riofrío

Un pastor explica el sentido de la vida

«Encontramos una vía escondida, una pista que pasa bajo la autovía por la que se desvanecen los que saben lo que buscan, quiénes son, a dónde van, de qué huyen, qué esperan de la vida»

fotos: corina arranz

alfonso armada

La piscina aparece intacta después de que la noche tejiera su capa de seda negra. Dejamos al nadador pensando junto al borde, en sus trabajos y sus días, sabiendo que tenemos más en común con él de lo que quisiéramos, y regresamos a la ruta, ... a nuestra doble hélice, carretera de dos direcciones, con Francis Scott Fitzgerald no solo en la guantera: “Y así vamos, adelante, botes que reman contra la corriente, incensantemente arrastrados hacia el pasado”. La A-4154 arranca del corazón de Priego de Córdoba , como si fuera un cordón umbilical que ha sobrevivido a la disolución general de las raíces que a fin de cuentas son las autovías, las autopistas de peaje, las carreteras de circunvalación, los aparcamientos disuasorios, los aeropuertos, las estaciones de alta velocidad… que parecen empeñados en perdernos. ¿Cómo orientarse en medio de la vorágine?

Esta carretera, la antigua N-321, que se despliega hacia Loja, todavía conserva, como la de Arcos de la Frontera a Espera, los viejos mojones de cemento, en este caso con penacho rojo y sus dígitos bien visibles. Otra verdadera carretera secundaria que ha sobrevivido a la evolución de las especies , un compendio de curvas que se adapta a la orografía y que no pretende hacer de la recta y del viaducto, de la velocidad y la prisa, de la llegada, el principal argumento de la vida. Todo son olivares al amanecer, cada loma, cada ladera, cada vaguada, cada cumbre. Nos detenemos a la entrada de un cortijo donde todos duermen, justo ante un puente que salva el río Salado, el que alimenta la piscina del hotel donde hemos podido conciliar el sueño pese a la noche ardiente.

¡Qué paz en los campos, con tantos olivos ganándose su primera sombra! El sol entra de soslayo cuando el día es todavía un animal reciente y vuelve a iluminar el árbol de la vida , las ramas cuajadas de aceitunas que, en estas laderas protegidas, con agua y sol, maduran rápidamente. El olivo es un árbol rugoso, historiado, lleno de memoria, de intemperies, de noches que parece que no van a terminar nunca, y de interminables estíos. Su tronco oscuro, enrevesado, lleno de anfractuosidades, venas, tensiones que resuelve volviéndose sobre sí mismo, calladamente, sin estridencias parece más piedra que leña. ¿Cómo no acordarse de Antonio Machado?

Sobre el olivar,

se vio la lechuza

volar y volar.

Campo, campo, campo.

Entre los olivos,

los cortijos blancos.

Y la encina negra,

a medio camino

de Úbeda a Baeza.

Vamos de Priego de Córdoba a Loja por una carretera que se demora, que exige toda la atención del mundo, y la paciencia de los viajeros. La sombra del quitamiedos empieza a despegarse de su fuente. El sol avisa muy temprano de que no tendrá contemplaciones. Olivillos. Los cipreses de un verde mate, hondo, anuncian la presencia de un cortijo de blancura inmaculada. Parecen centinelas que no se acuestan nunca, que no desfallecen. Por la sierra de Albayalde contemplamos las colinas cultivadas hasta el último rincón, hasta las laderas vertiginosas, y las cimas. Si no fuera porque se trata de olivos, y porque la tierra tiene otra textura, otra gama de verdes, podría ser Ruanda.

Entramos en Algarinejo y en la provincia de Granada. El pueblo se anuncia primero con la mansedumbre del cementerio, inmenso, blanco, con arcos de medio punto, impecable, y los cipreses, que sirven de porteros tanto de la muerte como de la vida. Como si formaran parte del mismo relato, de la misma historia. A continuación, el tanatorio y, enseguida, el pueblo. La carretera vuelve a enrevesarse, una serpiente de asfalto escueto, ahora con quitamiedos de piedra encalada como en los primeros viajes de la infancia, cuando el mapa de España parecía mucho más sencillo de memorizar.

