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Las increíbles dos vidas del anarquista que casi mata a Franco cuatro días antes de la Guerra Civil

ABC reconstruye la peripecia de Antonio Vidal, que logró escapar tras el atentado frustrado en Santa Cruz de Tenerife y terminó formando una segunda familia en Estados Unidos con el nombre de Martín Herrera de Mandoza

Antonio Vidal, de mayor y con otro nombre, junto a una imagen de Franco ABC
Israel Viana

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Cuenta Ángela Herrera desde Boca Ratón, cerca de Miami, que cuando vivía en Filadelfia de joven, veía muchas veces a su padre «serio y callado». Su madre siempre comentaba: «Mírale, ya está otra vez, se cree la cima de sí mismo». Nunca sabían exactamente qué le pasaba o en qué estaba pensando. Recuerda también que solían preguntarle por su familia, con la que supuestamente había perdido el contacto al huir de España en 1939. Le animaban a ir a Barcelona a consultar en los archivos de las iglesias, porque algún hermano debía de seguir vivo, pero él siempre respondía que era «imposible, que todos esos documentos se habían quemado durante la Guerra Civil ». Una vez, incluso, exclamó: «¡Además, no quiero ver a nadie!».

Cuando esta profesora jubilada de 71 años se vino a vivir a Madrid, donde se casó y residió durante tres décadas antes de regresar a Estados Unidos, convenció finalmente a sus padres para que se vinieran a residir cerca de ella y de sus hermanas, que también se habían trasladado a la capital de España. Su padre volvía por fin a casa y, sin embargo, persistía aquel comportamiento extraño con su pasado. Solo en una ocasión el cuñado de Ángela consiguió que este le acompañara en un viaje de negocios a Barcelona. Pensaba que le haría ilusión volver a su ciudad, pero no. «Ni siquiera quiso salir del coche», apunta. A pesar de ello, no le dieron muchas vueltas al tema. Eran cosas de la guerra.

Su padre murió finalmente en Madrid, «tras tres años de demencia en los que no lo pasó muy bien y sin contactar con su familia catalana». El 7 de enero de 1996, su nombre apareció en la lista de fallecidos de ABC : Martín Herrera de Mendoza . Sus nietas aún recuerdan con cariño «al Mendoza», como le llamaban en broma. Pero la vida de la familia continuó tranquila hasta que, en 2011, al marido de Ángela se le ocurrió buscar el nombre de su suegro en Google… y sus vidas dieron un vuelco.

«Entre los resultados apareció la reseña de un pequeño libro, “Fraternalmente, Emma”, que recogía la correspondencia entre la famosa militante anarquista y feminista rusa Emma Goldman y un miembro de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) llamado Antonio Vidal Arabí. Nosotros nunca habíamos escuchado ese nombre ni conocíamos al personaje, pero la fotografía que aparecía era la de mi padre de joven. En la web, además, había un comentario que decía: “Yo soy la nieta de Antonio Vidal Arabí”, en el que esta persona solicitaba contactar con el editor porque no le había pedido permiso para publicar esas cartas privadas. Entonces la escribí: “Por favor, déjame tu número de teléfono. Tú eres la nieta y yo soy una hija suya estadounidense”. Y lo que averiguamos a continuación fue una sorpresa impresionante».

Antonio Vidal, de joven, antes del atentado y de cambiarse el nombre por el de Martín Herrera de Mendoza Ángela Herrera

La otra familia

Su padre no se llamaba realmente Martín Herrera, sino, efectivamente, Antonio Vidal, y era el hombre que intentó asesinar a Franco , en Santa Cruz de Tenerife, cuatro días antes de que comenzara la Guerra Civil. El atentado que más cerca estuvo de acabar con el Caudillo y que pudo cambiar la historia de España. «Nos enteramos de que había dejado a otra familia en España con seis hijos. Y del atentado nunca contó nada… ¡Jamás! Ni siquiera se le escapó cuando apareció la demencia. Mi padre nos dejó pensando que se había llevado el secreto a la tumba. Y ahora, de repente, hemos podido reconstruir toda su vida entre los Vidal y los Herrera», añade la hija, que siempre pensó que este había nacido en Cuba en 1903, como indicaba su pasaporte, y no en Barcelona en 1898. Y que había muerto a los 93 años, en vez de a los 98.

