la tercera
Los estupendos genes de Sydney
El anuncio de Sydney Sweeney resuena con estas tendencias y sublima la resistencia popular al dogma 'woke' que ha mantenido estos tabúes, y vuelve la biopolítica identitaria contra sí misma
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Un paseo en litera
Alejandro Zaera-Polo
El 'marketing' lo inventó Edward Louis Bernays, un sobrino de Freud que aplicó los principios del psicoanálisis a la manipulación de la opinión pública y el consumo, a base de apelar a los deseos inconscientes y las emociones del público para crear necesidades artificiales y ... construir consensos políticos. La reciente campaña publicitaria de Sydney Sweeney para American Eagle Outfitters es una pirueta mercadotécnica que invierte sus principios y pone sobre la mesa cuestiones importantes en un mundo en el que la democracia está cada vez más dictada por la demografía, y la política se parece cada vez más a la ganadería. La genética es la inversa del 'marketing' porque opera sobre la realidad como entidad material, no como deseo y representación, y moviliza potencialidades más que actualizaciones. El anuncio está basado sobre la asociación fonética entre los jeans de American Eagle Outfitters y los genes de Sydney, una saludable chica americana, rubia (teñida), con ojos azules y curvas pronunciadas, crecida en una pequeña ciudad del noroeste en una familia de clase media, haciendo mucho deporte, y aún virgen de cirugía―porque tiene buenos genes. El lema de la campaña es «Sydney Sweeney tiene unos 'jeans' estupendos» pero en realidad lo que quiere decir es «Sydney Sweeney tiene unos genes estupendos».
Vender los genes como un activo de un producto no es una estrategia común, aunque ya exista un precedente de 1980, en el que una Brooke Shields quinceañera trata de embutirse unos jeans de Calvin Klein mientras habla de genética. Termina incluso con una máxima darwiniana: «La supervivencia del más fuerte». En 1980 Klein no tenía que preocuparse de ser cancelado por usar el cuerpo femenino como reclamo, pero en 2025, en plena era de la cancelación 'woke', American Eagle Outfitters sabe que para capturar el potencial en la derecha emergente en EE.UU. tiene que correr riesgos. Así es que no contrata a una gran agencia de publicidad, sino a Sweeney, que es la incorporación misma de esas tendencias: la chica de las tetas 'antiwoke', según los medios sociales.
American Eagle Outfitters se revalorizó un 18 por ciento en los cuatro días tras el lanzamiento de la campaña. La reacción de las activistas 'woke' contra SS ha sido inmediata: le han acusado de sexista, nazi y supremacista blanca. Presentar a una belleza rubia, con ojos azules y curvas de escándalo, en lugar de una modelo 'diferente' es políticamente incorrecto. Para el totalitarismo 'woke', ser guapa, sexy, lista o fuerte es nazi, porque discrimina contra quienes no lo son. Hay que promover la fealdad y la debilidad como nuevos valores sociales para que todos podamos ser iguales.
La derecha ha contestado con la misma velocidad, usando artillería de gran calibre: Ted Cruz, JD Vance y el mismísimo Trump han saltado en defensa de Sweeney, criticando a los «locos demócratas» y ensalzado su belleza 'all-american' y su filiación republicana, y le han ungido como la musa de la nueva derecha. Sydney no es tonta: fue 'valedictorian' en su 'high school'. Podría haber dejado la ironía en la confusión fonética, y haberse limitado a exponer sus activos, pero nos dice: «Los genes se transmiten de padres a hijos y, a menudo, determinan rasgos como el color del pelo, la personalidad e incluso el color de los ojos… mis 'jeans' [genes] son azules».
