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La inseguridad puede convertirse en un motor de mejora personal y pasar de enemiga a aliada

Esta emoción surge habitualmente de la comparación social y habla del profundo deseo de ser aceptados

Qué es la frustración y por qué se produce: origen de una emoción incómoda

La inseguridad puede tener un rol adaptativo positivo freepik

Inés Pérez

Desde un punto de vista psicológico, se suele entender la inseguridad como una respuesta emocional compleja que surge desde la percepción de vulnerabilidad personal. Una especie de Pepito Grillo que con frecuencia nos susurra dudas, distorsiona la visión que tenemos de nosotros mismos, atenta contra nuestra percepción de valía y competencia, e incluso, nos puede llegar a paralizar por el miedo a no ser suficiente.

Las inseguridades habitualmente surgen de la comparación social y hablan del profundo deseo de ser aceptados. Ser aceptados es un deseo tan imbricado en el ADN humano, que podemos afirmar que se trata de una necesidad y por tanto, todas las personas en algún momento de nuestra vida nos hemos y nos vamos a sentir inseguros.

Sin embargo, existen determinados factores de riesgo que pueden llevarnos a sentir inseguridad con mayor intensidad, frecuencia o duración. La forma de relacionarnos con nuestro entorno y los contextos en los que participamos, condicionan la visión que tenemos de nosotros mismos. Por ejemplo, un entorno muy crítico o competitivo, las comparaciones constantes, o la presencia en redes sociales, pueden sembrar dudas sobre nuestro propio valor.

Explorar su rol adaptativo

Ahora bien, como cualquier otra emoción, la inseguridad tiene un eminente rol adaptativo. La investigación afirma que la inseguridad contribuye a la cohesión social, animándonos a mejorar nuestras habilidades sociales y a crear vínculos más sólidos. Además, la inseguridad es un motor de mejora personal. Por ejemplo, sentirse inseguro ante una presentación oral nos lleva a practicar y mejorar, lo cual aumenta las probabilidades de ascenso y nos acerca al reconocimiento social. En definitiva, aunque habitualmente se asocia la inseguridad con la ansiedad y la baja autoestima, se trata de una emoción que, bien gestionada, puede servir como un impulso que nos acerque al crecimiento personal y al bienestar.

Por eso nuestro objetivo no será tratar de eliminarla, sino aprender a gestionarla. Un aspecto clave es entender de dónde viene una inseguridad y qué es lo que nos intenta decir sobre nosotros mismos y sobre lo que nos importa.

Algunas estrategias efectivas para el manejo de la inseguridad pasan por identificar pensamientos distorsionados sobre nosotros mismos y reemplazarlos por una visión más realista, es decir, no solo fijarnos en los defectos o carencias, sino también en los logros y competencias.

Además, es fundamental aprender a ser compasivos con nosotros mismos y aceptar nuestras imperfecciones como parte de nuestra naturaleza humana.

En un mundo cada vez más conectado, en el que las redes sociales imponen estándares poco realistas de éxito, belleza y felicidad, es fundamental tratar de reemplazar la búsqueda de validación externa por una mayor conexión con nuestros valores. Para ello, la inseguridad es una brújula irremplazable para conocernos mejor a nosotros mismos. Aquello que nos hace sentir inseguros, habla de lo que realmente nos importa. Si conseguimos aprender a descifrar la inseguridad, pasaremos de verla como una enemiga a erradicar, para convertirla en una consejera a la que escuchar.

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