Ni teléfono, ni rojo: la verdad sobre el mensaje que nos salvó de la Tercera Guerra Mundial
Se cumplen 60 años de la histórica comunicación entre Washington y Moscú que cambió para siempre la Guerra Fría
La pacífica abuela que ocultó su pasado como la gran espía del MI6 en la Guerra Fría, hasta su actual muerte
Madrid
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Iniciar sesión«Un zorro rápido y pardo saltó sobre el lomo de un perro holgazán 1234567890». Este surrealista e infantil mensaje llegó al Kremlin el 30 de agosto de 1963. Estaba escrito en inglés, con todas las letras en mayúsculas, y había sido enviado desde Washington ... en uno de los momentos de mayor tensión de la Guerra Fría, tan solo unos meses después de que la crisis de los misiles de Cuba hubiese puesto al mundo más cerca que nunca del desastre nuclear. A pesar de ello, detrás de aquellas palabras no había información clasificada alguna, ni datos sobre emplazamientos militares secretos ni advertencias encubiertas sobre un ataque próximo.
Aquella frase no significaba nada, absolutamente nada. Era tan solo una expresión sin sentido que escogió el Gobierno de Estados Unidos, hace hoy 60 años, para comprobar que la línea de comunicación directa que estableció con el Kremlin, con el objetivo de llegar a acuerdos urgentes en los momentos más críticos, funcionaba correctamente. Una línea sobre la que, supuestamente, iban orbitar los asuntos más importantes de las relaciones internacionales entre las dos principales potencias del planeta. Pasó a la historia con el nombre de 'teléfono rojo', aunque en realidad ni era un teléfono, ni era de color rojo, sino una especie de fax que podía enviar mensajes escritos de la forma más rápida y segura posible en aquellos años de espías y paranoias.
Cuentan algunos historiadores que los soviéticos, incluso, intentaron descifrar en vano aquel primer mensaje absurdo. Hasta que fueron informados de que tan solo era una prueba. Para ser más exactos, un pangrama, una oración que en su traducción al inglés contiene todas las letras del alfabeto: «The quick brown fox jumps over the lazy dog». La frase se usaba ya desde mucho tiempo antes para practicar mecanografía, probar las máquinas de escribir y los teclados de los primeros ordenadores o mostrar ejemplos de fuentes, entre otras cosas. Apareció por primera vez en el periódico 'The Boston Journal', el 9 de febrero de 1885, como ejemplo de buena práctica para los estudiantes de mecanografía.
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Aunque la idea de establecer este 'teléfono rojo' había surgido unos años antes, el detonante para su definitiva puesta en marcha fue la crisis que se produjo en Cuba unos meses antes, en octubre de 1962, cuando Estados Unidos se enteró de la existencia en la isla de una serie de bases de misiles nucleares, de alcance medio, propiedad del Ejército soviético. En opinión de numerosos expertos, ese fue el momento que más cerca estuvimos de que estallara una Tercera Guerra Mundial. Entre otras cosas, porque durante las 12 horas que tardó en llegar el mensaje de 3.000 palabras que Nikita Khrushchev envió para establecer un acuerdo inicial y rebajar la tensión, se podría haber desatado la tragedia. Y si algo habían aprendido, es que no podía volver a ocurrir.
Cable submarino
Poco después de comprobar su eficacia con aquel extraño mensaje, el 'teléfono rojo' se convirtió en un símbolo de la desescalada de tensión geopolítica, el último reducto del diálogo y el entendimiento entre dos formas de entender el mundo. En realidad, no obstante, la comunicación no era tan directa como se pensaba. La línea por cable submarino cubría la ruta entre Washington y Moscú a través de Londres, Copenhague, Estocolmo y Helsinki, pero permitía el envío de teletipos cifrados con una especie de circuito telegráfico que, a pesar de su aspecto rudimentario, ofrecía una seguridad que no se podía garantizar mediante una comunicación telefónica, más fácilmente detectable y desencriptable.
El primer mensaje oficial fue mucho más serio y llegó apenas tres meses después, también desde Washington, para informar a los rusos del asesinato de Kennedy. Moscú no lo inauguró hasta cuatro años más tarde para informar de un conflicto en el que no participó, la Guerra de los Seis Días, que enfrentó a Israel, Egipto, Jordania y Siria. Con aquella comunicación, el Kremlin quiso aclarar a los estadounidenses, lo más rápido posible, los movimientos de sus flotas en el Mediterráneo, con el único objetivo de que no se malinterpretaran como hostiles y provocara un mal mayor.
En 1971, el cable submarino fue sustituido por la comunicación vía satélite a partir de 1971, ya con Richard Nixon en la presidencia de Estados Unidos y Leonid Brézhnev como líder soviético. Y, a partir de 1985, se utilizó la tecnología del fax, la que imperó en los años finales de la Guerra Fría. Durante todos esos años y los posteriores, el 'teléfono rojo' jugó un papel importante en otros conflictos como la Guerra de Vietnam, el enfrentamiento entre India y Pakistán en 1971; la Guerra del Yom Kipur en 1973, de nuevo entre Israel y sus vecinos árabes, y la invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética.
Una comedia muy seria
En aquellos años, el 'teléfono' ya había pasado a formar parte del imaginario popular. En primer lugar, por el aparato de color rojo sin marcación que se exhibe en la Biblioteca y Museo Jimmy Carter, que no es más que un accesorio utilizado para representar esta línea directa entre Washington y Moscú. En segundo, por la exitosa película que el director Stanley Kubrick estrenó en 1964, '¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú' –cuyo título original era 'Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb', cuya traducción literal es 'cómo aprendí a dejar de preocuparme y querer a la bomba'–, protagonizada por Peter Sellers.
El argumento es muy sencillo y se acercaba mucho a la realidad. Convencido de que los comunistas están contaminando Estados Unidos, un general ordena desde Washington un ataque aéreo nuclear sorpresa contra la Unión Soviética. Su ayudante, el capitán Mandrake, trata de encontrar la fórmula para impedir el bombardeo. Por suerte, su presidente se pone en contacto con Moscú para convencer al Kremlin de que el ataque no es más que un estúpido error. Tal y como apuntó el crítico de 'The Guardian', John Patterson, es «una obra maestra de la comedia que es también profundamente seria y perceptiva sobre las locuras militares de aquella época».
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