El despiadado secreto de Stalin que Putin ha resucitado para evitar la debacle en Ucrania
Las levas obligatorias y la movilización de reservistas han sido la columna vertebral del Ejército ruso desde 1904
La inexperiencia del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial costó a la URSS más de nueve millones de soldados muertos
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Iniciar sesiónLa historia es cíclica. Han pasado poco más de 72 horas desde que Vladímir Putin sorprendiera a Europa con la movilización parcial de unos 300.000 reservistas para paliar el zarpazo que las fuerzas armadas ucranianas le han asestado en el Donbás. Según ha ... declarado, llama a las armas «a civiles con experiencia militar» porque «Occidente quiere destruir Rusia». Pero la medida no es nueva. De hecho, emana un aroma similar a las tomadas en la Primera y la Segunda Guerra Mundial por el Zar Nicolás II y el dictador Iósif Stalin. Aunque, en ese caso, fueron movilizaciones generales. La pregunta es si, un siglo después, esta decisión podría provocar las revueltas y las colosales bajas de entonces.
El espejo del pasado no regala un buen reflejo al presidente. La primera movilización general rusa del siglo XX –con permiso de las que se produjeron en la guerra ruso-japonesa de 1904– fue decretada en los albores del gran conflicto que asoló Europa. Corría el verano de 1914 y en el viejo continente se sufría una escalada de tensión después de la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia. Con la comunidad internacional agazapada en espera de movimientos de las dos grandes potencias de la época, Rusia y Alemania, Nicolás II envió un telegrama al káiser Guillermo II en el que le confirmaba la fatal decisión. El calendario marcaba el 30 de julio cuando los ejércitos de la estepa se prepararon para combatir. Como fichas de dominó, el resto de estados replicaron la medida.
Cien años igual
Por entonces, los ejércitos se habían formado a base de reclutamientos forzosos que buscaban engrosar números y amilanar a los enemigos. Con casi un millón y medio de hombres, Rusia contaba con la mayor maquinaria militar de Europa sobre el papel. Sin embargo, según explica el historiador John Bushnell, casi el 90% de sus soldados –entre el 84 y el 88%– eran campesinos movilizados de forma específica para el conflicto a base de «una violencia generalizada y severa». El descontento provocó disturbios por todo el país. Sarátov es un buen ejemplo; en esta ciudad del sureste de Moscú las familias de los reservistas se amotinaron y recibieron un severo correctivo. Murieron una treintena de hombres, mujeres y niños. Fue un ensayo para la revolución posterior, la de 1917.
La siguiente gran movilización de hombres se produjo en el verano de 1941, después de que los alemanes atravesaran las fronteras de la URSS en tres grupos de ejércitos y dirigieran las orugas de sus panzer hacia Leningrado, Moscú y Ucrania. Tras sufrir una serie de varapalos en regiones como Kiev, Stalin llamó a las armas a los civiles en un discurso pronunciado el 3 julio de 1941: «Camaradas, nuestras fuerzas son innumerables. En el Ejército Rojo y en la Armada, miles de trabajadores, granjeros e intelectuales están alzándose para golpear al enemigo agresor». La hemorragia posterior hizo que el Gobierno fuese pionero y llamase a filas a las mujeres.
El goteo constante de muertos y heridos entre 1941 y 1942 hizo que, en primavera, Stalin lanzara lo que algunos autores como Roger Dennis Markwick han definido como una nueva «movilización soterrada». Para compensar los casi seis millones y medio de bajas, la mayor parte masculinas, a finales de marzo de 1942 se llamó a filas a «las reservas humanas inagotables» que, según él dictador, atesoraba la URSS. La mayor parte, civiles. Aquello derivó en una serie de levas obligatorias que formaron un ejército con cifras engrosadas de forma artificial y en el que participaron también cientos de miles de chicas jóvenes.
Sangría en Barbarroja
Al igual que en 1914, la URSS contaba con el mayor ejército del mundo cuando resonaron los tambores en la década de los cuarenta. Aunque también sobre el papel. Al comenzar la Operación Barbarroja –la invasión alemana–, Stalin disponía de unos cinco millones de combatientes y, al final de la que denominaron la 'Gran Guerra Patria', había movilizado un total de treinta millones. Estados Unidos, la segunda potencia aliada en discordia, disponía de un millón y medio de hombres cuando Japón bombardeó Pearl Harbor y, cuatro años después, habían pasado por sus filas dieciséis millones. La máxima rusa era conseguir que el Ejército Rojo fuera tres veces más grande que la mayor potencia de la época. aunque fuera a base de reservistas.
¿Cómo es posible, entonces, que la URSS estuviera a punto de colapsar durante la Operación Barbarroja? La respuesta la ofrece el historiador David Glantz en sus múltiples obras. Además de un cambio de doctrina militar que descolocó al Ejército Rojo, entre los factores destacan un contingente bisoño y las muchas purgas perpetradas por parte de Stalin. Este último factor es el más desconocido. Vayan las cifras por delante: entre 1920 y 1930, 47.000 mandos, la mayor parte de ellos con experiencia en combate, fueron expulsados del servicio por su presunto odio al comunismo. Esta medida hizo que, ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, oficiales demasiado jóvenes fueran ascendidos por obligación.
Los ejemplos se cuentan por decenas. El cuerpo de oficiales, que contaba con casi 107.000 miembros en 1936, tuvo que aprobar la promoción de 39.090 ascensos forzados desde el 1 de marzo de 1937 hasta el 1 de marzo de 1938 para asumir las vacantes provocadas por las purgas. La promoción de la Academia del Estado Mayor de 1937 se graduó, de hecho, antes de tiempo para nutrir de mandos al Ejército Rojo. Si a esta locura le sumamos el cambio de paradigma en la doctrina militar y los revolucionarios métodos de hacer la guerra de los nazis –la famosa 'Guerra relámpago'–, tenemos un cóctel idóneo para el desastre y la debacle.
Oso venido a menos
Desde entonces, el Ejército ruso ha intentado emular a su par durante la Segunda Guerra Mundial Al menos, en esas cifras colosales. Pero la realidad es que los números demuestran la decadencia de un contingente que, si bien es todavía un oso con respecto a otras tantas nacionalidades, poco tiene que ver con la apisonadora soviética que empujó a los nazis hasta Berlín. La misma economía señala las costuras del Ministerio de Defensa de Putin. En 2020, el país que más dinero dedicó a armamento fue EEUU con 778 mil millones de dólares, seguido por China con 252. Rusia, por su parte, se hallaba en la cuarta posición, con 61,7, apenas por encima de Reino Unido, Arabia Saudí, Alemania y Francia. Y eso, a pesar de su mayor número de población y territorio.
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El Kremlin afirma que cuenta con 3.154.000 soldados. La realidad, en cambio, es que dos millones de ellos son reservistas. Por si fuera poco, sus fuerzas armadas mezclan tropas versadas con unidades de reemplazo. Así, el primer batallón de cada brigada o regimiento está formado por combatientes profesionales, mientras que el resto –el segundo, el tercero...– atesoran una gran cantidad de hombres sin formación militar. A cambio, los EEUU se vanaglorian de disponer de un ejército de 1.380.000 hombres; todos ellos, entrenados de forma concienzuda. La máxima de Putin es, una vez más, disponer de una masa de militares tres veces mayor que la primera potencia mundial, aunque sea de forma virtual.
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