Falacias y traiciones en 1938: el oscuro episodio de megalomanía que une a Hitler y Putin
Antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, el 'Führer' aprovechó la política de apaciguamiento para anexionarse Austria y parte de Checoslovaquia
Estos días, el presidente ruso ha hecho lo propio con cuatro regiones de Ucrania, aunque la comunidad internacional no se ha quedaod de brazos cruzados
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Iniciar sesiónLa pluma de Vladimir Putin es la más rápida del 'Far west'. Igual firma una movilización parcial de 300.000 reservistas, que el cierre de los gaseoductos rusos. En las últimas horas ha llegado incluso a rubricar la anexión ilegal de cuatro regiones ucranianas: ... Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia. Por el idioma, dice, y porque sus fuerzas armadas las han liberado del nazismo que vertebra Ucrania. Pero que no se crea novedoso el presidente, porque lo que ha hecho emana cierto tufo a la presión que Adolf Hitler ejerció sobre Europa a finales de la década de los treinta. Política, por cierto, que derivó en la adquisición por las bravas de los controvertidos Sudetes. En este caso, no obstante, la comunidad internacional no se ha quedado mirando, sino que ha pasado a la acción.
Apaciguar a Hitler
La crisis de los Sudetes saltó a los medios tras el 'Anschluss'. Hitler se hinchó cual pavo real tras la anexión sin consecuencias de Austria. Con el regusto del trabajo cumplido giró sus miras hacia Checoslovaquia. Consideraba al país una daga que apuntaba al corazón de Alemania; una alumbrada de forma artificial por la comunidad internacional a costa de Bohemia, Moravia y Eslovaquia. En sus alocuciones, enarbolaba la necesidad de liberar a los tres millones y medio de alemanes que vivían en la cercana región de los Sudetes. Argumentos populistas no le faltaban, pues los germano-hablantes representaban un 30% de la población local y habían tenido mil y un problemas con el gobierno de Praga desde que se fundó el país.
Tahúr como pocos, el 'Führer' se valía también de la persecución que sufría el SdP (el Partido Alemán de los Sudetes) para ganarse a la población local. Lo que obviaba indicar era que él mismo azuzaba las ascuas de la violencia desde Berlín y empujaba a sus partidarios –liderados por Konrad Henlein– a movilizarse de forma violenta contra el gobierno local. En el fondo de su mente, el objetivo estaba claro. «Es mi decisión inalterable destruir Checoslovaquia por medio de una acción militar en un futuro cercano», llegó a admitir. A cambio, Francia y Gran Bretaña se ponían de perfil con el único anhelo de evitar el estallido del conflicto.
Los comienzos de 1937 marcaron un antes y un después en el aumento de la tensión. El historiador Andrew Roberts explica en 'La tormenta de la guerra' que, en octubre, las milicias partidarias de Alemania habían generalizado los altercados violentos en las calles del país. Un mes después, los nazis de los Sudetes presentes en el parlamento Checo abandonaron su sillón alegando que se les había prohibido celebrar mítines políticos. Hitler enarboló aquello contra la comunidad internacional y el Tratado de Versalles. Aunque no fue hasta 1938 cuando comenzó la etapa más dura de esta olvidada fiesta.
La locura se desató en una fecha no apta para supersticiosos. El 13 de septiembre, los alemanes de los Sudetes rompieron relaciones con el gobierno checoslovaco. La violencia cundió en las calles hasta tal punto que llamó la atención de Gran Bretaña y Neville Chamberlain, bandera de la política del apaciguamiento, solicitó una reunión con el 'Führer'. El 'premier', hoy denostado por permitir al Reich campar a sus anchas por Europa, creía todavía en una solución pacífica. Pero la situación no tenía visos de relajarse. En dos jornadas fallecieron una treintena de personas en los disturbios mientras, desde el Ejecutivo, se llamaba a la calma a la policía para no dar más excusas a los militares.
