La Diada del 11S agria el clima independentista y complica la negociación a Sánchez
Una ANC menguada en su poder exige a ERC y Junts el bloqueo si no logran pactar el referéndum
Puigdemont se cita con Aragonès, Pujol y Torra cerca de la frontera
Una imagen de la Diada de 2022
Uno de los tópicos de la política catalana en los últimos años es calificar la Diada del 11 de septiembre como un termómetro y un acelerador de la dinámica 'procesista'. De las manifestaciones masivas de los primeros años a los pinchazos de las últimas ... convocatorias; de la imagen unitaria de entonces a la división y el guerracivilismo 'indepe', con la apuesta pragmática por la negociación de ERC como principal foco de confrontación. Once años después de la primera gran marcha –la de 2012 se señala como el inicio oficioso del 'procés'–, la situación es bien distinta, con los partidos enfrentados y el independentismo sociológico que lideró la Asamblea Nacional Catalana (ANC) en fase de repliegue.
El movimiento se ha envenenado, los insultos y los abucheos entre las distintas facciones han marcado las últimas convocatorias, una división que, paradójicamente, se produce ahora cuando la aritmética electoral ha colocado de nuevo a los partidos independentistas, de manera particular a Junts y su líder Carles Puigdemont, en el centro de la partida, con sus siete diputados en el Congreso como decisivos para la continuidad de Pedro Sánchez como presidente.
A no ser que se produzca una investidura por la vía rápida, algo que fuentes de los partidos secesionistas descartan de plano, las formaciones ya han asumido que la fase decisiva de la negociación se producirá muy probablemente entre la celebración de la Diada el 11 de septiembre y el aniversario del referéndum ilegal del 1 de octubre, lo que no deja de complicar, distorsionar, unas conversaciones que por ahora no tienen ni plazo ni formato.
Si las últimas 'diadas' han sido coto exclusivo de los más exaltados en el independentismo, se da por hecho que, de una forma u otra, la emotividad que rodea a esta fecha tendrá su impacto en el proceso de negociación , algo que requerirá mucho temple a los partidos, ya señalados por el secesionismo más ultra, sin distinción alguna, como unos vendidos, unos 'botiflers'. El discurso maximalista de la ANC, entidad contraria a cualquier negociación, partidaria del bloqueo, es incompatible con el gradualismo y la obligación de llegar a acuerdos que implica cualquier negociación. En ERC ya lo saben, para Junts es novedad.
Sea como fuere, la realidad es que la capacidad de la ANC como dinamizadora del 'procés' ya no es la que era, convertida la entidad en reducto del independentismo mágico, de los más exaltados, incapaces de ver que 2017 ya pasó, convertida la antaño poderosa entidad en patético remedo del búnker franquista de la fase final de la dictadura y la Transición. La principal incógnita en este escenario es saber la capacidad de aguante de Junts ante la presión ambiental, asumiendo que este partido –más bien un agregado de facciones– no cuenta con la disciplina y orden que en los últimos tiempos han definido a ERC.
Si la Diada de 2022 fue la de ruptura completa con ERC, falta por ver qué pasará con Junts en la de 2023, una vez los de Puigdemont han asumido la dinámica negociadora, como se vio al pactar la Mesa del Congreso. El pasado año, la ANC planteó el 11S en unos términos que de hecho eran una moción de censura a ERC y su apuesta por la negociación. Fue el prólogo de la salida de Junts del gobierno catalán, cuando el partido de Puigdemont creyó que podría capitalizar ese descontento. Los resultados de las siguientes convocatorias electorales desmintieron esa estrategia, un error solo compensado por el mayor batacazo de ERC.
El paso dado por Junts al asumir que no puede quedar al margen de la negociación de la investidura está generando un movimiento de placas aún por determinar. Si en algunos medios políticos se ha celebrado el regreso del espíritu convergente, en otros se señala que los de Puigdemont no aguantarán la presión cuando en la calle se les señale como unos traidores, adjetivo hasta ahora reservado a Junqueras y los suyos.
Aunque una parte del independentismo anhela una Diada de unidad, un regreso a 2012 tras una pancarta reclamando el mínimo común de la amnistía, por ejemplo, la realidad es que la ANC sigue instalada en el maximalismo. «Solo el bloqueo de las instituciones españolas puede precipitar la quiebra del Estado y abocar a los partidos españoles a la necesidad de resolver el conflicto catalán si quieren gobernar», explicaba la entidad en modo delirio cuando se conoció el pacto de Junts y ERC con el PSOE para la Mesa del Congreso.
«Los partidos que se llaman independentistas han de hacer un bloqueo en Madrid y no dar facilidades para que haya gobierno si no hay un camino hacia la independencia», añadía Dolors Feliu, presidenta de la entidad. «Entrar en dinámicas estatales de derecha-izquierda no nos ha servido nunca, y ahora no será una excepción, para hacer efectivo el mandato del referéndum de independencia del Primero de Octubre», remataba la entidad recordando que «facilitar la constitución de la mesa –del Congreso– es entrar en el juego de quien nos quiere súbditos (...) hacer prevalecer la táctica partidista haciéndola pasar por encima de los intereses y necesidades de la nación».
«Solo el bloqueo de las instituciones españolas puede precipitar la caída del Estado», clama la ANC mientras que ERC, y ahora Junts como novedad, tratan de sortear un 11S que ya no es una palanca sino una fecha incómoda, elemento distorsionador en su negociación con el PSOE.