, están presentes prácticamente todas las fuerzas políticas del país
DANIEL IRIARTE
En el techo de uno de los vehículos calcinados de la plaza de Taksim ondea una bandera egipcia, eco de las protestas de Tahrir que desembocaron en el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak . Las tiendas de campaña, las barricadas, el ambiente festivo, la efervescencia ... política, recuerdan a los días de vino y rosas de la revolución egipcia. Aquí también han aparecido los vendedores de comida y de «merchandising» revolucionario –banderas turcas y máscaras de Anonymous –, las sábanas con eslóganes, los furgones de policía quemados, ahora expuestos como si de un museo se tratase. En algunas zonas de la ciudad han aparecido pintadas que rezan « De Tahrir a Taksim ».
Pero no todo el mundo está de acuerdo con la comparación. «Esto no tiene nada que ver con la Primavera Árabe . Aquí hablamos de una opresión que ha ido en aumento durante los últimos diez años, hasta culminar en la brutalidad policial de los últimos días», dice Ilker Savaskurt, joven cine asta que ahora ejerce de voluntario en un puesto de primeros auxilios que se ha montado en la plaza.
«Nunca había visto nada como esto. Estas son las mayores protestas en la historia de Turquía de las que tengo noticia, al menos desde los años 80», comenta, asegurando que el movimiento va a continuar incluso aunque el primer ministro , Recep Tayyip Erdogan , se disculpe. «No hay disculpa posible por el nivel de fuerza utilizado. Hay muertos, y varias personas han perdido ojos o están muy graves», dice.
Organizando la «resistencia»
A medida que pasan las horas, la organización mejora en la plaza. Voluntarios forman una cadena humana para acarrear botellas de agua hasta los extremos de la plaza, donde se reparten de forma gratuita. Las cadenas de servicios de comida a domicilio recibieron el martes más de mil pedidos de ciudadanos , con órdenes de entregarlos en la plaza a los responsables del reparto. Incluso se ha creado una biblioteca popular, a la que varias editoriales han comenzado a enviar títulos «de resistencia».
Savaskurt no es el único a quien la disculpa parcial del viceprimer ministro, Bülent Arinç , quien aseguró que comprendía y respetaba a los manifestantes «pacíficos preocupados por el medio ambiente» , le ha sabido a bastante poco. «Está mintiendo», dice Veroj, un estudiante de 19 años que pertenece a Dev Lis, una de las organizaciones estudiantiles más activa en la plaza. «No nos basta con que pidan perdón, queremos que Tayyip [el segundo nombre de Erdogan] se vaya. Este fin de semana pasado despertamos, y no vamos a volver a dormirnos», afirma.
La plaza, un símbolo
Y es que la plaza se ha convertido en todo un icono de la contestación a las políticas del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan. Los planes de remodelación de Taksim incluían la demolición del parque Gezi para construir un centro comercial –algo que posteriormente ha negado el gobierno– y una mezquita gigante –confirmado hace días por Erdogan–, lo que encierra un poderoso simbolismo de lo que, para muchos, representa el AKP: islamización forzosa y unas políticas económicas neoliberales que a menudo no sientan bien en una Turquía en la que el estado ha jugado tradicionalmente un importante papel paternalista.
Ello explica lo que sucedió el pasado 1 de Mayo: debido a las obras, las autoridades turcas decidieron prohibir que las manifestaciones del Día de los Trabajadores se celebrasen en Taksim. Percibido por sindicatos y partidos de oposición como la enésima imposición de un gobierno cada vez más autoritario, aquellos se empeñaron en llegar a la plaza a toda costa, mientras que el gobierno puso todo su empeño en evitarlo: se suspendió el transporte público –incluyendo los ferries, críticos para conectar la parte asiática y europea de la ciudad– e incluso se levantó el puente de Gálata.
Y se dio instrucciones a la policía de que utilizase toda la fuerza necesaria. Como consecuencia, se produjo toda una jornada de disturbios que se saldó con numerosos detenidos y decenas de heridos y hospitalizados por el gas lacrimógeno, incluyendo a Gürsel Tekin , «número 2» de la principal fuerza de oposición, el Partido Republicano (CHP), de orientación kemalista y secularista. Durante el mes de mayo se han producido no menos de una decena de protestas en las que, sin excepción, la policía ha usado el gas lacrimógeno contra los manifestantes, fuesen o no violentos.
