COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

La contable del naufragio

Su liderazgo es más un ejercicio de contabilidad emocional que de política real

María Jesús Montero pretende instalarse en la política andaluza como quien se sienta en un viejo sillón heredado de la abuela, sin cuestionar demasiado su estado, convencida de que, aunque la tela esté gastada y los muelles vencidos, aun le servirá para regresar como hija ... pródiga de un socialismo que ya no es lo que fue, pero que ella imagina eterno. Su liderazgo –si es que pudiera llamarse así- es más un ejercicio de contabilidad emocional que de política real. Acostumbrada a cuadrar las cuentas que nunca cuadran, y a defender lo indefendible, cree que su fidelidad al sanchismo será suficiente para aplicar en Andalucía la misma alquimia retórica que practica en Madrid. La líder socialista que habla de regeneración y de compromiso sabe que cada vez que estalla un escándalo –un día sí, y otro también- tiene que encalar la fachada como si el problema fuese la noticia y no las grietas de su partido, y actúa como la contable del naufragio: revisa cifras, ajusta conceptos, reinterpreta decisiones y maquilla responsabilidades intentando envolver en celofán la confianza perdida en una región que ya no compra historias tan viejas y tan usadas.

Hay algo trágico, casi shakesperiano, en esa insistencia de Montero por resucitar un liderazgo que se sostiene más por voluntad que por compromiso político. La candidata socialista a la presidencia de la Junta habla con grandilocuencia en una Andalucía que ya no se fía de los discursos inflados ni de la arrogancia del despacho madrileño. Su liderazgo no es una promesa, es un espejismo para los andaluces que saben, perfectamente, distinguir entre las voces y los ecos, entre la luz y el resplandor. Su actitud de fiel vasallo –si oviesse buen señor- no la fortalece, sino que la reduce, la hace parecer una funcionaria del relato ajeno, no la dirigente de un proyecto propio, y aquí, los andaluces, estamos hartos de que nos intenten administrar desde Madrid.

Andalucía no necesita a alguien que le explique lo que debe sentir, sino a alguien que escuche lo que realmente siente. Si Montero quiere ser algo más que la notaria del último incendio socialista, tendrá que plantearse si prefiere seguir apagando las llamas que van cercando, cada vez más a Sánchez, o empezar a ventilar la casa. Cambiar nombres, renovar filas, crear eslóganes huecos no sirve de nada si los nombres están manchados, las siglas corruptas y los eslóganes se repiten en los tribunales. Decir que Paco Salazar ya no pertenece al PSOE o que la investigación sigue abierta, no borra el estigma. Y Montero no es consciente –o no parece serlo- de que lleva el sambenito apretándole el cuello.

El socialismo andaluz atraviesa una crisis de identidad. Tras décadas de hegemonía, vive hoy un escenario donde la ciudadanía demanda respuestas claras, no tecnicismos ni relatos elaborados desde Moncloa. Andalucía exige coherencia, y la coherencia, en política, se mide por la capacidad de señalar lo inaceptable incluso cuando proviene de los propios. Pero abjurar del catecismo de Sánchez parece que no está en el libro de cuentas de Montero.

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