Alude sin apologías al hereditarianismo, la eugenesia y el pronatalismo, que están reapareciendo tras de haber estado cancelados durante décadas, en una era en que las democracias están cada vez más determinadas por sus demografías, y el voto no depende ya de las ideas, los programas y el debate sino de la capacidad para «criar selectivamente» demografías afines. La migración masiva y sus altos índices de criminalidad―y de natalidad; el resurgimiento de los nacionalismos, y la ideología de género y el #Metoo se han convertido en los instrumentos principales de formación de electorados. Por ejemplo, la «mayoría social» del Gobierno de España está construida como un batiburrillo de demografías minoritarias que solo pueden empoderarse a base de aliarse entre sí, como 'diferentes', pero que carecen de objetivos comunes. El 'interseccionalismo' ha convertido a las democracias occidentales en las dictaduras de esas minorías identitarias que acusan a Sweeney de ser nazi, pero su explícita reivindicación de la genética, no ha hecho sino resonar con una fuerza irreprensible: Trump presume todo el tiempo de la calidad de sus propios 'genes'; Musk arenga a los italianos para que procreen para mantener su 'cultura'; Peter Thiel está invirtiendo en «eugenesia moderna» y financiando la selección de embriones como «medicina preventiva» para mejorar la «raza humana».
El 'racismo científico' (la constatación estadística de que hay considerables diferencias de capacidad física o cognitiva entre las distintas razas humanas) es la inevitable consecuencia de estos intereses, amplificados por los avances psicométricos y el Big Data. Hace ya 25 años que Sloterdijk dictó su polémica clase 'Reglas para el parque humano', como una respuesta indirecta a la 'Carta sobre el Humanismo' de Heidegger, en la que propuso una revisión «genético-técnica» de la humanidad, sugiriendo un «código antropotécnico» para regular la crianza humana. Fue duramente castigado por Habermas (exponente de la Escuela de Frácfort y de la teoría crítica posmoderna) y acusado de neonazi. Desde entonces, la cadena de cancelaciones de aquellos que han reafirmado la determinación genética de los humanos es larguísima: Richard Dawkins, J.K. Rowling, Larry Summers, Carole Hooven y Kathleen Stock han sido cancelados por afirmar las determinaciones sexuales; Nick Bostrom, Nathan Cofnas, Amy Wax, y muchos otros por proponer el racismo científico. La academia, que ha sido históricamente el instrumento para disciplinar el conocimiento, ha intentado reprimir la difusión de estos discursos, y ha mantenido el tabú sobre los estudios de psicometría, genética conductual o psicología evolutiva y cognitiva y restringir la accesibilidad de estadísticas racialmente desglosadas… Pero la vuelta de la genética es ya imparable. Que Steven Pinker, el ilustre profesor liberal de psicología cognitiva de Harvard, se haya dejado entrevistar este año por la revista 'Aporia', que es el centro del ecosistema del racismo científico y la eugenesia, es muy significante. El anuncio de Sydney Sweeney resuena con estas tendencias y sublima la resistencia popular al dogma 'woke' que ha mantenido estos tabúes, y vuelve la biopolítica identitaria contra sí misma.
Se trata de decidir si vamos a seguir ignorando la evidencia y operando a través del lenguaje y la «voluntad y representación», como Habermas y Bernays―, o como los ganaderos y los enólogos, interviniendo directamente sobre la genética. La eugenesia no tiene ideología, y mucho menos nacionalsocialista: no es nacionalista porque los genes operan independientemente de la tierra y de la patria, y a veces tienen más éxito cuando se transplantan véase el Cabernet Sauvignon de Napa Valley. La eugenesia tampoco es socialista porque ha sido siempre la razón de ser de las aristocracias. Y los nazis no tenían la secuencia del genoma humano ni Big Data… Tal como pedía Sloterdijk, es urgente confrontar la cuestión genética en la arena política, sin tabúes. Seguir negando las diferencias entre las distintas razas o negando la eugenesia en base a imperativos morales es absurdo a la hora de criar el demos. Los humanos podemos ser iguales ante la ley, pero no somos iguales entre nosotros. Los estupendos genes de Sydney son prueba de ello.
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