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El sacrificio de Checoslovaquia para apaciguar a Hitler
El historiador P. E. Caquet recoge cómo británicos y galos traicionaron sus pactos internacionales y entregaron los Sudetes al Reich en 1938
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Iniciar sesiónZdenek Štepánek lucía un rostro rudo que iba al compás de una voz profunda agravada por el paso de los años. Pero no fueron sus aptitudes vocales las que hicieron que fuera sacado a empujones de la cama el 20 de septiembre de ... 1938. Aquel día fue elegido por su faceta de actor y por haberse convertido en una figura clave del Teatro Nacional de Praga. Sus captores, agentes del Gobierno, querían a una superestrella para dar una de las peores noticias a las que se había enfrentado Checoslovaquia desde su fundación, acaecida apenas dos décadas antes.
Cuando llegó a los estudios de la agencia de noticias CTK, Štepánek se quedó bloqueado. «No puedo leerlo, no puedo…». «Es una orden del presidente, debes obedecer». Al poco, millones de personas conocieron que, a pesar de los pactos internacionales, las mayores potencias de Europa habían capitulado ante las pretensiones de Adolf Hitler y le habían cedido parte del territorio ubicado al oeste de Checoslovaquia. Para Francia y Gran Bretaña, vencedoras de la IGM, fue un mal menor con el que evitar un nuevo conflicto; el gobierno de Praga, por su parte, vio aquello como una puñalada a desmano.
Cándida política
Tras ocho décadas, la interpretación de P. E. Caquet , historiador y miembro del Hughes Hall de la Universidad de Cambridge, se acerca más a la que esgrimía Checoslovaquia. Pero lo preocupante es que aquel tratado no fue el cénit de la ignominia. Según desvela el experto en su nueva ‘Campanadas de traición’ (Galaxia Gutenberg), la culminación de la cándida política de apaciguamiento aliada arribó diez jornadas después, durante los Acuerdos de Múnich. Fue entonces cuando galos y británicos demostraron, trémulos, que estaban dispuestos a acceder a casi cualquier cosa a cambio de vagas promesas de paz y dieron el control total de los Sudetes checoslovacos al Tercer Reich.
Huelga decir que bajarse los pantalones no sirvió para calmar el fervor del dictador. Más bien avivó sus ánimos y condenó a Checoslovaquia, que se vio obligada a abandonar sus defensas naturales frente al Reich. Una pésima jugada que le salió cara. «En marzo de 1939, la Alemania nazi se anexionó el resto del territorio checo: exactamente lo que Praga había predicho». Puede que el néctar de la obra sea el abandono de Gran Bretaña y Francia a la recién fundada Checoslovaquia. Sin embargo, el ensayo abarca mucho más. Su segundo gran núcleo es el problema artificial que Hitler generó en los Sudetes, región que contaba con tres millones de germanos, con el único objetivo de poner en jaque a la Sociedad de Naciones.
Londres confirmó que si los nazis alcanzaban una solución razonable no la bloquearían
Y es que, a base de discursos incendiarios y de dirigir como un titiritero al SdP (el Partido Alemán de los Sudetes), convenció a Europa de que los habitantes de la región deseaban adherirse al Reich por la vía política. En la trastienda, sin embargo, poco le importaron las soluciones diplomáticas que le ofrecieron las potencias europeas, pues su único anhelo era conseguir el ‘Lebensraum’ o ‘Espacio vital’ por la fuerza .
Pero lo que se extrae tras la lectura es que Hitler no fue el único culpable de esta pantomima . El dedo acusador, según el autor, debería recaer además en los artífices de la política de apaciguamiento: Neville Chamberlain y Édouard Daladier. Dos personajes más preocupados por mantener a sus países alejados de la guerra que por cumplir los pactos firmados con Checoslovaquia. Ya lo dijo Lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores británico, a los alemanes: «Danzig, Austria, Checoslovaquia… […] No estamos necesariamente interesados en defender el ‘statu quo’, pero sí en evitar que el trato que se les dé acabe generando problemas. Si se alcanza una solución razonable […] no la obstaculizaremos».
Cafés de Praga
Caquet, que vivió en Praga una década antes de licenciarse en historia, analiza también a lo largo de las 300 páginas aspectos tan obviados hasta la fecha como el alumbramiento de esta nación, la influencia de los futuros aliados en su economía (ingleses y galos concentraban la mayor parte de la inversión extranjera en el país) o -entre otras tantas cosas- el ambiente político que se respiraba dentro y fuera de Praga. El texto, denso, pero ágil de leer, queda entrelazado a través de menciones directas de artículos de prensa o testimonios de época. Muy al estilo de Antony Beevor .
El lector podrá trasladarse a su vez a los cafés de Praga; lugares de reunión para los exiliados políticos que abandonaban desesperados Alemania en busca de un futuro alejado de la represión. «La urbanidad democrática lo dominaba todo […]. Un buen montón de intelectuales , la muy culta comunidad judía, las autoridades liberales […], todos estaban con nosotros y en contra de la amenaza de la esvástica», escribió el poeta y novelista bávaro Oskar Maria Graf.
La última parada es un breve repaso por el devenir de Checoslovaquia tras los pactos de 1938, la invasión militar y el final de la Segunda Guerra Mundial. «Para ellos, Múnich supuso 50 años de totalitarismo», afirma Caquet. Y no le falta razón, pues el país, «entre los más avanzados en el período de entreguerras», se ha convertido hoy en día en un territorio «en vías de desarrollo» tras ser invadido en 1968 por las tropas del Pacto de Varsovia.
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