todo irá bien
Su destino trágico
Puigdemont está mucho más en manos del Estado, que al revés
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Iniciar sesiónHay un dramatismo español muy plástico, muy teatral, peligroso para los columnistas porque tiñe de hipérbole las metáforas. El disgusto de la derecha por los magros resultados de Feijóo se vio agravado por la caprichosa aritmética parlamentaria, que otorgó al partido de Puigdemont la llave de la investidura de Pedro Sánchez o de la repetición electoral ... . Y se instaló el dramatismo nacional como una verbena sobre nuestras cabezas. Verano con boca de verbena, sarao de carmín, bengalas, cuando tantos ejércitos se estrellaban.
Desde la noche del 23 de julio, unos por miedo y otros por rechazo, empezaron a engrandecer una figura grotesca, despreciada por no menos de la mitad de los independentistas y por la inmensa mayoría de catalanes, en manifiesto declive tanto dentro como fuera de su partido y que sólo funciona como referente folklórico para un núcleo cada vez más cerrado de fanáticos y descerebrados.
Puigdemont está mucho más en manos del Estado, y del Gobierno, que al revés. El CNI sabe cómo se financia Waterloo: las aportaciones legales y quiénes de amagatotis son sus paganos habituales. El fugado pende una cariñosa inspección de Hacienda para quedar en la indigencia y sus amigos y empresas que le mantienen tampoco podrían resistirse al sobrecogedor encanto de una visita orientada de la Agencia Tributaria. Igualmente, el final de su inmunidad, que pronto confirmará el Tribunal de Justicia Europa, va a convertir su extradición en un hecho, aunque sea por malversación.
Su rendimiento en las urnas, cada vez más pobre, se parece a cómo se ha ido empequeñeciendo su partido, en el que ya sólo caben los felpudos más obedientes, y sobra decir que si lo son es porque hallaron inexpugnables los caminos del criterio propio y la inteligencia. Que sus siete diputados sean decisivos, y que hasta la fecha haya podido mantenerse escapado en Bélgica, no ha de impresionarnos tanto. Puigdemont es algo más de lo que parecía pero mucho menos de lo que hace falta. Un pastelero de Amer, aventurero, presumido pero sin ninguna posibilidad de escapar a su destino trágico.
El que ahora es visto por muchos con estupor y congoja, y hasta como el titiritero de la nueva legislatura, no es más que un ratoncillo que cree que se ha salvado porque ha esquivado al gato pero se ha colado en una habitación tapiada. En ella puede elegir entre dos trampas: la primera, votar la investidura del presidente a cambio de la amnistía, lo que estrechará todavía más el círculo de sus irreductibles y muchos van a considerarlo un traidor. La segunda, dejarse llevar por sus exacerbados y forzar la repetición electoral, que le puede deparar cartas iguales –casi imposible– o peores –lo más seguro–, con un Pedro Sánchez escarmentado, resentido y agotadas sus posibilidades de continuar en La Moncloa, o un gobierno de PP y Vox que le ponga ante su condición de payés errante para recordarle, sin tener que despeinarse, qué es un Estado y por qué siempre gana.
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