Lago de Sanabria: la tormenta que lo creó y demás misterios de la visigoda 'Senapria'
Sus calles, templos y castillo guardan la atmósfera medieval del tiempo que fue bastión fronterizo entre Portugal y el Reino de Galicia y León
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FRAN CONTRERAS
Sanabria es otro mundo. Ubicada al noroeste de la provincia de Zamora, en las faldas de la Sierra de la Culebra, en este territorio donde se dan la mano el ser humano y la naturaleza, el tiempo parece haberse detenido en pleno ... siglo XXI. Sus gentes siguen cuidando a los rebaños de ganado y labrando las fértiles tierras que se apretujan entre los pueblos. Y en la capital de la comarca, la fortificada y amurallada villa de Puebla de Sanabria, con su especial fisonomía urbana de espigón entre los arroyos Ferrera y los ríos Tera y Casto, el viajero encontrará rincones marcados por la historia y la leyenda, los ecos del tiempo en que fue inexpugnable bastión fronterizo cristiano entre Portugal y los reinos de Galicia y León; el centro político, militar, eclesiástico y jacobeo durante siglos.
Habitada desde la Edad de Bronce, a la Cultura Castreña, fue la tribu astur de los Zoelas quienes crearon en el siglo IV a.C. el primer asentamiento, el castro de Sanabria. Orígenes que han quedado plasmados en el propio nombre, que proviene del vocablo «sen» -que significa «monte», y la celta «briga», que se traduce como 'Castro del Monte'.
Tomados en el siglo I a.C. por los romanos, pasó a formar parte y organizado en conventus, tiempo del que ha quedado huella en las numerosas estelas funerarias existentes en las aldeas de la comarca sanabresa. Fue con la llegada de los suevos en el siglo VI, bajo el reinado de Suintila, cuando aparecen las primeras referencias de la villa y a la comarca en las actas del Concilio de Lugo y, más tarde, en el siglo VII, siendo llamada por los visigodos como Senapria.
Tras la invasión musulmana fue rebautizada como 'Senabria', y tras la reconquista cristiana, ya en el siglo X, citada como Urbs Senabire, momento en el que pasó a dominio del monasterio de San Martín de Casteñeda y el reino de León.
A partir del siglo XII, durante el reinado de Alfonso XII, comenzó su esplendor y se vio reforzada por el monarca Alfonso IX de León quien otorgó funciones políticas, económicas, jurídicas y militares a la villa. Pasó a ser uno de los bastiones defensivos leoneses, concediendo 'Carta de Puebla' a la villa, reedificando su castillo y las murallas. Época de gloria que continuó cuando Alfonso X el Sabio le concedió la Carta Foral y se prolongó hasta el siglo XV, momento en que la villa pasó a ser propiedad de Juan Alfonso de Alburquerque, del Conde Fernando de Castro y de Alvar Vázquez, de la ilustre familia Losada, y más tarde de Alonso Pimentel, tercer Conde de Benavente.
Hoy ese pasado de esplendor lo descubre el viajero recorriendo el casco urbano, dividido en La Villa y El Arrabal, de calles empedradas y empinadas como la Rúa, San Bernardo y Florida, donde aparecen casas señoriales, blasonadas, de grandes balconadas y prolongados aleros, y que desembocan en la Plaza Mayor, donde hallaremos la herreriana Casa Consistorial, la barroca Ermita de San Cayetano, el Castillo de los Condes de Benavente, de los Pimentel y la románica Iglesia de Santa María del Azogue.
Santa María de Azogue
En la parte más alta de la villa, situada sobre un escarpe sobre el río Tera y junto a la Casa Consistorial, se alza la iglesia de la Virgen del Azogue, vinculada a la Orden del Temple y al Camino de Santiago. Templo románico, ampliado en gótico, con planta de cruz latina, una sola nave, crucero y cabecera poligonal, conserva en su sillería de granito, en sus dos portadas, mensajes secretos que tallaron los canteros medievales.
En el pórtico meridional, bajo el porche, entre la torre y el brazo sur del crucero, tres arquivoltas de medio punto con rombos entrecruzados y flores tetrapétalas. Y en el pórtico occidental, de arco apuntado y dos arquivoltas, un rostro barbudo sonriente, reminiscencias al dios del conocimiento, el romano Jano, el venerado 'bafhomet' templario, y cuatro enigmáticas estatuas-columnas a cada lado. En el izquierdo, dos hombres barbudos que sostienen en sus manos sendos libros -uno abierto y otro cerrado-, marcando el enclave como lugar de sabiduría y de poder. Y en el derecho, un hombre, portando un cetro o un pomo, con una bolsa en su cinturón y una mujer velada, con su diestra en el pecho, símbolo de reconocimiento. Ambos coronados y ricamente ataviados. Según los expertos, son las representaciones de Salomón y la reina de Saba.
