Colón, esa plaza que Madrid se toma en serio
BAJO CIELO
Las torres, renovadas, son las guardianas de la noche iluminadas desde dentro, como si la ciudad fuese de candiles y luz tenue
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Iniciar sesiónEn Madrid, la Castellana separa dos costas de un río que fue algún día hace miles de años. Si todos los caminos llevan a Roma, aquí todos llevan a la plaza de Colón. Vengan de donde vengan, todas las avenidas caen aquí con una ... querencia inevitable. Se arrastran; se dejan llegar. La plaza de Colón tiene esa virtud tan madrileña de tomarse en serio sin dejar nunca de ser plaza. A un lado, los jardines geométricos que parecen diseñados para que nadie los pise; al otro, el tráfico incesante que no respeta nuestra prisa. A veces, los madrileños nos empeñamos en buscar las Indias sin éxito.
En 1977, la plaza fue escenario de una multitud que pedía amnistía y libertades. Doscientas mil personas paseaban con entusiasmo. Los miedos se quedaron en casa y el aire se llenó de palabras que, hasta entonces, se pronunciaban con voz baja, como si fueran secretos de confesión.
Hoy, quien pasea por allí encuentra una bandera tan grande que parece pensada más para dar sombra que para ondear. Los turistas la fotografían con curiosidad turista, que por eso han venido. Pululan convencidos de que se trata de una atracción obligatoria, como el Prado o los churros de San Ginés. Los madrileños, en cambio, la miran con la calma de quien sabe que, por muy monumental que sea, nunca servirá de excusa para ver lo que están haciendo con nosotros desde las esferas del poder. Lo curioso de Colón no son sus piedras ni sus símbolos, sino la capacidad que tiene de albergarlo todo: las grandes causas, las pequeñas rutinas, el paseante solitario, el niño con helado, un casino para jugadores y ecos de un club de esos donde la carne se vendía al peso de unas tetas. Al fin y al cabo, eso es Madrid: una ciudad donde lo solemne y lo trivial comparten banco de granito, y donde hasta la historia acaba pareciendo una costumbre de barrio por mucho que la pisen tantos al cabo de un mes.
El Edificio Colón sigue siendo esa caja de cerillas con la mejor terraza de Madrid. Allí, mi abuelo fundó el club financiero Génova, que más que un foro de economistas era una excusa. De Riofrío pasamos a la moda, y del mixto a las arepas mientras fuera todo seguía moviéndose tan deprisa. Con el tiempo, he comprendido que Madrid es lo mejor que tiene. Hacia el este, Serrano y el lujo de nuestra divisa; al oeste, Génova y las Torres de Colón, que son las guardianas de la noche iluminadas desde dentro como si Madrid fuese de candiles y luz tenue. Así, las Torres de Colón, renovadas, ya no son solo arquitectura: son un relato de espejos, un diálogo entre la ciudad que corre y el cielo que la envuelve. Son faros verticales, lámparas titánicas que vigilan la plaza como dos espejos de cristal que han aprendido a respirar con la ciudad. Impresionan porque fueron un día el centro financiero que se ha ido moviendo hacia el norte porque Madrid, a veces, vuela. Marqués de la Ensenada tiene la plaza más cotizada de la meseta. Ese parque, rodeado de togas, es un paseo por París con un cruasán en la mano. Un poco de frío, pero soleado con el azul de Guadarrama. Y los perros corretean mientras otros caminan al juzgado.
Recuerdo ver en los bajos de la plaza, en las cascadas del teatro, tocar a los Chalchaleros y cantar a Chavela; flipar con María Dolores Pradera y la vez que unos se engancharon, rodando con skates, al parachoques de tío Paco en un Santana rojo allá por los ochenta. De ahí salió el comando de ETA que acabó con la vida de Carmen Tagle un mes de septiembre como este; qué fiscales aquellos. También ha sido escenario de bancos y ruinas, de abejas y Rumasas, y de algún que otro alboroto, como cuando el Papa Juan Pablo II sacó Madrid a la calle, entre blancos y amarillos, a más de un millón de personas. «Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo», vociferaban.
Hoy ya no se hacen manifas como esas porque todo el mundo va un poco más a lo suyo; qué le vamos a hacer. Esta ciudad es así. Y no la vamos a cambiar ahora.
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