Mi honor y mi dinero: cartas íntimas e inéditas de la otra guerra de Blas de Lezo
Custodiadas en el Archivo de Revillagigedo que el Gobierno adquirió el año pasado, ABC accede ahora a las misivas en las que el célebre marino tuerto, manco y cojo reclamó al Estado los sueldos y el reconocimiento que le debían por sus muchos servicios a España
La «masacre» con la que se intentó destruir la reputación del «general español más ilustre»
Madrid
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Iniciar sesiónA los 15 años, este hombre nacido en la villa guipuzcoana de Pasajes de San Pedro ya surcaba las aguas del Mare Nostrum. Apenas era un grumete corajudo cuando participó en la batalla de Vélez-Málaga allá por 1704. Luchó también en el segundo sitio ... de Barcelona, en la Guerra de Sucesión. A sus 23 primaveras, lucía ya en sus hombros los galones de capitán de navío. El mar era su vida, y también su herida: con 25 se había quedado manco, tuerto y cojo por las terribles estocadas recibidas en combate.
A pesar de su juventud y los descalabros de su cuerpo, fue designado jefe de la Escuadra del Mar del Sur, puso freno a la piratería en las lejanas costas de Chile y Perú, combatió en Génova y Orán, se le nombró comandante de la Escuadra del Mediterráneo y, también, teniente general de la Armada en Cádiz. Por último, asumió la defensa de Cartagena de Indias, nuestra plaza más importante del Nuevo Mundo. Se le llamaba «Mediohombre», pero el almirante Blas de Lezo valía más que un hombre entero.
Este último rincón de España lo defendió con tanto valor, astucia e inteligencia, que los ingleses y Edward Vernon no le olvidaron, porque en Cartagena les dio lo suyo aquel mayo de 1741. Sin embargo, cuando el inquebrantable marino fue enterrado allí mismo tres meses después, tras una muerte inesperada cuyas causas nunca fueron esclarecidas, no se le recordó en nuestro país como lo que fue: uno de los grandes héroes de la Marina española. Y eso que una de las batallas más duras que libró en vida fue la de intentar lograr el reconocimiento que creía merecer y los beneficios que ello conllevaba.
Prueba de ello son las dos cartas a las que ha tenido acceso ABC –pertenecientes al archivo de Revillagigedo que el Gobierno adquirió, el año pasado, por 6'3 millones de euros–, en las que el marino solicitaba las condecoraciones que creía merecer por sus muchos sacrificios y en las que reclamaba, además, los sueldos atrasados. «Suplico rendidamente a vuestra excelencia que ordene que se me satisfaga enteramente todo lo que se me debe y no se me ha pagado desde que fui enviado por Su Majestad a servir a la Armada. Antes como segundo comandante y, después, como primero, para lo cual presento los justos motivos que me asisten», señala en la misiva de 1726.
«La pierna que me falta»
Carolina Aguado, transcriptora de las dos cartas y coautora del ensayo 'La última batalla de Blas de Lezo' (Edaf, 2018), junto a Mariela Beltrán, explica a ABC: «Lo cierto es que esas reclamaciones económicas eran justas, porque los oficiales de la época vivían con sueldos muy bajos y tardaban en cobrar. No era un trabajo para enriquecerse y las deudas eran generalizadas. El que pidiera esos sueldos atrasados reflejaba lo difícil que era la vida militar. Además, Lezo tenía una gran familia a la que mantener».
La segunda carta, un poco más complicada de descifrar, se divide en dos partes. En la zona de arriba, Blas de Lezo copia de su propia mano el texto de otra misiva enviada a Versalles por su padre, Pedro de Lezo, en 1705, al mismísimo Rey Luis XIV de Francia. En ella detallaba las hazañas de su hijo en los primeros años de la Guerra de Sucesión. Un año antes había combatido en la batalla de Vélez-Málaga, su bautismo de fuego contra las fuerzas de Inglaterra y Holanda, en las que murieron seis mil hombres y él perdió su pierna izquierda. Tenía solo 15 años y servía en el Ejército francés, que apoyaba entonces a España en favor de Felipe V, el posterior primer Borbón de nuestra Monarquía.
En la zona de abajo, una vez plasmada la vieja reivindicación de su progenitor, Blas de Lezo escribía lo siguiente el 26 de febrero de 1713: «Tanto en el empleo de capitán de uno de sus bajeles como en los demás que me asignó, mi deseo siempre será, para agrado y servicio de Vuestra Alteza Serenísima, dar lustre a la pierna que me falta y celo al servicio de Su Majestad en los diez años que he tenido la honra de servir. Por eso me sería sumamente apreciable recibir la Cruz de San Luis, que con mis mayores ansias suplico a la grandeza de Vuestra Alteza Serenísima. Dios le guarde la felicidad que se merece y le deseo».
