La Latina, Buenos Aires de Madrid
BAJO CIELO
Si cierran los ojos para escuchar su ruido, es probable que su imaginación les transporte a Palermo
Little Caracas, el viejo barrio de Salamanca
El barrio de La Latina es un domingo por la tarde. Tiene la suerte y el alma de fiesta, el vivir al toque de la alegría y el tinto de verano, como en una película que no termina nunca del todo. Si cierran ... los ojos para escuchar su ruido, es probable que su imaginación les transporte a Palermo en Buenos Aires, pues es la base de operaciones de los porteños que llegaron a Madrid para quedarse y hacerlo suyo también.
Mi amigo Andrés me dijo un día que no cabe un argentino más en La Latina, pero Madrid siempre ensancha para todos los que la hacen gigante. Pasear por sus calles es hacerlo en un pueblo incrustado en la capital, pues tiene el tamaño del barrio pequeño y las caras conocidas de quienes lo forman. Siempre tiene un aspecto soleado, una alegría contagiosa y una terraza donde sentarse para pasar la vida.
En la plaza de los Carros, los niños encuentran su parque y su recreo, y las tardes se llenan de gritos y carreras porque Madrid necesita niños y ahí se mezclan los que vienen con los que están. Enfrente aguanta enorme el Mercado de la Cebada, ese lugar de abastos y necesidades que sigue llenando la nevera con el producto fresco ajeno a las cadenas que plastifican el filete y que supone un elemento fundamental que debemos cuidar para que no desaparezcan.
Por esa zona linda con Cascorro y Lavapiés, y por esa razón parece una frontera de personas que van y vienen con prisa y que tienen la mirada más canalla que la de los que bajan hacia la plaza de la Paja. Ésta es una cuesta, una rampa inclinada, atravesada por la costanilla de San Andrés y que fue en su día el centro neurálgico de la capital de los Austrias.
Al norte de la misma, hay un oasis verde que pueden disfrutar, el jardín del Príncipe de Anglona, y que les hará un silencio que no deja de sorprender tratándose de un trozo del centro de Madrid. Al otro lado, se eleva enorme y sobrio el Palacio de Los Vargas, una prolongación de la Capilla del Obispo y que tiene en sus paredes de granito, ese gris sobrio que destila un ambiente frío cuando lo admiras.
Fue de todo, tanto, que incluso Baldomera Larra, la hija del maestro de la prosa que no volvió mañana, utilizó como sede de su famosa estafa piramidal de la Caja de Imposiciones, y que lanzó desde el viaducto de Segovia a muchos de los arruinados a los que Baldomera dejó tiesos.
Pero el barrio de La Latina es también el lugar de las tabernas añejas y los bares de siempre. El Viajero, por ejemplo, donde cuelgan las enredaderas tapando de verde su fachada, es uno de esos templos de Madrid que han de protegerse porque en ellos se han construido la memoria de muchos madrileños. Su terraza es un placer para los sentidos, pero también lo son su carta y sus brebajes. De su esquina nace la Cava Baja, y de entre sus muchos establecimientos cómo no hablar de los huevos más famosos de España, los de Lucio, que ahí sigue estoico mientras sus hijos mantienen intacto el buen hacer que lo ha hecho tan famoso. También ofrece la Latina una de las mejores tortillas del país, la de Juana la Loca, con una cebolla pochada que se mezcla vaga con el huevo, porque aquí todo es mestizo y sabroso.
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Pero La Latina tiene una esencia especial que no tienen todos los barrios de esta urbe. Paseando sus calles pueden toparse con monjitas que salen a recados, con músicos que piden una oportunidad, con mayores que confiesan sus pecados y con imberbes descubriendo su libertad.
Por eso tiene mucho más que argentinos, aunque ellos, como buenos prestamistas de emociones, hayan decidido hacerse fuertes entre esas calles de la capital.
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