sin punto y pelota
El fracaso escolar de los profesores
Están hartos de burocracia, de documentos, de tener a cada niño trazado en papeleo y perdido en clase
Último curso femenino. Quizás
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Iniciar sesiónEstamos tan preocupados por el fracaso escolar que no atendemos al abandono docente. Otro tipo de fracaso escolar. El problema ya no es tanto los que dejan los estudios y ha pasado a serlo el porcentaje de profesores que se largan del sistema o ... que ni siquiera quieren entrar en él, como ocurre con las Matemáticas o la Informática. Hemos hecho chistes con sus meses de vacaciones y sus jornadas laborales, pero cómo estarán para que haya quien abandone un sueldo que antes era refugio de otras profesiones. Para que los hombres profesores, según la Unesco, tengan menos aguante. Que adiós, niños. Pero, sobre todo, a sus papis y mamis, que es como se refieren a sí mismos en muchos grupos de WhatsApp.
Se habla en la vuelta al cole del precio de los libros, de las mochilas, de las agendas casi siempre con un tono quejoso. Menos mal que Gregorio Luri, el hombre que mejor escribe sobre educación y enseñanza en España, se atreve a llevar la contraria y explicar el privilegio que supone pisar una clase y empezar a aprender. El privilegio que debería ser poder enseñar.
Pero están hartos de burocracia, de documentos, de tener a cada niño trazado en papeleo y perdido en clase. De que se hable de cara a la galería de las bondades de la inclusión, pero que luego, en voz más bajita, en ese comité 'petit' y no oficial, se quejen de no poder enseñar en condiciones con perfiles tan diversos. Cansados, algunos, de no poder hablar de disciplina, ahora todo es convivencia, y de tener en clase a niños que claramente no quieren seguir estudiando con 16 años. De los cambios de currículum. De que se hable de la autonomía de cada centro para que luego lleguen los políticos y decidan si tecnología sí o no a brocha gorda, a maniqueísmo de calzón quitado.
Están cansados de soportarnos. A la generación de padres más pesada de la historia. La más leída, informada, adanista. Esa que se lanza a compartir por Linkedin un 'post' en el que se elogia nuestra niñez de rodillas con costra, de juego sin supervisar, de horas muertas de aburrimiento sin ver que nosotros estamos todo el santo día hiperprotegiendo a nuestra prole. De una mala nota, de una mala cara. Que somos los que aparcamos en la puerta del colegio, no vaya a ser que los niños anden unos metros con la mochila. Los que hacemos los deberes con ellos. Los que decimos, sin rubor, «quiero que mi hija sea muy feliz» antes de protestar porque han separado a la niña de su mejor amiga en la batidora escolar.
Ojalá este curso los profesores pudieran tener un poco más de paz y concentrarse en ayudar y empujar a quien se lo merezca. Que pudiera haber miles de Albert Camus que, cuando dejen atrás un destino peor que no estaba escrito, agradecieran a sus maestros haber puesto los primeros peldaños. Al Nobel o a una cabeza bien amueblada. Ojalá no se les pusieran tantas piedras en ese camino que, eso sí, siempre está lleno de buenas intenciones con resultados cuestionables. Todos queremos que los niños sean felices, faltaría. Pero los métodos de algunos los están desgraciando. Los profes, abrasados.
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