Así trabajó el ejército de científicos que Napoleón usó para desentrañar los misterios de Egipto
Cuando se dirigían a El Cairo, ninguno de sus integrantes sabía muy bien a dónde iba o qué se esperaba de ellos al otro extremo del Mediterráneo
Madrid
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Iniciar sesiónA estas alturas no cabe la menor duda que en las ansias por conquistar el mundo de Napoleón eran infinitas. Quizá el ejemplo más claro es el de Rusia. El 24 de junio de 1812, en Kovno, El emperador francés presenció el cruce del ... río Niemen de los primeros regimientos de su Gran Ejército. Las dimensiones de este eran tan gigantescas que sus tropas tardaron ocho días en atravesarlo por tres puentes diferentes. Entre sus soldados había italianos, polacos, portugueses, bávaros, croatas, dálmatas, daneses, holandeses, napolitanos, alemanes del norte, sajones y suizos, cada uno con sus propios uniformes y sus canciones.
En la década anterior Napoleón ya había protagonizado otras campañas en Italia y Francia, y después de ser coronado en Notre Dame, continuó su asombrosa cadena de victorias en Austerlitz, Jena y Friedland. En el verano de 1812 dominaba todo el continente desde el Atlántico hasta el río Niemen, pero más allá, nada. Por eso se lanzó a por la vasta región de Rusia para extender su dominio a Asia con nada menos que 615.000 hombres de veinte naciones.
No obstante, no siempre las intenciones de Napoleón fueron militares. En el fondo de su corazoncito había un aprendiz de científico, un hombre de letras, un pequeño intelectual con ganas de conocer el mundo además de conquistarlo, como quedó claro en la conquista de Egipto a finales del siglo XVIII. El corso empleó más de cincuenta mil soldados, casi cuatrocientos barcos, algo más de dos mil oficiales y unas trescientas mujeres entre esposas de militares y prostitutas embarcadas ilegalmente.
Al atardecer del 1 de julio de 1798, esta flota de guerra, una de las más grandes jamás armada, puso pie en las playas egipcias de Alejandría, Rosetta y Damieta. Hasta ese momento, salvo una reducidísima élite, nadie sabía muy bien a dónde iba o qué se esperaba de ellos al otro extremo del Mediterráneo. En especial, el pequeño ejército de ingenieros, científicos, arquitectos, músicos, poetas, matemáticos, químicos, médicos, botánicos y pintores que se había unido a aquella aventura aunque no fueran a empuñar un solo arma.
Rumbo a El Cairo
En apenas veinte días, parte de esos efectivos se hicieron con el control del Delta del Nilo y descendió rumbo a El Cairo. Al ver las impresionantes pirámides de Giza por primera vez, se estremecieron. Y, a continuación, bajo las sombras picudas de aquellas gigantescas moles de piedra, derrotaron a las poco organizadas hordas de mamelucos. En menos de dos horas pusieron fin a tres siglos de dominio otomano en Egipto.
«Soldados, desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan»
Cuando dirigió aquella colosal conquista, Napoleón era solo un prometedor general de solo 29 años que, en realidad, tenía en mente un propósito diferente al militar e, incluso, al de su propia gloria: aprender todo lo que pudiera de aquel país prácticamente desconocido en Europa y enseñárselo al mundo. Por eso reclutó a los mejores científicos, artistas e intelectuales de aquella Francia de la Ilustración.
Esta conquista se enmarca dentro del interés que despertó en los europeos, a los largo del Siglo de las Luces, conocer el mundo y plasmarlo de la manera más científica y rigurosa posible, sin artificios, a través de dibujos y grabados que se irían perfeccionando con los años hasta desembocar en el nacimiento de la fotografía en 1839. Un viaje de descubrimiento fascinante en el que algunos ejércitos se pusieron al servicio de la ciencia y el arte, a su vez, al servicio de esta. El objetivo era mostrar, de la manera más fiel a la realidad que se pudiera, esas regiones del mundo que la mayoría de los mortales nunca podrían visitar.
Descubrir Oriente
Hacía tiempo que Napoleón estaba obsesionado con la idea de descubrir, en su caso, Oriente. Durante el viaje se leyó el Corán y lo consideró «sublime». Y, nada más llegar a Giza, comentó fascinado: «Soldados, desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan». En su afán civilizador, además, publicó una serie de decretos como nuevo gobernador de Egipto que era, con los que creó el primer sistema postal regular del país, un servicio de diligencias entre El Cairo y Alejandría, una casa de moneda para convertir el oro de los mamelucos en escudos franceses, construyó molinos de viento para elevar el agua y moler el trigo, trazó mapas e instaló las primeras lámparas de la capital.
Aunque este viaje, que duró cuatro años, fue posiblemente el que desplegó un mayor poder transformador de todas las que se llevaron a cabo en la Ilustración, no fue el único. Ni siquiera el primero. El número de expediciones científicas de esa centuria fue muy superior a los efectuados en los siglos anteriores. Hubo muchas que recorrieron África, América, Asia e, incluso, los rincones más desconocidos del viejo continente. Desde exploraciones marítimas con aportaciones cartográficas, hasta astronómicas y geodésicas, pasando por naturalistas, que tenían el objetivo de enriquecer el conocimiento con nuevas especies vegetales, minerales y animales.
'La descripción de Egipto'
El trabajo realizado por el ejército de sabios de Napoleón, durante su viaje por las tierras del Nilo desde 1798 hasta 1802, fue impresionante. Entre ellos estaba el matemático Gaspard Monge, fundador de la Escuela Politécnica; el barón Dominique Vivant Denon, artista que años más tarde dirigió el Museo del Louvre; el geólogo Déodat de Dolomieu, uno de los más grandes exploradores de las regiones volcánicas de Sicilia, Calabria y los Alpes; el físico Étienne-Louis Malus, que descubrió la polarización de la luz, y el químico Claude Louis Berthollet, inventor de la lejía.
Napoleón llevó a 167 expertos que llevaron a cabo una exhaustiva investigación científica y etnográfica sobre el terreno
Un total de 167 expertos, encargados de llevar a cabo la exhaustiva investigación científica y etnográfica sobre el terreno, que fue continuada después en Francia por otro grupo de artistas e intelectuales. Todo ese trabajo dio como resultado los 23 volúmenes con textos y láminas que componen 'La descripción de Egipto'. El primero se publicó en 1809 y el último, en 1829, con el fin de catalogar todos los aspectos conocidos del antiguo y moderno Egipto, así como su historia natural.
Más de dos siglos después de su publicación en Francia, hace dos años esta obra se mostró por primera vez al público con sus láminas separadas, en la exposición 'Una tierra prometida. Del Siglo de las Luces al nacimiento de la fotografía'. Una muestra ingente con una selección de más de 900 láminas, dibujos, grabados y fotografías antiguas de esta y otras expediciones científicas y culturales llevadas a cabo desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX, que se pudieron ver en el Museo Universidad de Navarra (MUM), en Pamplona.
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