CASA DE FIERAS
Ficción, mentiras y feminismo de barra
El problema no es el mentiroso, sino el tonto (in)útil del que se aprovecha el gobernante
¿Y a ti qué te importa dónde estudien sus hijos?
Fite, ¿tú sabías...?
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Iniciar sesiónEn este país hemos alcanzado tal grado de refinamiento social que ya no necesitamos verdades para funcionar. Nos basta con mentiras. Y no hablo de mentiras verdaderas, ni siquiera verosímiles: son piezas oratorias que se pronuncian con gesto grave, como si fueran decretos divinos, aunque ... estén tan vacías como la cartera de un yonki. Lo fascinante es que tanto quien las pronuncia como quien las escucha sabe que son un cuento chino. Pero ahí reside la gracia porque nadie se molesta por ello. Se finge que la farsa es seria y, al toque, se nos va la vida como si hubiéramos presenciado un espectáculo circense. El político proclama que defiende a las mujeres, y lo hace con un fervor tan impostado que hasta se podría pensar que es sincero. Algunos partidos incluso se adornan con la palabra feminismo en cada frase, como si el mero uso del término concediera su legítima moral. Y, sin embargo, han aprobado leyes o políticas que han hecho más daño que ayuda, que han reducido a las propias mujeres a eslóganes publicitarios, a pancartas de quita y pon. Es un feminismo de escaparate, útil solo para la foto y para la ovación en el estiércol de sus voceros. ¿Y quién lo denuncia? Nadie, porque todos están ocupados aplaudiendo la mentira.
Podríamos hablar sobre la ley aquella que, de chapucera y vaga, ha beneficiado a maltratadores reduciendo penas y abriendo de par en par las puertas de prisiones. Podríamos recordar la ley Trans, que facilita la trampa y el truco para que los malos sean más malos y que, de pronto, permite a cuadrillas enteras de barbudos decir que son mujeres para hacer un regate a los reglamentos. Podríamos hablar del desastre de las pulseras que, por mucho que sigan ocultando desde los altos despachos, ha dinamitado el sueño de cientos de mujeres que viven en el miedo constante. Y, por supuesto, podríamos hablar de puteros que han ido eligiendo en álbumes de tetas y tangas las sobremesas de sus cargos. Pero la bandera del feminismo la defienden con la boca llena y la bragueta bajada.
Ya lo decía Platón en 'La República': «el gobernante puede servirse de la mentira como una medicina, para bien de la ciudad». El cinismo, al fin y al cabo, se ha convertido en nuestra cortesía nacional. Sabemos que las proclamas son falsas, pero fingimos lo contrario para no estropear lo bien que suena. Lo importante no es ganar, sino parecer que uno juega en serio. Así, nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de palabras huecas defendidas vorazmente en tertulias y espacios de tevé, que han convertido a la caja tonta en una pelea de barro y fango en pelota picada. Y lo aplaudiremos con la misma fe irónica de siempre, conscientes de que lo único auténtico en todo este teatro es la mentira compartida. El problema no es el mentiroso, sino el tonto (in)útil del que se aprovecha el gobernante. No hay nada más ridículo que tomarse en serio al bulero. Bueno, quizá sí: pretender que los demás nos lo creamos.
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