casa de fieras
Pozuelo Vice
No seamos ese sitio en el que todo tiene un precio que un mafioso puede pagar
Hacernos las rubias
El cansancio de fingir ser feminista
En Pozuelo de Alarcón amanece más despacio que en otros barrios de Madrid. La tranquilidad es su seña de identidad, una forma de pasar las horas con cadencia, como si el barrio caminara dejándose llevar entre los días largos. Se respira calma porque el aire ... es cálido, de brisa generosa y luz amarilla, mucho verde y muros de boj que delimitan los hogares con salón de chimenea y jardín recién cortado. Hay tantos jardineros como niños, porque la prosperidad va podando parcelas mientras los colegios reciben retoños en cola de coches con nanis y madres de gimnasio. En las rotondas los coches rugen, abren terrazas de copas para que la vida pase ahí mismo, y los fines de semana el silencio pesa como una niebla que retrasa aún más el reloj. Empresarios, herederos, presidentes, médicos e inversores son los clientes habituales de una zona de Madrid donde se busca que nadie te toque los cojones.
Desde el pasado miércoles, Pozuelo corre más deprisa. La calma se ha visto interrumpida en las puertas del Colegio Americano, donde un sicario disparó ocho veces a un tipo que se refugiaba en Madrid de 'vendettas' y traiciones, de un pasado rodeado de manchas entre Rusia y Ucrania con más sombras que claros. Hasta aquí llegaron para cepillárselo, como ya hicieron en 2018 en circunstancias parecidas con un miembro de los Miami, el temido José Ricardo Rojas, 'Richi', cuando fue asesinado al dejar a sus hijos en el Colegio Británico de esta misma localidad.
No son vuelcos ni atracos, sino asesinatos selectivos ejecutados por sicarios profesionales que vienen a Madrid, estudian a su presa y deciden eliminarlo cuando se muestre vulnerable. Por eso les cazan llevando a sus hijos al cole, cuando olvidan lo que son, porque huyeron y creen que son uno más de aquí. Pasa más en el sur, donde el negocio del narco no entiende de clanes ni lealtades. Sucede que los chungos de verdad, los malos globales, cuando quieren esconderse lo hacen en lugares como este, donde a nadie le importa de donde sacaron el dinero sino donde lo pretenden gastar. Y en ese punto la cosa se vuelve difusa.
El centro caro de Londres, me refiero a Knightsbridge, Kensington o el molón Noting Hill, llevan décadas sufriendo este problema que dispara a cotas inalcanzables el precio de la vivienda. Es una anomalía de la que hoy se arrepienten pero que sirvió para que desde los años sesenta, Harrods viera desfilar billetes a punta pala de refugiados millonarios, que provenían de todos los países del mundo. Chinos, rusos, árabes o qué más da dónde fueran, pues si traías pasta fresca se hacía como en el Novio de la Muerte y que más dará tu pasado si el futuro es así de lucrativo. Borrón y cuenta nueva.
Hay una línea delgada entre la decencia y ese qué más dará. Pero si no queremos que esto se convierta en un Miami Vice, un Marbella cualquiera, las autoridades deben de mirar más en los barrios de parné que en la Cañada Real, a la que, por cierto, aún se prefiere a oscuras. No seamos ese sitio en el que todo tiene un precio que cualquier mafioso pueda pagar.
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