ANTIUTOPÍAS
Regreso a las misiones jesuíticas
La sumisión al caudillo, que parecía un fenómeno latinoamericano, se ha vuelto global
'Bad hombre'
Todos feministas
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Iniciar sesiónHace unos días decía un ministro en Colombia que él siempre había sido rebelde. Pero inmediatamente después, no fueran a malinterpretarse sus palabras, aclaraba: «Un rebelde que acata todas las decisiones del señor presidente». Esas dos frases bastaban para revelar el alma de una ... persona y hasta de una época. Porque así está el mundo, lleno de rebeldes anhelantes de un señor o de un líder que les diga qué hacer, a quién ladrar, contra qué poder maligno insubordinarse.
La sumisión al caudillo, que parecía un fenómeno latinoamericano, se ha vuelto global. Los líderes mundiales han aprendido a marcar fronteras morales y a encerrar a los suyos en un redil, casi como en tiempos de las reducciones jesuíticas, para que no se expongan a ideas contaminantes. Si los jesuitas del Paraguay no permitían que los indios estuvieran en contacto con los españoles, los mulatos y los negros, porque de ellos sólo podían aprender vicios, las organizaciones que nos gobiernan no toleran las ideas disidentes que amenacen la armonía y la unidad en torno al líder. Hasta las redes sociales están remedado esa lógica, y quienes sentían que en X tanta pluralidad contaminaba sus conciencias, han optado por Bluesky, una reducción donde todos piensan igual.
Los gobiernos se están blindando contra las voces críticas. Aquí sólo caben los convencidos, los fanáticos de la causa, los adictos al caudillo. Y los partidos ya no parecen lugares donde se debaten políticas públicas, sino espacios seguros, resguardos de pureza ideológica y de obediencia debida, que tienen como finalidad apuntalar el liderazgo del caudillo y a veces también su impunidad. Expertos en el control de daños, los militantes sólo tienen una misión: evitar que nada salpique al ungido, preservarlo de cuanto lo exponga ante la opinión pública y los organismos de control.
Como si estuviéramos volviendo a tiempos premodernos, ya no se disimula el placer a la sumisión grupal. Basta con que el individuo entre en una colectividad política para que se anule su capacidad crítica y quede convertido en una célula que debe trabajar para el bien del cuerpo. Ese cuerpo, por supuesto, lo dirige la cabeza, que no es otro que el conductor, el puto amo, el libertador del pueblo, caudillos que han llegado hasta donde están inventándose amenazas que comprometen la salud moral de la sociedad. El repertorio de males es amplio. Bien puede ser la oligarquía explotadora, los mexicanos violadores, la Mara Salvatrucha, los zurdos de mierda o la derecha y la ultraderecha.
Cualquiera de estas pestes sirve para justificar lo que decida el líder. Todo se aplaudirá, porque todo irá dirigido a evitar el mal. La prensa adicta somatizará esos mismos delirios, y en nombre de la moral cambiará la búsqueda de la verdad por el activismo programático. Al final, no es broma, volvemos al Paraguay del siglo XVII: cada cual en su misión, adorando al redentor que mantiene el mal a raya para que no corrompa ni mancille las almas puras de sus fieles bienaventurados.
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