Guerra soterrada
El 15 de septiembre, mientras se emitía un mensaje a través de la radio local en el que se pedía a Alemania que tomara los Sudetes, Chamberlain voló hasta la residencia alpina de Hitler. El 'Führer' insistió en que los alemanes de la frontera checa eran masacrados a manos llenas y en que no dudaría en intervenir. El británico, por su parte, le llamó a la calma. Volvió con la idea de que habían llegado a un principio de acuerdo, como le narró a su hermana en una carta: «En pocas palabras, entablé cierta confianza, lo que era mi objetivo. Y, a pesar de la dureza y la falta de escrúpulos que creía apreciar en su rostro, me dio la impresión de que estaba ante un hombre en cuya palabra, una vez dada, se podía confiar».
Chamberlain se reunió de nuevo más con Hitler una semana después. El 'Führer' le dio un ultimátum: o los Sudetes, o habría guerra. En realidad no pensaba que el británico pudiese hacer nada. Tan solo buscaba entrar por las bravas en Checoslovaquia al calor de alguna excusa. Sin embargo, el 'premier' movió ficha y mantuvo varios encuentros con Francia y el gobierno de Praga para evitar la guerra. Además, en su informe al gabinete, dijo que el 'Führer' «no engañaría deliberadamente a un hombre al que respetaba y con el que había negociado». En menos de siete días tenía ya todo bien atado. «Convenció a todos de que había que revisar las fronteras checas para adaptarse a los deseos de los alemanes de los Sudetes», explica el historiador Álvaro Lozano en 'La Alemania nazi'.
El 22 de septiembre, Chamberlain voló de nuevo a Alemania para comunicarle la noticia a Hitler. Y este, sorprendido, añadió más y más exigencias. Algunas de ellas, alocadas y surrealistas. El inglés volvió turbado. «Es increíble, horrible, que tengamos que empezar a cavar trincheras y a ponernos máscaras antigás sólo por culpa de una pelea en un país distante entre gente de la que no sabemos nada», esgrimió en la BBC. Al final, a los checos se les dieron dos opciones: capitular y entregar los Sudetes, o combatir en solitario. Mientras, el 'Führer' seguía clamando contra la comunidad internacional:
«Henos aquí en presencia del último problema de debe ser y será resuelto. Es la última reivindicación territorial que tengo que formular en Europa, pero es una reivindicación a la que no renuncio. Durante veinte años, los alemanes de Checoslovaquia y el pueblo alemán del Reich han tenido que contemplar este espectáculo. Más bien, han sido forzados a permanecer como espectadores. He asegurado que una vez que esté este problema resuelto no habrá más problemas territoriales en Europa. Mi paciencia está al límite. Benes tiene en su mano la paz o la guerra. O bien acepta este ofrecimiento y da finalmente la libertad a los alemanes, o bien nosotros iremos a buscar esa libertad. Que el mundo se de por enterado».
A partir de aquí todo se sucedió a la velocidad del rayo. Mientras Europa se preparaba para la guerra, Mussolini intercedió en las negociaciones y consiguió que Hitler recapacitara. El 29 de septiembre de ese mismo año, el 'Führer' y el 'Duce' se reunieron con Chamberlain y el galo Daladier para llegar a un acuerdo definitivo. A Checoslovaquia se le dieron dos opciones: entregar los Sudetes o luchar en solitario. Su representante no pudo participar en la charla; esperó fuera. La URSS tampoco fue invitada. Y, a pesar de todo ello, una jornada después se firmó el Pacto de Múnich. Los Sudetes a cambio de evitar el derramamiento de sangre. Además, Gran Bretaña firmó un tratado de no agresión con el Reich; uno al que el dictador se refirió en privado como «papel mojado».
La firma del Pacto de Múnich fue el cénit de la llamada política de apaciguamiento. Un intento por parte de los gobiernos británico y francés de evitar la guerra haciendo «concesiones razonables» a los estados dictatoriales. Para Chamberlain, el tratado fue una victoria sin igual que traería «la paz para nuestro tiempo». Pero la realidad es que se convirtió en uno de los tratos más vergonzosos de nuestra Historia. El devenir de los acontecimientos no deja lugar a dudas: el 1 de septiembre de 1939, el líder nazi violó sus promesas e invadió Polonia con toda la potencia de la 'Blitzkrieg'.
