La Tribu
Campo universal
La memoria del sabor tiene un almanaque que sigue esperando las cosas a su debido tiempo
Estábamos hechos a la espera de las cosas. No había en nosotros, entonces, esa desmesurada impaciencia que hoy nos viste. Nos impacientábamos, sí, pero en las vísperas, cuando llegábamos a la casa del vecino que tenía huerto: «Entonces, tú crees que la semana que viene ... tendrás lechugas, ¿no?» «Sí, porque Juan ayer ya amarró unas pocas…» Cuando los frutos cantaban su madurez en los días del almanaque, oíamos decir: «Ya mismo van a estar buenas las naranjas; en la huerta de Fulano ya las hay pintonas…» En los bodegones de los puestos, las frutas de temporada se hermanaban en una policromía siempre tentadora: coincidían tomates y sandías con pimientos, ciruelas y brevas; y en otras fechas, membrillos, granadas, moniatos y naranjas. Pero aquel mercado fue ampliándose a medida que las fronteras fueron abriéndose y la globalización fue acercándonos un campo universal que en todo tiempo tiene frutas que siempre fueron gloria de temporada.
Has entrado al mercado de la vieja ciudad. Paseas por allí como por una pinacoteca viva: cuadros asombrosos se ofrecen en los productos del mar cercano, langostinos, acedías, tapaculos, cajetas, galeras, salmonetes… O bien, perfectos cortes de carne de retinto; o la gracia colgada de los embutidos; o esa lucha de olores de los puestos de especias; o las fruterías: habas, guisantes, alcauciles, tagarninas, espárragos, cebolletas… Sí. Pero has observado el extraño bodegón de algunos puestos: en febrero comparten expositor sandías, uvas, fresas, tomates de diez clases, melones… ¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué vuelco de los huertos del mundo ha originado esta convivencia nunca antes vista? Y esos otros frutos que nunca llegaron a los puestos de la tribu: kiwis, chirimoyas, aguacates, mangos, pitayas, piñas tropicales, guayabas, papayas, nueces de macadamia… Un campo nos rodea en la tierra que nos cerca y otro se nos viene a los expositores del consumo. Los frutos del mundo, a nuestro alcance. Pero cuando sabe bien una sandía es cuando cruje en las mesas de julio; y cuando comemos como un pecado granulado un racimo de uvas es cuando se viene, maduro, a nuestras viñas, en la caliente vendimia. Y un melón, en agosto. El mercado del mundo, en nuestras manos. Pero la memoria del sabor tiene un almanaque que sigue esperando las cosas a su debido tiempo. Y eso es inigualable.
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