PÁSALO
El pabellón destruido
Treinta años después seguimos en el aserradero
Ni penséis morir en la orilla
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Iniciar sesiónEstos días se celebran los treinta años de la Expo del 92 y se han ponderado pabellones, conexiones ferroviarias y monasterios recuperados. Pero se ha pasado por alto, quizás como prueba irrefutable de nuestro desapego, aquel hermoso vergel americano que llenó Sevilla de las especies ... que, quinientos años atrás, vieron por vez primera los colonizadores españoles. El Jardín Americano fue un fósil viviente de aquel tiempo, con especies de los territorios hostiles y desconocidos para nuestros viajeros, desde el Palo Campeche al Jabón de Palo, desde el Timbú colorado al Colpache, desde el Palo Mulato, a la Palma Real, desde el Roble virginiano al Cedro macho cubano. En los ojos de Colón, en la audacia de Alvarado, en la insurrección de Aguirre o en la ambición del gran Cortés, algunas de esas especies fueron parte de sus exploraciones en selvas profundas con banda sonora de pájaros habladores. Otras especies las descubrieron en los mantras ajardinados de caciques mesoamericanos que, para ser eternos como los dioses, se hacían espolvorear el cuerpo diariamente con polvo de oro.
Pasear por aquel pabellón verde, de exóticas especies y de colores tan vivos como los ponchos de Chavela, era una verdadera maravilla. Casi tan sublime como leer relatos mágicos de García Márquez. Para mí fue uno de los pabellones más hermosos y seductores de la isla del tesoro. Cada vez que me lo permitía el trabajo, me escapaba para verlo, respirarlo y soñarlo. El señor de Siam, al que el pabellón del Perú le otorgó una exposición rutilante como ejemplo de las culturas precolombinas, podía competir con las delicadas piezas naturalistas de oro puro de la civilización Quimbaya, pero ninguna de las dos me ayudó a sentir tanto América como aquel jardín. El mismo que la incuria, la insensibilidad, la brutalidad, el salvajismo y la profunda ignorancia de un pueblo turronero y una costra política sin más compromiso que el de parodiar diariamente su incapacidad, dejó morir a partir del 12 de octubre de tan universal año. Se trajeron, gracias al programa Raíces, 2022 ejemplares pertenecientes a 613 especies. En 2008, se procedió a civilizar lo que quedaba de jardín, unos 159 ejemplares. Ya, por entonces, como alguna vez me confesó con gran frustración el especialista Benito Valdés, las pérdidas de ejemplares de Cedro macho cubano, de Caoba, de Mamey y de Targua eran irrecuperables.
Pero la gestión de la Confederación Hidrográfica y los fondos Feder rebajaron la vergüenza de semejante abandono por un tiempo. Y se repobló con 359 especies. A los seis años volvió la ruina del abandono y el desconcierto de una gestión aterradora en confrontación directa con la sensibilidad y el evangelio sostenible. Colocaron a leñadores al frente del bosque. Lo que queda de ese Jardín va camino de convertirse en arqueología. Porque la destrucción continúa. Ricardo Librero, arquitecto paisajista y miembro de 'Salva tus árboles Sevilla', acaba de denunciar el taladricidio ejecutado frente al estadio de la Cartuja y en uno de los aparcamientos del Charco de La Pava, todos herederos del 92. Había que hacerles sitio a los coches del partido de ayer. Treinta años después seguimos en el aserradero…
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