Todo ello entre capiteles tallados con hojas lanceoladas, helechos, elipses, cadenetas sobre dos niveles de hojitas, una cabeza zoomorfa y otras representaciones y escenas como la serpiente, Adán y Eva o el árbol de la vida. En su interior, además de más de una docena de marcas de cantero pertenecientes a diferentes gremios, encontraremos una singular pila bautismal románica, de granito, con forma troncocónica, decorada con un ángel entre dos cruces flordelisados y las figuras de dos hombres, que al igual que en el exterior, sostienen libros, uno abierto y otro cerrado, uno de ellos con una cruz templaria. Un santuario que, según los expertos en heterodoxia, estaría relacionado con la alquimia y los alquimistas como apunta su nombre, azogue, el mercurio líquido, y en el que se venera la talla de la Virgen del Azogue, que alberga el fervor y la devoción, así como tradición milagrosa en la comarca.
El Castillo de los Pimentel
A escasos metros de la iglesia de la Virgen de Azogue, hallaremos la fortaleza de los Condes de Benavente, el Castillo de los Pimentel. Fue edificado sobre el que levantaron los visigodos en el siglo VI, que aparece referenciado en el siglo XII, y que alcanzó gran protagonismo en el siglo XV de la mano del IV Conde de Benavente, don Rodrigo Pimentel, momento en el que se llevaron a cabo gran parte de las obras de la actual construcción militar por el maestro Juan de Herrada.
Situado en una posición privilegiada, de planta cuadrangular, con cubos semicilíndricos en sus ángulos, puente levadizo y grandes torres homenaje, interior y exterior, llamada El Macho, fue construido con un innovador diseño, único en su tiempo. Una atalaya donde la historia se convierte en leyenda. La primera, relacionada con una dama blanca que muchos afirman vaga por sus pasillos y estancias. Y la segunda, una leyenda hecha piedra. La vinculada a una gran roca con forma de barca que hay justo a la entrada.
Y es que como cuenta la tradición se trata de la barca petrificada que utilizaron tres mujeres, siguiendo las recomendaciones de un enigmático peregrino que las avisó de que la aldea de Villaverde quedaría anegada por una fuerte tormenta. Lluvias torrenciales de las que escaparon en la 'barca de piedra', salvando sus vidas, y que dieron origen al lago de Sanabria.
Villas y valles de magia y leyenda
La comarca de Sanabria y su capital, la villa de Puebla de Sanabria, son un destino especial y distinto a cualquier otro. Sus profundos valles, su hábitat disperso, el aislamiento de aldeas y de sus moradores, han hecho posible la pervivencia de costumbres y tradiciones que se pierden en la noche de los tiempos.
El viajero no solo encontrará un patrimonio artístico sin igual, sino además un patrimonio intangible, marcado por lo mágico, sagrado y legendario. En esta comarca y sus aldeas pervive un dialecto, el sanabrés, el sonsonete del primitivo carro chillón, de macizas ruedas y cargas de heno por hermosos y tortuosos caminos, así como por calles empedradas, al son de la quinta sanabresa y el tamboril.
Una tierra y una villa donde todavía se habla de brujas, mal de ojos, tesoros encantados, moras embrujadas, aparecidos, extrañas criaturas, poderes sobrenaturales, hierbas y plantas curativas y arcaicos rituales en las noches de San Juan. Y en donde tienen como protagonista central un animal totémico: el lobo. Animales que en muchos casos eran, y siguen siendo, responsables del llamado 'llobádigo', una maldición que se producía cuando una persona se cruzaba y era mirado por el lobo, y que, no lo olvide, solo se podía, y puede curar, haciendo una higa con la mano o sosteniendo puntas de ciervo, utilizadas como amuleto. Y es que amigo lector, cuando viaje a Sanabria, no solo descubrirá historia y arte, sino también naturaleza viva. Es una de las pocas zonas donde el lobo vive en libertad después de décadas de persecución y estigmatización, donde su aullido sigue resonando con fuerza entre las montañas.
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