Las verdades de la IIGM que enrojecen a Putin desde hace 80 años: «Stalin ocultó las cifras reales de muertos»
El doctor en Historia Moderna Xosé M. Núñez Seixas, autor de 'Volver a Stalingrado', es partidario de que la URSS convenció al mundo de que tenía una deuda histórica con el Ejército Rojo
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Iniciar sesiónNo pasa ni un minuto desde que Xosé M. Núñez Seixas descuelga el teléfono, cuando brota en la conversación el nombre de moda: Vladimir Putin. El doctor en Historia Contemporánea y catedrático en la misma materia en la Universidad de Santiago de Compostela ... arranca con una reflexión que tilda de chiste negro: «Ha contribuido a que venda más libros, pero ojalá deje de contribuir pronto. La situación actual es preocupante». La conversación no es al azar. El nuevo ensayo que presenta este estudioso –'Volver a Stalingrado', Galaxia Gutenberg– versa sobre el temible frente del este y el recuerdo que ha quedado de él en la vieja Europa. «Putin se basa en una serie de simplificaciones sobre la Segunda Guerra Mundial para legitimar la invasión a Ucrania», confirma.
Media hora de conversación después los mitos caen y afloran las verdades. El profesor, modesto, carga con su voz profunda contra ideas falaces como que hubo más soldados ucranianos en la Wehrmacht que en el Ejército Rojo. Y eso, por no hablar del mito de que «la URSS, y por lo tanto Rusia, pagaron un gran tributo en soldados en favor de la libertad de Europa». Estos y otros mil y un argumentos, repetidos hasta enroncar desde el Kremlin, han formado un peligroso cóctel al mezclarse con el sentimiento de culpabilidad que todavía existe en países como Alemania. La clave, incide, es saber separar la realidad de la propaganda.
Volver a Stalingrado
- Editorial Galaxia Gutenberg
- Páginas 400
- Precio 23,90
-¿Qué opina de Putin?
Es un autócrata, un presidente autoritario que encarna un modelo que tiene varios representantes en otras partes del mundo y que ahora, desgraciadamente, se empieza a extender por Europa oriental. Además es un líder forjado en un régimen dictatorial, con lo cual, sus métodos y maneras poco tienen que ver con los de un régimen democrático.
-¿Se le ha blanqueado en Europa hasta ahora?
No blanqueado, se ha tolerado la coexistencia pacífica con él. En Europa occidental ha habido una cierta tendencia a considerar que es mejor tener una buena relación de vecindad con Rusia por razones obvias: por su poderío, por su tamaño, porque es una potencia nuclear y porque, como se ha revelado, muchos países eran dependientes energéticamente de él. Por eso se ha mirado hacia otro lado en lo que respecta a la violaciones de derechos humanos con la oposición. Ahora nos enteremos de qué tipo de autócrata es.
-¿Por qué?
En Europa solemos considerar que Rusia es diferente y que no le podemos aplicar nuestros baremos de calidad democrática. Además, en algunos países, especialmente en el caso de Alemania, existe cierto complejo de culpabilidad. La sombra de la Segunda Guerra Mundial también condiciona mucho las actitudes hacia Rusia.
-¿Ha marcado, entonces, la Segunda Guerra Mundial la política actual?
La guerra fue fundamental para conformar lo que fue el mapa geopolítico y los equilibrios desde los años cincuenta. No se si el pasado pesa tanto en todos los países, pero en algunos ejerce una potencia considerable. Alemania es un ejemplo, pero en Rusia el recuerdo del conflicto es instrumentalizado como arma geoestratégica.
-Un ejemplo es que Putin afirma que los ucranianos se alistaron en masa en la Wehrmacht...
No es cierto. Hubo más de cinco millones de ucranianos que combatieron en el Ejército Rojo. Muchos de ellos, obviamente, porque este contingente los reclutó tras ocupar su territorio. Pero las cifras son significativas. El soldado que levantó la bandera en el Reichstag era un ucraniano de Kiev de 18 años... Es verdad también que hubo centenares de miles de ucranianos involucrados en tareas colaboracionistas, pero eran muchos más los que combatieron con la URSS. Esa imagen simplificada que se presenta de Ucrania, un país reaccionario y antisoviético, y de una Rusia que liberaba a todo el mundo del fascismo, es matizable como mínimo.
-¿Qué otras mentiras relacionadas con el frente del este cree que enarbola Putin para legitimar la invasión?