Johnny Cash no cansa nunca. Con Machado, qué mejor compañero de viaje para estas soledades. Redemption song me conmueve hasta las lágrimas. Acústica, desnuda, la canción, incluida en Uprising, el último disco que Bob Marley grabó con the Wailers antes de entregar el alma, cobra en la voz de Cash, fiel compañero de viaje con John Hiatt , una dimensión desconocida, canciones que son una forma de redención, canciones de libertad en medio de los olivares solitarios:

Emancipate yourselves from mental slavery;

None but ourselves can free our mind.
 Wo! Have no fear for atomic energy,

'Cause none of them-a can-a stop-a the time.


How long shall they kill our prophets,


While we stand aside and look?


Yes, some say it's just a part of it:


We've got to fulfill de book.

Won't you help to sing
These songs of freedom? -

'Cause all I ever had:


Redemption songs -

All I ever had:


Redemption songs:


These songs of freedom,


Songs of freedom.

Canta Cash con su fervor sufriente mientras pasamos por un tramo de carretera sombreado por altísimos pinos como los que pintó Castelao a la acuarela. Extrañas concomitancias, recuerdos entremezclados, un viaje hacia el pasado en pos de un señuelo, de un sentido que no siempre se muestra inequívoco. ¿Qué estamos dibujando? Y nuevos haces, secuencias de curvas para acabar de despertarte, despeñarte, asentar el desayuno… El bar Tokio es lo primero que te da la bienvenida nada más llegar a Ventorros de San José. Pero está cerrado a cal y canto. Optamos por Salva (por Salvador, imaginamos). Preside la barra una insólita maqueta del buque escuela Juan Sebastián Elcano .

–¿Ha sido guardiamarina?

–No, es un regalo de un amigo que está loco por los barcos.

–Mejor el barco que una cabeza de jabalí.

Atravesamos Loja de parte a parte camino de Riofrío y sin esforzarnos contamos infinidad de negocios cerrados, tiendas quebradas, sueños rotos. “Se alquila” y “se vende” son los versos sueltos que más se repiten, inhábiles para cualquier poeta que se precie, como Antonio Machado:

Los olivos grises,

los caminos blancos.

El sol ha sorbido

la calor del campo;

y hasta tu recuerdo

me lo va secando

este alma de polvo

de los días malos.

Buscamos al atardecer el camino que sube a la sierra de Loja. No resulta fácil. No ayudan las señales, ni los nativos. Pero acabamos encontrando una vía escondida, una pista que pasa bajo la autovía por la que se desvanecen los que saben lo que buscan, quiénes son, a dónde van, de qué huyen, qué esperan de la vida. Salvo una curva cerrada en la que se gastaron una pinta de asfalto, el resto es un camino descarnado. El Seat Ibiza se porta como un jabato, aunque no forzamos la máquina. Lo llevamos del ronzal, al tran tran, como un burro que todavía ha de llevarnos lejos, aunque ya estamos en el último tramo de nuestras carreteras secundarias, a punto de completar el mapa de España . Loja y el valle todo se van quedando muy abajo, empequeñeciéndose, como la autovía, los hoteles, los negocios quebrados, los afanes, los trabajos y los días.

