La tumba de un niño de 3 años, la más antigua de África

La fosa con los restos fue recuperada por un equipo internacional liderado por el Instituto Max Planck en Jena (Alemania) y los Museos Nacionales de Kenia en Nairobi en 2017 a unos tres metros por debajo del piso actual de la cueva. Entonces, los investigadores no sabían exactamente qué es lo que habían descubierto. Los huesos, literalmente a punto de desintegrarse, eran demasiado delicados para estudiarlos en el campo, así que el bloque de sedimento en el que se encontraban fue enviado para su análisis primero al Museo Nacional de Nairobi y luego al Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) en Burgos. Allí se confirmó la procedencia humana de dos dientes expuestos anteriormente en laboratorio y se excavó el fósil de forma manual.

Durante varios meses de minucioso trabajo, los investigadores del CENIEH realizaron nuevos y espectaculares descubrimientos: partes del cráneo y la cara, con la articulación intacta de la barbilla y algunos dientes sin erupcionar. La articulación de la columna vertebral y las costillas también estaban conservados de forma asombrosa. El examen forense concluyó que se trataba del esqueleto parcial de un pequeño sapiens de no más de 3 años de edad. Fue apodado cariñosamente Mtoto , que significa 'niño' en suajili.

Mtoto tenía algunos rasgos arcaicos, incluso más que otros sapiens más antiguos, que lo conectan con ancestros africanos lejanos. Esto demuestra, una vez más, que el origen de nuestra especie no fue lineal y sí regionalmente diverso. El niño vivía junto a su comunidad en un ambiente de bosque tropical, en una meseta alta cerca de la costa. Utilizaban herramientas como puntas de lanzas y útiles que servían para cavar y raspar. En el yacimiento se han encontrado también restos de varias especies de antílopes y otros animales que habían sido cazados.

El análisis microscópico de los huesos y el suelo circundante confirmó que el cuerpo se cubrió rápidamente después del entierro y que la descomposición tuvo lugar en el pozo. En otras palabras, Mtoto fue enterrado intencionalmente poco después de su muerte. Lo que resulta más notable es que su cuerpo flexionado fue colocado del lado derecho con las rodillas hacia el pecho, en una posición casi fetal, con la cabeza apoyada sobre lo que pudo haber sido un soporte o almohada y cubierto con un sudario , ambos hechos de material perecedero, como plantas o pieles de animales.

Este «esfuerzo singular» y la «dedicación» a la hora de depositar el cuerpo llevan a María Martinón-Torres, directora del CENIEH, a afirmar que se trata de un «comportamiento funerario» . Sin embargo, «es difícil hablar de rito, ya que no sabemos hasta qué punto ese comportamiento formaba parte de una serie de creencias y visiones compartidas. Hacen falta más evidencias para asegurarlo», precisa. No hay signos de ofrendas o de color ocre, ambos comunes en los sitios de entierro más recientes, pero el tratamiento que se le dio a Mtoto probablemente requirió la participación activa de muchos miembros de su grupo.

«Los enterramientos infantiles son abundantes entre las primeras prácticas funerarias de sapiens y neandertales -la especie humana extinta que vivió durante cientos de miles de años en Eurasia-, lo que puede reflejar la alta mortalidad infantil de esas poblaciones o ser el reflejo de un duelo singular por la pérdida tan temprana de alguien querido», señala la investigadora. De lo que sí está convencida es de que Mtoto era un niño querido. «Sin duda. La dedicación, ternura y cuidado con que ha sido depositado ese cuerpo, arropado casi como si estuviera en un lecho , denota el vínculo tan estrecho que su comunidad sentía hacia él», afirma.

La datación por luminiscencia indica que la tumba de Mtoto es la más antigua de África, pero no del mundo. Los primeros enterramientos -la creación intencionada de una cavidad en la que se deposita un cuerpo y luego se cubre con tierra-, se encuentran en Eurasia, tienen unos 120.000 años y pertenecen a sapiens y neandertales. Difieren de otras prácticas mortuorias en las que los cuerpos se depositan en cavidades naturales que ya existían, como grietas o pozos. Por qué en África no han aparecido entierros tan antiguos es todavía un enigma. Como explica Martinón-Torres, «puede ser que haga falta más trabajo de campo, que este comportamiento en particular se haya desarrollado primero en Eurasia y después se haya transmitido a África, o que las prácticas funerarias fueran diferentes y su rastro arqueológico sea distinto o más complejo de identificar».

«El entierro de Panga ya Saidi muestra que la inhumación de los muertos es una práctica cultural compartida por sapiens y neandertales», indica Michael Petraglia del Instituto Max Planck. «Este hallazgo abre interrogantes sobre el origen y la evolución de las prácticas mortuorias entre dos especies humanas estrechamente relacionadas, y el grado en que nuestros comportamientos y emociones difieren entre sí».