Soleá de la unesco

Hoy se cumplen diez años de la declaración del flamenco como Patrimonio y todo sigue peor

Diez años después, todo sigue peor. La declaración del flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco fue una triste pamema política. Un vacuo lavado de conciencia tras décadas de desprecio y abandono. La Junta de Andalucía quiso resolver con fuegos artificiales los ... muchos años de incompetencia en la divulgación de una expresión cultural que nunca ha necesitado a las autoridades para abrir los mejores teatros del mundo. Y en su estrategia para quedar bien con los artistas y aficionados puso al flamenco a competir con el silbo gomero y la «patum» de Berga. Tal cual. Nos vendieron el titular sin contarnos que la lista en la que nos habían apuntado era la de las tradiciones en peligro de extinción.

Ha pasado una década de aquello y el resultado es el mismo. Nada. El flamenco sigue siendo hoy un género despreciado por las instituciones públicas, que resumen su apoyo a la organización de festivales para repartir cachés entre un número determinado de artistas y poco más. No existe una fe estructural por parte de la sociedad en un arte que ha situado a Andalucía en el mapa de la cultura mundial. Yo soy aficionado hasta las últimas consecuencias y moriré haciéndome llagas en la boca para defender una expresión tan rica como la más rica que exista, pero lo soy gracias a que tuve la suerte de que mi abuelo me ponía discos de cantaores «extraños» cuando yo todavía no tenía uso de razón. No lo soy porque en el colegio me hayan hablado nunca de este tesoro ni porque en la televisión y la radio se hayan programado espacios en horario de máxima audiencia. Sobre el flamenco pesan muchos tópicos absurdos: que los artistas se levantan tarde o que es un arte muy complejo, demasiado profundo, y que hay que entender mucho para disfrutarlo. Nada de eso es verdad. Si usted se emociona, sabe todo lo que hay que saber. Y pocos sectores están más profesionalizados. Pero este tabú no ha podido ser combatido nunca por nuestro sistema educativo. Ningún gobierno ha apostado de verdad por enseñarnos a los andaluces en las clases de Música cuáles son las características de nuestra cultura, que no se parece a ninguna otra, ni quiénes han sido sus grandes maestros a lo largo de la historia. Aquí los niños aprenden, lógicamente, quienes fueron Juan Ramón Jiménez, Lorca, Aleixandre o Alberti en las clases de Literatura con la misma importancia que se les habla de Quevedo o Lope de Vega. Tienen que estudiar a Velázquez, Murillo y Picasso en las de Historia del Arte igual que a Leonardo o al Bosco. Pero en Música les explican la vida y obra de Mozart y no la de la Niña de los Peines o Paco de Lucía, que tuvieron la misma dimensión artística que los mejores de cualquier otro género.

Enrique Morente cantó aquel 16 de noviembre de hace diez años la verdadera soleá de la Unesco: «El flamenco no necesita que lo declaren Patrimonio de la Humanidad porque la Humanidad ya es patrimonio del flamenco». Lo que pasa es que los andaluces somos los únicos que todavía no lo sabemos.

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