bala perdida
Muere mi madre
Esta criatura de inocencia casi insoportable aún pedía, al ocaso, con un breve gesto, una golosina, una sonrisa, algo
Karol G, con carmín de caníbal
Mi vida con Redford
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Iniciar sesiónCada veintiuno de septiembre, como hoy, se me vuelve a morir mi madre, a la que sepultó el alzhéimer, tras trece años de duro itinerario estupefaciente. De modo que hoy es el cumpleaños de mi madre, porque morir es volver a nacer, si alguien ... va a recordarte. Es mi caso. Me he mantenido fiel a algunos versos, en la vida, empezando o acabando por aquello de Borges: «Somos los que se van». Yo, hoy, soy mi madre, que en los años últimos de su existencia no supo que era un hijo quien la cuidaba. El tópico acuña que el hijo de una madre, o un padre, con alzhéimer visita el abismo cuando advierte que esa madre, o ese padre, ya no reconoce al familiar. Pero es aún más doloroso lo contrario: ese día letal en que ya no reconoces a tu madre en tu propia madre. «Sé que me pasa algo. Y no sé lo que es», arriesgaba Pasqual Maragall en los primeros rumbos torcidos de esta enfermedad. A las familias de los sentenciados de alzhéimer también nos pasa algo. Lo sabemos. Y no acertaríamos a precisar muy bien lo que es. He visto a mi madre dar nido en la nevera a las muñecas de su nieta. He visto a mi madre sentarse a la mesa de espaldas. Yo supe, durante años de huésped de la debacle de mi madre, que estaba ante una criatura que ya se había ido. Pero esta criatura de inocencia casi insoportable aún pedía, al ocaso, con un breve gesto, una golosina, una sonrisa, algo. He visto a mi madre conversar con un abeto como si la escuchara mi padre. He visto, en fin, en los ojos de mi madre la nada del domingo. En un libro sobre el alzhéimer, donde participé, se recogía que esta dolencia es el color negro, y la emoción de la infancia, y un réquiem de Mozart. Qué cerca nos quedan estas síntesis a los que estuvimos en el naufragio del olvido. Es eso el alzhéimer, tan violentamente. Y que tu madre te responda que no sabe tu nombre desde una sonrisa insólita que es de otra vida. Porque a los enfermos de alzhéimer la vida les dura más que la propia vida.
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