Hasta este reportaje, el paradero del antiguo líder anarquista que se codeó con Buenaventura Durruti y el presidente Juan Negrín era desconocido para todos los historiadores que han abordado su vida, la del Caudillo, la Guerra Civil o los casi cuarenta años de régimen. Ricardo García Luis es el que más cerca estuvo en «Crónica de vencidos. Canarias: resistentes de la guerra civil» (La Marea, 2003). En el prólogo de «Fraternalmente, Emma» (La Felguera, 2008), de hecho, este mismo investigador asegura que «Vidal murió en Estados Unidos a mediados de los 60, pero sus descendientes siguen ignorando todavía hoy dónde reposan sus restos. Casi toda su vida es un misterio».

Había crecido en la Ciudad Condal y estudiado con el escultor y marmolista Juan Senabre Carbó, con cuya hija Mercedes se casó. En esta época entró en contacto con el anarquismo por primera vez, hasta que el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera , en 1923, le obligó a huir a Tenerife. En la isla trabajó de marmolista y se construyó una casa para reunir a su mujer, su primer hijo, sus hermanos y sus cuñados. Todo ello mientras continuaba con su actividad ilegal, que en 1932 le llevó a la cárcel por primera vez durante seis meses y, en 1935, a fundar la FAI en Canarias.

Armas para frenar el golpe

Semanas antes de estallar la guerra, visitó al gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife, Manuel Vázquez Moro , de Izquierda Republicana, para pedirle armas con las que hacer frente al golpe militar que sabía que se estaba fraguando. Este se negó y Vidal pasó al plan b: asesinar directamente a Franco, comandante militar de Canarias. La decisión fue tomada por varios miembros de la federación anarquista y nuestro protagonista se encargó de organizarlo. Según García Luis, también de ejecutarlo, en colaboración con Martín Serarols Treserras , conocido como «El Catalán», y Antonio Tejera Afonso , «Antoñé». Lo mismo señala Antoni Batista en «Los atentados contra el dictador» (Debate, 2015). «En sus memorias, Antoñé dice que mi padre lo ideó todo y que, además, estaba deseando ejecutarlo, pero yo no puedo asegurar si esto último lo hizo, me faltan datos», aclara Ángela.

El plan era sencillo. La noche del 14 de julio de 1936, el comando anarquista se escurrió por la trampilla de una cantina contigua a la Comandancia Militar, a cuya dueña conocían. Desde ahí accedieron a una azotea y, después, a un corredor que se dirigía hasta la habitación donde descansaba el futuro Caudillo. Solo tenían que abrir, disparar a bocajarro y huir por el mismo sitio. Desconocían, sin embargo, que un camarada les había delatado y que Franco había redoblado la guardia y cerrado su puerta a cal y canto.

Tumba del cementerio de Santa Cruz de Tenerife donde Vidal se refugugio, con sus iniciales grabadas A. H.

«¡Auxilio, pistoleros!»

Cuando estos intentaron forzarla, el famoso general se percató y, según la versión de Antoñé, empezó a gritar: «¡Auxilio, pistoleros!». Al descubrirlos, un cabo y cuatro soldados comenzaron a disparar contra los asaltantes y hasta los persiguieron por las calles de Santa Cruz de Tenerife, pero lograron huir. «Como era marmolista, cuando se produjo la sublevación se escondió en una tumba del cementerio de San Rafael y San Roque que él mismo había habilitado como refugio y en cuya lápida había grabado sus iniciales: “A. Vidal E. I. Arabí”. Habían comenzado las torturas… bueno, de un bando y de otro. A su hermano Emilio, de hecho, lo mataron al no encontrarle a él», relata.

