La Huella sonora
Melania
Parece diseñada por un dios aburrido, uno que, entre copa y copa, hubiera decidido juntar en ella todas las cualidades para que el mundo se arrodillara
La noche americana
Una boda española
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Iniciar sesiónMelania es un enigma de alta costura, una interrogación de piernas largas, una 'femme fatale' vestida de botella de Tío Pepe que, a su paso, detiene la respiración y los relojes. Yo la miro en el Capitolio, vertical como un arañazo, y ... me embeleso, me derrumbo, confieso que me atrapa en su perfección eslovena –en su perfección inmigrante–, en esos dos ojos envueltos en sombras blancas que prefieren no mirar para no ver lo que se les viene encima. Es como un cuadro carísimo en el salón de alguien que no sabe de arte, una figura de porcelana blanca en medio de un estruendo sucio, callada pero presente, como si de alguna manera hubiera llegado a la conclusión de que, en el silencio, su poder se multiplica. Melania es una suicida con vocación de esfinge.
Parece diseñada por un dios aburrido, uno que, entre copa y copa, hubiera decidido juntar en ella todas las cualidades para que el mundo se arrodillara. Y luego, con una carcajada, la llenó de grietas. Solo hay un poder mayor que el de Trump, que es el de Melania, por supuesto, a cuyos pies Donald se postra cada noche. Aunque eso solo si es un hombre de verdad, que está por ver. En cualquier caso, el besapiés convierte a Melania en un Atlas inverso, en un titán que en lugar de sostener al mundo, lo pisa con su tacón de aguja. En realidad, ella es el golpe helado de Ramón Sijé, aquel hachazo invisible y homicida, un escaparate de perfección en una elegancia glacial que en cada gesto parece susurrarte: «Ni se te ocurra acercarte». Y desde la distancia te mira como haciéndote saber que ella sabe algo que tú no sabes. Y, lo que es peor, que no sabrás jamás. Melania parece tener siempre más información, tiene cara de estar resolviendo raíces cuadradas, algo a medio camino entre Nerón y Audrey Hepburn. Creo que es capaz de ver más dimensiones, más densidades y, por ello, no está por debajo de la situación ni tampoco por encima: simplemente está fuera, sobrevolando en círculos concéntricos y observándose a sí misma como en un espejo que refleja lo que quieras proyectar, un espejo mágico como un río que no se compromete con ninguna imagen. Excepto con la suya.
El besapiés la convierte en un Atlas inverso, en un titán que en lugar de sostener al mundo, lo pisa con su tacón de aguja
Melania es un misterio de carne y hueso. A veces flota como un huracán que espera el apocalipsis, a veces como una estatua de mármol. En ambos casos logra vaciar el silencio de significado. Su mutismo, así, no anticipa un sonido, sino que lo descarta. No hay ausencia culpable sino desconexión voluntaria. No es preludio sino desenlace. No es el punto de partida sino el de destino. Y, por eso, su sonrisa, no es sonrisa sino muralla. Simplemente, Melania eligió ser sombra. Y el ácido hialurónico hizo el resto.
Melania no parece del todo humana. Es un ser llegado de otro plano, una musa de la tragedia griega que se ha colado en un Washington lleno de mediocridades y desencantos, en un campo de batalla donde la desesperación se va a la guerra con el cinismo. Por ello su sello es la indiferencia, como Nicola Six, la protagonista de 'London Fields', que te arrastra al centro de la tormenta y, una vez allí, te deja solo para que te consumas. Melania es una musa solitaria, una estrella lejana, un pecado con alzacuellos oculto tras un disfraz con su aspecto, una careta con su rostro y su propio nombre como pseudónimo. Ella es una despedida erguida, bella y visible para todos. Por eso, cuando se vaya no necesitará decir adiós: en realidad, llevaba años diciéndolo sin abrir la boca. Nadie lo sospechó jamás.
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