La biblioteca donde los niños leían y jugaban en los años 20 en el Parque de El Retiro

El cartelito del que hablaba antes también recordaba otras cosas a los pequeños lectores: «Que los libros de esta biblioteca son tuyos, pero también de todos los demás niños», «que las hojas del libro se voltean apoyando el índice de la mano derecha sobre el borde superior de la hoja, y no restregando sobre la esquina inferior con el dedo pulgar, y mucho menos después de humedecer éste en la boca». Sabios consejos; y prácticos.

En torno a la biblioteca, aseguraba el cronista, había «un rumor como de colmena», porque los niños no permanecían serios y en silencio, como en las bibliotecas de los mayores, sino que comentaban, se enseñaban ilustraciones o frases y compartían alegría con sus compañeros, bajo la sombra acogedora de los grandes árboles.

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Al frente de la biblioteca había un empleado municipal, en torno al que se situaba un enjambre de chiquillos, pidiendo como pían los pajaritos a la hora de comer. Alimento es lo que buscaban, pero para sus cabezas: «¡A mi Pinocho!» «¿Tiene usted Robinson?» «¡Gulliver, Gulliver!».

La biblioteca no sólo repartía libros, sino también juguetes: entre los tomos se colocaban balones, cubos y palas o muñecos para que los menos afines a la lectura, o quienes se cansaran de ella, pudieran cambiar la actividad. Como resumía el Blanco y Negro, haciendo gala de una prosa barroca muy alejada de la asepsia actual, «el próvido ayuntamiento ha atendido al alimento del alma y al recreo del cuerpo».

En torno al espacio de la biblioteca se juntaban por grupos, cambiando impresiones sobre sus libros. Unos concentrados, otros a carcajada limpia, otros con cara de asombro. No sólo contaba el recinto con libros en español, sino que también tenía algunos en francés, italiano o inglés. No faltó ocasión en que los ejemplares fueron utilizados como objeto contundente en alguna riña infantil.

La biblioteca infantil abría de 10 a 13 por la mañana, y de 14 a 17 por la tarde. Fue la continuación de una política de extensión de la cultura que comenzó mucho antes: en 1919 comenzó a planificarse esta red de pequeños espacios instalados en parques o junto a estatuas de hombres ilustres. En octubre de ese mismo año se había inaugurado la primera en El Retiro, y otra en el Parque del Oeste, en un principio sin vigilancia ninguna, aunque terminaron por necesitarla por la burricie de algunos.

Eran construcciones muy básicas, de aire modernista, con estanterías para los libros y un cierre metálico para cuando el funcionario que la vigilaba dejaba su puesto. Fueron creciendo en número y tamaño, y hubo incluso un proyecto de abrir una en la Plaza de España, junto al monumento a Cervantes.

La del parterre de El Retiro, inaugurada en 1929, fue la mayor de ellas. En su inauguración, el 21 de noviembre a las doce del mediodía, estuvieron presentes, invitados por el alcalde de Madrid, José Manuel de Aristizábal y Machón, los entonces infantes de España don Juan y don Gonzalo. Y cada uno de ellos pidió un ejemplar de la biblioteca: don Juan, un «Quijote»; don Gonzalo, un libro en inglés de láminas.

Dos de estas bibliotecas en el parque de El Retiro fueron restauradas a mediados de los 90: una en la glorieta de Pérez Galdós, y otra en los jardines del arquitecto Herrero Palacios. Aunque ya no volvieron a su uso primitivo, son muchos los ciudadanos que depositan en ellas libros, o los recogen, haciendo perdurar de facto lo que fue su actividad principal tantas décadas atrás.