San Uno de Janeiro

Sólo me salva del 31 y el 1 el mar, el viejo y Latino mar desde el que veo las costas de África ciertos días. El mismo que todos los españoles le pagamos a los barceloneses, en el 92, con eso que no le dieran la espalda a este caldo civilizador. Y ahora, los hijos de esos españoles tenemos lo que tenemos allí.

Yo, en una fecha como la del 31, o como la del 1 (dicen en el santoral que es mi día) no hago planes. Dejo que fluya el día de tiendas cerradas y de familias más cerradas aún con las que ya no queda nada; hemos olvidado hasta 'la color' de sus caras, y tanto da. La siesta del lunes 1, por ejemplo, sirve para bichear en las redes qué hicieron tus amantes apócrifas, y ya no hay ni rencor. Cómo y qué bien y qué simpáticos y 'estelados' son los bañistas de la Barceloneta, y el suelo que huele a limpiador de vómito, porque ha habido vómito de quien se quiere sacar el mundo y la Nochevieja entre bilis y espasmos.

Pasará lo que tenga que pasar ahora, en este año en que el tonto lo será más, y además artificial y sanchista sin enterarse. En este viejo barrio que digo, con su paguita y sus gatas atigradas, mi amigo 'Chomsky', con las flores al borde de la helada, intentará cuadrar el círculo de la política, y habrá que callarse, que nos presta un patio para escribir nuestras prosas sin prisa y con causa.

Ya no estará Pepe Domingo y amargarán los pepinos desde Fuenterrabía a Tarifa. No se podrá decir que los españoles somos y seremos lo que queremos ser, y, si se dice, exilio y excomunión.

Narciso Sánchez resignificará Cuelgamuros, resignificará sus cuelgues y hasta a sí mismo. Cuando llegue el martes de Carnaval, 2023 y 2024 habrán pesado como un siglo: el siglo que morimos peligrosamente. Y todo será un año más viejo; hasta la 'Marcha Radetzky' y Jenni Hermoso y perdón por la mezcla.