Honor a Barbacid
Desde aquí me declaroabsoluto partidario de los científicos españoles
El científico Mariano Barbacid, en una entrevista con ABC
Un país es lo que trabaja. Lo que sueña. Lo que valora. Lo que investiga. Si no es ninguna de estas cosas no es un país. Puede que sea otra cosa. Pero no un país orgulloso donde asienta sus cimientos para crecer y ser referencia ... mundial. En España trabajamos pese a que no dan muchas oportunidades. En España se sueña. Quizás turbados por algunas pesadillas. En España valoramos, cada vez menos, lo que fuimos para seguir dándole vueltas al mundo. Y en España se investiga y, los pocos que lo hacen, pese a la tacañería presupuestaria habitual, suelen hacerlo divinamente. Dejando meridianamente claro que, además de «cabesas» al uso, hay cerebros en esos laboratorios que son envidiables. Hace unos días, la semana pasada, uno de nuestros investigadores médicos más relevantes, Mariano Barbacid, revelaba que su equipo había conseguido neutralizar en ratones experimentales uno de los tumores de páncreas más agresivos y, actualmente, refractarios a la medicación. La noticia fue tan impactante como esperanzadora. Hasta el punto que, aseguraba el propio Barbacid, entre cinco y diez años se podrá hacer clínica con la vía descubierta para combatir la enfermedad. Era una noticia de primera página. Por la carga de positividad que llevaba. Y por las luces que encendía en la oscuridad en la que se mueve nuestra investigación. Tan elogiable como olvidada por las políticas al uso. El caso es que, el regreso de Isabel Pantoja de la isla para que Hacienda, como un águila imperial cayera sobre sus ganancias, tuvo un tratamiento informativo más potente que la noticia que Barbacid adelantaba.
He hablado con algunos médicos y todos coinciden en señalar que las investigaciones de Barbacid y su equipo son, como mínimo, merecedoras de ser tenidas en cuenta por el comité de sabios de Estocolmo para la adjudicación del Nobel de Medicina. No creo que se trate de un vano orgullo local. Por el contrario pienso que esa opinión está cargada de razones objetivas para que, si se diera el caso, sus trabajos fueran premiados con tan alta distinción en un país donde, repito, los investigadores no son futbolistas. Ni políticos incapaces pese a tanta tinta y saliva como se les regala. No obstante, las primeras páginas en diarios de papel, on line e informativos de radio y televisión, eclipsaron esta gran noticia por otras de consumo directo, mucho más comerciales al parecer y, en absoluto, tan valiosas para la sociedad como las que le comento. Y esa incapacidad para valorar lo bueno, lo útil y lo esperanzador sobre lo secuencial y efímero, si señala a alguien, lo hace a nosotros mismos. A los consumidores de carne de prensa de dudosa calidad pero que ejerce un poderoso atractivo sobre aquello que menos valor social tiene. Somos todos responsables de que, en este caso, una noticia tan potente, se diluyera entre otros reclamos periodísticos tan febles como la pantomima política del señor Sánchez en el Congreso. O esa locura de frenopático que significa pagar cerca de doscientos millones de euros por un tipo que aseguran le arreglará a Florentino el agujero que tiene en el centro del campo de su equipo.
Hasta noticias tan desafortunadas como agresiones a médicos ejerciendo su santa profesión, tienen mejor tratamiento informativo que esta bomba de esperanza que ha hecho explotar, en plena atonía veraniega, el señor Barbacid y su equipo. No lo censuro. Al revés, lo alabo. Alabo que esa ira ingobernable que asalta a muchos familiares o enfermos para descargarla, sin motivos aparentes, sobre quien te debe devolver la salud, se airee para que podamos acabar con ella. Pero lo que no tiene defensa es que la saludable carga de esperanza y felicidad que nos ha regalado Barbacid con sus trabajos de investigación, no fuera ese día un tema de absoluto dominio en nuestro interés periodístico. Desde aquí me declaro absoluto partidario de los científicos españoles que, pese al escaso valor social que les damos, siguen trabajando sin desaliento, volcados sobre sus tareas en anonimatos indeseables, para hacer mejor y más saludable la vida de todos. Incluso de los que infravaloramos el fabuloso valor de su trabajo y olvidamos el caballeroso detalle de darles su sitio. Moriremos de estúpidos. Pero con información de luxe…
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