Más que mentiras, yo diría que sigue cultivando los silencios que caracterizaron a la política de la memoria desde los tiempos de Brezhnev. Se presenta el esfuerzo de guerra como un resultado de la colaboración entusiasta y desinteresada de toda la sociedad soviética –y en particular de la rusa– con un fin patriótico; para expulsar al invasor. También se plantea el sacrificio de millones de vidas bajo el prisma de la culpabilidad del invasor. A cambio, no se tienen en cuenta las decisiones erróneas de Stalin, los fallos estratégicos que provocaron miles de muertos... Tampoco se valora la naturaleza totalitaria de su régimen, que protagonizó deportaciones en masa, sus represalias... Y no se explica el colaboracionismo de su propio pueblo en las zonas ocupadas.
-¿Cuáles son las armas propagandísticas de Putin en este sentido?
Putin juega con una serie de simplificaciones. Conmemora la victoria en la Segunda Guerra Mundial; tipifica o idealiza el esfuerzo de guerra soviético; presenta a la URSS como única nación única que luchó contra el invasor y plantea la liberación de los pueblos de Europa del fascismo como una suerte de gran contribución generosa y altruista de la URSS y, por extensión, de Rusia, a la historia europea.
-¿Alguna simplificación especialmente sangrante en la guerra contra Ucrania?
Ahora mismo, el argumento propagandístico con el que legitimó la invasión fue liberar a los ucranianos de un gobierno nazi o fascista, lo cual no deja de ser una simplificación abusiva. El problema es que se ha creído sus propias mentiras, o su propia versión deformada de la realidad. En varios escritos anteriores a la guerra afirmó que Ucrania no es una nación con personalidad propia, sino una suerte de región de Rusia, y esgrimió que, como el ruso era la primera lengua del país, toda la población era rusófona. Entiendo que lo pensaba sinceramente. Creía que los rusófonos iban a salir en masa a la calle para acoger a las tropas invasoras como libertadoras, lo cual no ha ocurrido salvo en algunas regiones como Donetsk y Lugansk.
-¿Favorece a Putin una movilización que ya hizo Stalin?
Putin quería evitar una movilización, ya fuera general o parcial. No le interesaba que los hijos de la clase media de San Petesburgo o Moscú –que le dan cierto apoyo al régimen– se viesen afectados por la guerra. Es sabido que en las filas del ejército estaba sobrerepresentada la población de Dagestan y los miembros de otras minorías. Ahora, que se ha generalizado, se multiplican las protestas. Pero es normal. Solo hay que fijarse en Vietnam. ¿Cuándo estallaron las manifestaciones masivas? Cuando empezaron a llamar a los jóvenes universitarios, que eran los que tenían capacidad y recursos para organizar concentraciones y hacer llegar sus quejas al Gobierno. Mientras se había reclutado a los miembros de minorías menos favorecidas, los afroamericanos, las protestas fueron mucho menores.
-¿Tiene sentido replicar aquellas movilizaciones masivas que se llevaron a cabo contra los alemanes en 1941?
No lo entiendo del todo. La guerra moderna ya no va de desplazar grandes masas de gente. Ahora la lógica es otra: apostar por unidades más pequeñas, más móviles, plurifuncionales... No tiene sentido.
-¿Son las doctrinas rusas herederas del Ejército Rojo?
Rusia suele ser un aliado muy difícil de batir cuando se le invade, pero las guerras que inicia tienden a acabar mal. Pasó en Afganistán, en la guerra ruso-japonesa... Y esta no tiene visos de terminar muy bien, ni para Rusia, ni para nadie. La movilización masiva de blindados y la utilización general de artillería están sugiriendo tácticas un tanto periclitadas, ancladas en postulados de la Segunda Guerra Mundial. Lo peor es que fueron ensayadas en otros conflictos como el checheno, donde los blindados fueron pasto de las milicias en las ciudades. Es extraño que los rusos no hayan aprendido estas lecciones que la Wehrmacht.
-¿Qué lecciones?
Hay estudios sobre las lecciones de la guerra urbana que la Wehrmacht aprendió en Kiev, Jarkov... La primera ley es que no se pueden utilizar blindados para tomar ciudades, porque caen como moscas. En la actualidad, donde hay drones que pueden caer sobre ellos, es absurdo. Ahora se está viendo lo que ya se supo en la Guerra Fría cuando se enfrentaron en conflictos convencionales ejércitos armados por la OTAN y por el Pacto de Varsovia: que las armas occidentales convencionales eran mucho mejores. Sigue siendo el caso.