«Las dos armadas –contextualiza Aguado– estaban unidas en ese momento en el que Lezo inicia su carrera en una escuela francesa y en lo más bajo del escalafón militar. Al finalizar la guerra, tras el Tratado de Utrecht de 1713, esa unión se disuelve y pasa a formar parte de la Armada española. Es en ese momento de cambio cuando escribe este texto e incluye la copia del que escribió su padre».
La historiadora, que realizó junto a su compañera cientos de visitas a archivos históricos nacionales e internacionales, se refiere a Blas de Lezo como «un militar de prestigio y el teniente general más antiguo, tal y como certifican todos los documentos de la época que se conservan». Asegura, sin embargo, que sus indudables méritos nunca obtuvieron el ascenso social que tanto ansiaba. El héroe de Cartagena fue de los pocos generales que no logró ningún reconocimiento del Rey de España por sus servicios. La muerte borró su existencia y casi desapareció de la memoria colectiva. Un vago recuerdo quedó vivo en sus hijos, pero incluso en ellos, que apenas le conocieron, dejó una huella en la se confunden mito y realidad.
A pesar de sus largas ausencias, Lezo buscó siempre lo mejor para sus hijos, intentando que tuvieran una vida más cómoda que la suya. No quiso que siguieran la carrera de las armas, sino que vivieran de los mayorazgos heredados de su madre, Josefa Pacheco, una limeña de la alta sociedad, al ver que a él nunca le concedían los títulos que a otros en su posición sí. En sus últimos años, por ejemplo, solicitó el título de Castilla, pero ni la hazaña de Cartagena le valió ese honor. Tampoco sus años de servicio desde Centroamérica al estrecho de Magallanes, donde capturó seis navíos y limpió la zona de piratas, confiscándoles bienes por valor de cuatro millones de pesos.
La carta de 1726
A esto hay que sumar las citadas reclamaciones al Rey para cobrar lo que se le debía. Sobre ello insistía en la carta de 1726, con sus tachones y anotaciones en el margen: «Sería de mucho dolor para este suplicante que, habiendo [servido] con la continua aplicación y desvelo que he observado siempre en ambos mares, y en todas las ocasiones con alguna aceptación [...], tuviese yo que dar por perdido e incobrable el sueldo que he de gozar».
Según Aguado: «En esta misiva cuenta lo que padeció en el Pacífico e informa de que le deben sueldos. Mantuvo esa pelea mucho tiempo, pues venía de antes y no cobró hasta muchos años después. Le ningunearon dinero y el reconocimiento de su antigüedad en ciertos cargos de responsabilidad, en la época que mantuvo conflictos con Rodrigo de Torres y Sebastián de Eslava».
Su llegada a Cartagena en 1737, de hecho, no fue consecuencia de la necesidad de la Corona de garantizar la seguridad de aquella importante plaza con su oficial más prestigioso, sino de alejarlo de Cádiz por una temporada. La razón es que mantenía allí esa fuerte y conocida rivalidad con Torres, jefe del departamento marítimo de la ciudad, precisamente porque a Lezo no le reconocían sus años de servicio como primer jefe de la Escuadra Naval del Mediterráneo, aunque la hubiera ejercido en la práctica.
Malestar en la Monarquía
El enfrentamiento fue tan fuerte que nuestro protagonista fue obligado a entregar el mando de Cádiz a Torres, después de haberlo poseído durante un tiempo. Lezo perdía una nueva batalla en los despachos para marchar de inmediato a Madrid convocado por el Rey. El marino obedeció, como de costumbre, pero siguió protestando por el agravio y reclamando su dinero al ministro de la Marina, José Patiño. En la otra carta, fechada en 1735, solicitaba el pago de la gratificación asignada a los comandantes de departamento y otra asignación por el tiempo que llevaba en la Corte sin cobrar el sueldo del mando de Cádiz. Su insistencia generó malestar en la Monarquía y enrareció el ambiente en la comunidad naval.
Cuando fue enviado después a Cartagena como comandante general de la plaza, el virrey de Nueva Granada, Sebastián de Eslava, le dejó claro que, cómo máximo representante del poder real allí, él tomaría las decisiones. El marino, sin embargo, creía que su lealtad le exigía transmitirle su opinión sobre los asuntos que le competían. Eso no le sentó bien a Eslava y afloraron las diferencias, pero no fue un enfrentamiento entre iguales.
Eslava abusó de su posición como virrey y de sus contactos en la Corte para aislar a Lezo, siguiendo unas pautas «cercanas al acoso», apunta Aguado: «Lo cierto es que Lezo, por su cargo, tenía poder de decisión sobre sus fuerzas navales, pero Eslava no quería que lo ejerciera y realizó una serie de acusaciones graves y miserables contra él. Lo acusó de insubordinación y de enriquecerse ilícitamente. Lezo no fue capaz de vencer al virrey ni cuando acabó la batalla de Cartagena, a pesar de que mucha gente afín reconocía que se estaba produciendo un maltrato por parte de Eslava. Si Lezo no hubiera muerto y hubiese vuelto a España, se habría enfrentado a una situación muy difícil».
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