Los seis hermanastros de Ángela ya habían nacido cuando, a continuación, su padre fue reclutado como agente del Servicio de Información del Ejército de Tierra republicano. Tuvo que realizar numerosos viajes a Tánger, Madrid y Londres, en los que conoció a Emma Goldman. Fue en esa época cuando se cree que adoptó su nueva personalidad de Martín Herrera Mendoza: el agente M.H. 16. Franco, sin embargo, ganó la guerra y él tuvo que huir a Inglaterra con la esperanza de traerse a su familia allí. Para enterrar su identidad, pidió a sus amigos que gestionasen ante las autoridades españolas la muerte de Antonio Vidal en el frente de Majadahonda, el día 4 de enero de 1937, como víctima de un bombardeo.

«En septiembre de 1939 —prosigue Ángela—, consigue llevar a sus hijos y a su mujer a Francia, pero cuando los nazis comienzan a invadir el país, a esta le entra miedo y regresa a casa de sus padres en Barcelona. Mis hermanastros cuentan que su madre siempre decía que, si hubiera tenido dos hijos, se habría ido con uno en cada mano a México, que era lo que ambos querían, pero seis eran muchos. Y cuando mi padre vio que estaba condenado y que no podía regresar a España con su familia, la cual había vuelto definitivamente, se embarcó hacia Estados Unidos en 1941».

Antonio Vidal (izquierda), con una pistola en el cinturón, posa con compañeros anarquista de Tenerife, en septiembre de 1936 A. H.

En Estados Unidos

Se instaló en Nueva York y, un año después, conoció a su segunda esposa, también llamada Ángela, en una asociación de ayuda a los refugiados de la Guerra Civil. Pronto se casaron y se trasladaron a Filadelfia, donde montó una empresa de mármol, tuvo cuatro hijos más y vivió ocultando su verdadera identidad. «La familia española sí sabía que estaba en Estados Unidos, porque mis hermanastros dicen que envió varias cartas a su primera mujer a escondidas de mi madre. La última, en 1958. Al parecer, dejó de escribir cuando se enteró de que su hijo Jordi había muerto de tuberculosis. Se quedó impactado, pero siguió enviándoles dinero, medicamentos, ropa y todo lo que podía. De eso nosotros nunca nos enteramos, aunque mis hermanastros me dieron copias de esas cartas cuando nos conocimos en 2011. Fueron muy cariñosos. Ahora somos como una sola familia», reconoce.

Los Vidal buscaron a su padre durante toda su vida. Uno de sus hijos, también marmolista, fue a entregar una vez una pila bautismal a Puerto Rico e intentó ir a Filadelfia. Y su nieta viajó allí en su luna de miel, pero no supo por dónde empezar a buscarle. «El problema es que él se llamaba de otra manera y era estadounidense, por lo que en la Embajada española no podían ayudarles —continúa—. Tampoco vivíamos ya en Filadelfia, sino en el campo, y nunca puso nuestra dirección en el remite. Era imposible. Una de sus sobrinas españolas me contó que mi padre quiso reunirse una vez con Mercedes en Tánger, pero ella no accedió. Y no porque se sintiera abandonada, ya que educó a sus hijos poniendo siempre a mi padre en un pedestal. Para ellos era como un héroe, y ella decía que los 14 años que estuvo casado con él habían sido suficientes para durarle toda una vida. Falleció en los 80 sin saber que su marido tenía otra familia, aunque creo que lo sospechaba».

La primera vez que Antonio Vidal regresó a España fue en 1968, pero solo fugazmente a visitar a su hija Ángela cuando esta se mudó a Madrid. Ahora entiende lo que le dijo su actual marido al conocerlo: «Tu padre es muy extraño. Siempre está con las gafas de sol mirando a todos los sitios, como si tuviera miedo». «Pero, claro, es que lo tenía. Aún así, creo que lo que más le preocupaba no era su doble vida, sino que un hijo suyo había muerto y que a otros cinco no los veía desde que eran niños. No olvides que perdió a una familia con 41 años, por la guerra, sin pretenderlo», subraya.

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