Es como si el pastor y sus ovejas nos estuvieran esperando. Van a dar las nueve y el sol empieza a besar el horizonte, que desde estas cimas, Las Llanadas Altas, dominan una no pequeña porción del mundo, es decir, muy pequeña. Las ovejas, negras, blancas, parecen aplastadas por el peso de la vida, el calor, el cansancio, la sed de un largo día de agosto en la sierra granaína, sierra de Loja, un mundo aparte. Para Santiago García Jiménez , que tiene la edad de Cristo, aunque espera seguir viviendo muchos años, “no hay un sitio mejor”. Adora estas soledades, estos peñascos, esta sierra sin fin donde está “más a gusto y más feliz” que en cualquier otro lugar del mundo. Pastor desde los quince años, cuando dejó la escuela, aquí ha encontrado su camino . No hay nada que prefiera a la vida de pastor, “aunque ya no es tan esclavo como antes”. Habla mirando a los ojos, despacio: “Ahora hasta me he permitido contratar a una persona y cogerme vacaciones, pero tiene que gustarte. Tienes que estar siempre pendiente de las ovejas, domingo y festivos”. Se ha quedado muchas veces a dormir en la montaña, junto a su rebaño, pero ahora sube y baja en su motocicleta hasta Loja, donde vive con su mujer y sus dos hijos. “Ella no lo entiende” . Su rostro habla por él . No hay más que verle. Disfruta de la luz, la soledad de la sierra.

Su padre se hizo pastor después de años de camionero. Él le aficionó a los animales y ahora no hay nada que cambiar. Las ovejas son suyas. Un millar de cabezas que vienen a beber de las dos bañeras que él llena con una manguera desde un depósito que se encarga de rellenar. El buen pastor. Habla con devoción de sus ovejas, de raza lejeña. Aunque dan lana, son sobre todo de carne, buenos lechazos. “Tienen huesos finos y muy poca grasa, por eso son muy apreciadas en Segovia y en León. Hago guías para mataderos segovianos, luego dicen que son de allí”. Es como el aceite, que compran aquí los italianos y luego venden como propio. Igual sucede con las ovejas de Santiago. Podría pasar por un joven cualquiera, con su camiseta roquera y su motocicleta, pero lo suyo es la soledad de las llanadas, de los roquedales, de la Laguna Negra, ahora seca, de estos abismos desde los que se tiran los locos del ala Delta. Él no lo no necesita. Él vuela siendo pastor.

–¿Y da bien para vivir?

–Comemos.

–Gracias a las subvenciones de la Unión Europea y de la Junta de Andalucía, en parte para mantener limpios los bosques, evitar los incendios, el negocio se sostiene. Pero quedan pocos:

–Ganaderos quedamos diez o doce, pero jóvenes dos o tres. Es muy sacrificado, y aunque a veces se presentan voluntarios no conocen el oficio. Y no es fácil.

El año pasado, en la primera fase de este viaje Por carreteras secundarias, nos encontramos con varios pastores, y pegamos la hebra. Todos eran mayores, y sobre todo se quejaban del trabajo, del precio de la carne, del esfuerzo que no compensa. Todo lo contrario que Santiago García Jiménez, pastor de Loja , que se está haciendo una casa en Riofrío, que no se queja de la vida, al contrario. Su rostro lo dice por él. Es un hombre feliz.

Le dejamos en la montaña, con sus ovejas. Bajamos casi tan despacio como subimos. Menos mal que en algunos tramos, los más abruptos, donde el cantil es más enconado, han puesto quitamiedos. “Hicieron la pista para subir los molinos de viento, hace diez años. Pero desde entonces no lo han reparado”. Se nota. El camino está descarnado, las piedras en carne viva, los socavones acentuándose por los zurriagazos de la lluvia. A media que nos acercamos al valle la luz se va desvaneciendo. Los faros del coche perforan la oscuridad, pintan los pinos que afloran cuando estamos ya cerca de la autovía, de los coches que pasan como alma que lleva al diablo. Nos cruzamos con un conejo. La noche viene caliente, como el día. En la penumbra del bosque descubrimos la sombra del nadador, nuestra propia sombra, ciervos volantes, ciervos imaginarios, siluetas, deseos, figuras que “reman contra la corriente, incensantemente arrastrados hacia el pasado”. Todo lo contrario de un pastor que en la sierra de Loja sabe cuál es el verdadero sentido de la vida.

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