Por ello, cuando la policía volvió a emplearse con contundencia contra el medio centenar escaso de activistas pacíficos que protestaban contra la demolición del parque Gezi –quemando sus tiendas o gaseándoles– muchos turcos sintieron que aquello era la gota que colmaba el vaso. Poco después, los cincuenta manifestantes se habían convertido en varios centenares. En las redes sociales se difundió una imagen, ya transformada en la alegoría de la protesta, de una joven con un vestido rojo recibiendo un chorro de gas lanzado a corta distancia por un antidisturbios.
Al atardecer, eran ya miles los que combatían con la policía en los alrededores de la plaza. En los días sucesivos, el desafío se extendería a Ankara, Izmir y otras localidades , hasta las 77 en las que, según el ministro del Interior, Muammer Güler, se han producido protestas. «Esto no es por el parque, es por la violencia policial», dice Savaskurt. «Nosotros somos pacifistas, no atacamos. Lo único que queremos es mantenernos aquí», afirma.
Miles de heridos
Este comentario obvia, tal vez, la agresividad desplegada por la vanguardia de los manifestantes, muchos de ellos militantes de organizaciones de izquierda o hinchas de los clubes de fútbol, acostumbrados a batirse con la policía. El área de Gümüssüyü , que desciende desde Taksim hacia Besiktas , está plagada de barricadas que testimonian la intensidad de los enfrentamientos. Durante el fin de semana, algunos llegaron a robar una excavadora y usarla en el frente de batalla contra la policía.
Conquistar Taksim les costó mucha sangre: el balance de heridos, según la Asociación de Médicos de Turquía, supera los 2.300, casi mil quinientos de ellos en Estambul, a los que hay que sumar al menos dos muertos y un puñado de personas en estado crítico . De modo que cuando uno va o vuelve de la plaza observa un fenómeno interesante: en el metro, en los barcos, aquellos grupos de manifestantes que se marchan aplauden a los que llegan a tomar el relevo. Y enseguida brota la consigna: «Erdogan, istifa! Hükümet, istifa!». «¡Erdogan, dimite! ¡Gobierno, dimite!» .
Todos contra Erdogan
El primer ministro ha obrado el milagro de agrupar a casi todas las fuerzas políticas en su contra , a excepción de los islamistas, notoriamente ausentes. En Taksim, la extrema izquierda coexiste, no sin tensiones, con la derecha ultranacionalista, los kemalistas y los kurdos. En un momento dado, estos comienzan a agitar banderas con el rostro de Abdullah Öcalan, el encarcelado líder del PKK, la guerrilla kurda . Otros manifestantes les silban e insultan, y empiezan a corear: «¡No queremos terroristas en la plaza!». Se producen empujones y vuela alguna botella, hasta que otros manifestantes median para calmar los ánimos. Las banderas de Öcalan desaparecen de escena.
En otro momento, son los reporteros de la cadena CNNTürk quienes se convierten en blanco de los abucheos. El malestar de los manifestantes con las principales televisiones privadas es muy grande por no haber cubierto las protestas , debido, casi con toda seguridad, a la presión del gobierno. Algunas, como la propia CNNTürk, se han ganado el desprecio de los opositores porque durante el fin de semana, mientras Estambul y Ankara ardían, emitían documentales de naturaleza y programas de manualidades. Al final, para evitar incidentes, los periodistas se retiran discretamente.
«Hasta que Tayyip se marche»
Es probable que Erdogan no haya calibrado la magnitud del desafío al que se enfrenta. El descontento, por lo general, ha cristalizado en su persona –ni siquiera hay demasiadas pintadas contra el AKP en general–, e incluso miembros de su propio partido, como el presidente Abdullah Gül , han comenzado a mostrar su disconformidad con su gestión de la crisis. Pero Erdogan se mantiene inflexible. Los opositores parecen estar dándose un respiro, a la espera de que el primer ministro – de viaje oficial en el norte de África – regrese a Turquía y se pronuncie.
« Vamos a quedarnos aquí hasta que Tayyip se marche . Puede que algunos se vayan, pero los demás, los más comprometidos, seguiremos hasta el final», dice Veroj. ¿Y si Erdogan no renuncia?, preguntamos. ¿Qué va a pasar, entonces? «Una revolución, amigo».
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