casa de fieras
Hacernos las rubias
Escapar del bucle al que nos someten es solo cuestión de voluntad
El cansancio de fingir ser feminista
La sociedad de la pereza
La tristeza dura lo mismo que la prisa. Por eso la gente camina tan rápido en algunas ciudades, donde parece que todos son un poco más tristes. Es casi un modo automático de supervivencia, una forma de ir pisando el tiempo mientras todo sucede ... de forma continuada. Así van pasando los días, las semanas, los meses y los años, con sus penas frágiles y sus alegrías fugaces.
Luego ocurre algo de golpe y sacude el bucle de lo cotidiano, mientras nuestro alrededor tarda un tiempo en ordenarse. Da lo mismo en las buenas que en las malas. Al principio vamos a ciegas, pretendiendo encajar lo que ayer parecía imposible. Las personas somos animales que sabemos adaptarnos a los cambios, sobre todo si son importantes, aunque no dejamos nunca atrás el peso que fuimos cuando nos curamos las heridas. Lo insólito se vuelve habitual y la normalidad, ajena. Puede que la vida sea todo lo que ocurre precisamente al resetearse; lo que sucede mientras pasamos de siete en siete los días en esta monotonía que se derrumba como un bote lleno de agujeros en alta mar. Cuando se rompe la línea continua, al cortarse, es cuando la vida te enseña su verdadera cara.
No le damos importancia hasta que nos pone la zancadilla. A todos nos pasa antes o después, pero somos supervivientes y nuestro instinto es vivir como si no pasara nada. Luego te enteras de que la vida es en realidad cuando pasa algo y deseamos volver a cuando todo parecía igual y aburrido. Que nos conceda un rato más largo, no como esta estación que ya casi no distingue el frío del calor. El clima ha perdido sus modales. Por eso se escucha el alboroto de algo a punto de cambiar, un runrún que viene a sacudir esta rueda de normalidad que ha durado tanto tiempo y ha dolido tan poco. Lo sanador es lo rápido que establecemos una normalidad nueva, otro bucle que nos mantenga a salvo de nuestras propias faltas. Y así seguiremos pasando el tiempo hasta que se muera la muerte y nos sacuda de cerca. Diremos otra vez lo que dijimos entonces, cuando fueron otros los que cambiaron nuestro paisaje. Esos a los que sobrevivimos.
Tenemos que engañar a la vida porque sino la vida nos engañará a nosotros. Decía Dolly Parton que «no me ofendo en absoluto porque sé que no soy una rubia tonta. También sé que no soy rubia». No parece mala táctica para enfrentarnos a esto de vivir haciéndonos un poco 'las rubias'. Salirse de la rueda, escapar del bucle al que nos someten es solo cuestión de voluntad. Voluntad por saber, voluntad por conocer y voluntad para que no te tomen por idiota mucho más tiempo. Ya vendrá la vida después para decirnos lo que ha decidido hacer con nosotros. Con los nuestros. Pero al menos nos haremos los locos, las rubias, y seremos mucho más libres que, al final, es de lo que se trata. Los golpes nos los vamos a llevar igual, es inevitable, pero la velocidad a la que nos estampemos contra el muro depende de nosotros. Por eso es mejor caminar despacio. Y la ciudad será un lugar menos triste.
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