-¿Se parece este desfase tecnológico al de la Segunda Guerra Mundial?
No tanto. Los famosos 'Organillos de Stalin', la artillería de larga distancia, los blindados... En estos campos los soviéticos tenían superioridad tecnológica o estaban a la par. Los alemanes eran mejores en aviación, pero perdieron el control del aire.
-¿Nos hemos creído la propaganda rusa sobre la Segunda Guerra Mundial?
Es difícil de evaluar. Lo que no podemos obviar es que, si los soldados rusos que avanzaban en Kursk o en Stalingrado no hubiesen comido carne neozelandesa en lata, no hubiesen ganado. Por otro lado, la propaganda soviética ha tenido con el conflicto una relación ambivalente. Por un lado, siempre se exaltaba la idea de que los jóvenes se inmolaron para liberar a Europa del fascismo y que el Ejército Rojo hizo una suerte de tributo a la humanidad con millones de bajas. Por otro, hay una cierta reticencia a admitir el montante real de esas víctimas. Entre otras cosas, porque reconocer un número demasiado elevado podía hacer sospechar de la eficiencia del propio esfuerzo de guerra. Había también mucha reticencia a admitir el número de prisioneros que murieron en manos alemanas o los fallecidos en las hambrunas. El problema es que, cuando hablamos de divergencias en las cifras, son diez millones de muertos arriba o abajo.
-¿Hemos estado engañados en lo que se refiere al frente del este?
Fascinados, más bien. La brutalidad y las dimensiones del frente del este fueron tan sobrecogedoras que anulan cualquier otra comparación. Murieron 300.000 soldados americanos durante la guerra. Si esto se compara con los ocho o nueve millones del Ejército Rojo... El hecho de un contingente vencedor que luego acabó ocupando media parte de Europa e impuso su sistema sociopolítico pagara un precio tan alto es, cuanto menos, sobrecogedor. Aunque también hay que verlo como que la conducción de ese esfuerzo bélico no fue especialmente eficaz.
«Si los soldados rusos que avanzaban en Kursk o en Stalingrado no hubiesen comido carne neozelandesa en lata, no hubiesen ganado»
-¿Es el ruso heredero del Ejército Rojo?
Sí. Es heredero. Con los cambios tecnológicos, eso sí. En mentalidad sigue cultivando la memoria de aquel contingente.
-¿De qué parte de su obra está más orgulloso?
Es una visión comparativa que quiere ser trasnacional. Me baso en estudios sobre la memoria de la Gran Guerra Patria en Rusia; bastantes artículos que tratan épocas, memoriales, aspectos concretos... Lo mismo ocurre con la memoria literaria de Stalingrado en el caso alemán. Con todo, hasta ahora no había un ensayo que comparase cómo se ha visto el frente del este en las dos Alemanias, en Rusia, en Finlandia, en Italia y en España. Busco tener una óptica diferente de lo que fue la política, o las políticas, de la memoria después de la Segunda Guerra Mundial. Aquello que más me ha gustado ha sido ver películas. He disfrutado de muchas rusas, alemanas, finlandesas... Me han ofrecido un abanico de perspectivas fascinante. En ellas se pueden apreciar las continuidades y las discontinuidades de las políticas de la memoria. Y también he hecho algunos pinitos con los videojuegos.
-¿Qué videojuego representa mejor el frente del este?
Casi ninguno. Todos buscan el efectismo. Lo que me ha sorprendido es su realismo. Incluso en los juegos rusos. Hay mucha precisión técnica y sorprende el nivel de ambientación. Los diseñadores se inspiran en fotografías que te transportan, por ejemplo, a la fábrica de tractores Octubre Rojo.
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-Una última reflexión...
Me gustaría concretar que el mío es un libro sobre memoria, conmemoraciones, monumentos, rituales, discursos, narrativas visuales... No es un ensayo sobre batallas, sino sobre el recuerdo de la guerra. La nueva historia militar no se acaba, y ni siquiera empieza, en los modelos de tanques. Eso es importante y parte del debate, pero para ganar un conflicto necesitas también recursos, buenos estrategas, tropas motivadas, saber la causa por la que luchas y que haya un fuerte consenso social.
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