Otros movimientos
Pero no es necesario recurrir a 1938 para buscar símiles entre las actuaciones de Hitler y Vladimir Putin. Años antes, en 1923, el futuro dictador utilizó un discurso similar al del líder ruso. En aquel tiempo, Adolf no era más que un cabecilla extremista de poca monta que soñaba con revolucionar el país a base de fusil y cuchillo; un tipo que, por haber llevado a cabo varias revueltas contra el régimen establecido, se había ganado un lugar en los calabozos. La Primera Guerra Mundial acababa de terminar, y Alemania se encontraba asfixiada por el pago de las reparaciones que, por la insistencia de Francia, no paraban de subir y subir.
Tal fue el dinero solicitado que el país galo, a sabiendas de que el gobierno alemán no podía hacer frente a las deudas, decidió ocupar por la fuerza la cuenca del Ruhr, una región al oeste del país germano característica por su gran riqueza en carbón. Alemania guardó silencio. Esa inactividad por parte de los líderes germanos nunca fue perdonada por Hitler quien, en el 'Mein Kampf', afirmó que hubiera usado aquella revuelta como excusa para dar rienda suelta a la guerra e invadir a sus vecinos: «Mediante la ocupación del Ruhr, el destino volvió a ofrecer a Alemania una nueva oportunidad para defenderse. Lo que a primera vista parecía una terrible desgracia, contenía posibilidades extremadamente promisoras para poner fin a los padecimientos de Alemania».
Esta forma de proceder no se aleja mucho de la del presidente ruso Vladimir Putin, quien se valió hace ocho años de las revueltas sucedidas en Ucrania para movilizar a sus tropas, ejercer presión internacional y, en último término, favorecer con ello la solicitud de un referéndum de anexión a su país en la Península de Crimea.
Más similitudes todavía guarda el 'Anschluss' o anexión de Austria por parte del Tercer Reich. La unión de ambos estados bajo el paraguas del imperialismo germánico siempre había estado sobre la mesa, aunque quedó mitigada en la década posterior al Tratado de Versalles. Sin embargo, el ascenso de Hitler al poder en 1933, así como la profunda crisis económica que asoló Austria en 1929, volvieron a hacer resurgir la idea de fusionar los territorios. Esta corriente se vio favorecida por el partido nazi del país, aupado y sufragado en la lejanía por Berlín, pero fue criticada por Engelbert Dollfuss, canciller austríaco, partidario de la dictadura de un partido único en la región y contrario a las tendencias pangermánicas.
El terror del 'Anschluss' sobrevolaba Europa, y se acrecentó todavía más cuando Dollfuss fue asesinado en 1934 por un comando nazi. Hitler proclamaba por entonces la necesidad de dominar Austria y liberarla del yugo judío que la asfixiaba. Sus aspiraciones se vieron frenadas en principio por el sucesor del canciller, Kurt Schuschnigg. Durante cuatro años, las relaciones entre ambos gobiernos vivieron una tensión constante acrecentada por el aumento paulatino del apoyo social al partido nazi austríaco.
Al final, a comienzos de 1938, el 'Führer' tomó la iniciativa y convocó al canciller Schuschnigg a una entrevista que se celebró el 12 de febrero en Baviera. En ella, bajo amenaza de invasión, le exigió unas condiciones excesivas para mantener la paz: el cese de su Jefe de Estado Mayor por su antinazismo, la entrada de varios líderes nacionalsocialistas en su partido y el nombramiento del jefe nazi austríaco Arthur Seyss-Inquart como ministro de interior.
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En un intento de mantener su poder y legitimarse, Schuschnigg organizó un referéndum nacional para determinar cuál era la postura de Austria ante el 'Anschluss'. La decisión enfureció soberanamente al 'Führer'. Hitler temía que tal votación pudiera acabar con el mito del deseo de la unión. La única solución que le quedó fue convocar a sus fuerzas armadas. La invasión se produjo el 12 de marzo, apenas una jornada antes de que la ciudadanía acudiese a las urnas. Todo ello, con la excusa de que habían sido excluidos de los comicios los menores de 24 años, la masa social más extremista. Tres días después de que los Panzer entraran en el país, cientos de miles de austríacos aclamaron en Viena al dictador y aprobaron así la desaparición de Austria.
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