Viktor Orbán, el hombre de Trump y Putin en la la Unión Europea
El primer ministro húngaro se estrenó en el poder como moderado, pero radicalizó sus políticas
La extrema derecha promete hacer de Austria la «isla de los felices»: fijar en la Constitución dos únicos géneros

Acaba de retirar por decreto la protección a miles de refugiados ucranianos en Hungría. El penúltimo episodio fue su bloqueo a una declaración de la UE para condenar el fraude electoral de su «amigo» venezolano Nicolás Maduro. No hay paso que dé Viktor Orbán ... que no cause un dolor de muelas político en Bruselas. Apenas ocupó la Presidencia por turno, el primer ministro húngaro emprendió sin previo aviso una gira diplomática para reunirse con Zelenski, al que pidió un alto el fuego antes de iniciar negociaciones con Rusia. Siguió con visitas a Vladímir Putin y con Donald Trump, con los que acordó una especie de hoja de ruta para Ucrania que contempla la cesión de parte de su territorio. Finalmente, se hizo carantoñas en Pekín con el principal proveedor de armamento de Rusia, Xi Jinping.
Tal agenda no se improvisa, debía estar acordada al menos desde hacía semanas sin haber siquiera comunicado sus intenciones al resto de socios europeos ni a las autoridades comunitarias, que mantienen en suspenso las relaciones diplomáticas con Rusia y que, para hablar con EE.UU., se dirigen a su todavía presidente, Joe Biden.
La irritación causada por Orbán es de tal calibre que la UE ha respondido con un boicot a la presidencia húngara, de manera que ni los gobiernos de los países miembros ni las instituciones comunitarias enviarán a las reuniones que convoque Orbán a ministros o altos cargos, sino que se harán representar solamente por funcionarios de rango menor. Se ha barajado incluso la posibilidad de arrebatarle la presidencia semestral, pero sería necesaria la unanimidad, y Austria se opone. La única alternativa es asumir el hecho sin precedentes de que un 'agente de influencia' de Putin y de Trump ocupa la presidencia durante este semestre. Y entender cómo ha llegado hasta ahí.
Primeras andanzas en la política
La motivación de Orbán no es ideológica. Sus primeras apariciones en la política húngara tuvieron lugar en escenarios liberales antisoviéticos, en los convulsos meses posteriores a la caída del régimen comunista. Había sido uno de los fundadores del Centro de Estudios István Bibó, refugio de una nueva oposición civil-liberal, cuando el 30 marzo de 1988 participó en la reunión del Colegio de Humanidades de Budapest en la que nació Fidesz (Fiatal Demokraták Szövetsége), un grupo de jóvenes demócratas. A sus 25 años, su capacidad de oratoria y su instinto de poder no pasaron desapercibidos para los cazadores de talentos occidentales y ese mismo año estaba ya siendo entrenado por la Fundación Soros.
Recibió una beca para el Pembroke College de Oxford, donde estudió la historia del liberalismo inglés hasta que regresó apresuradamente en otoño de 1989. Había caído el Muro de Berlín, contaba con la bendición occidental para liderar Hungría y se subió al tren del poder emergente. En junio de 1989, con motivo del entierro simbólico de Imre Nagy, líder de la revolución húngara de 1956, pronunció un discurso transmitido por la televisión estatal en el que exigió elecciones libres y la retirada de las tropas soviéticas de Hungría. Conectó con el deseo húngaro generalizado de librarse del yugo soviético y se convirtió en uno de los políticos más populares y con mayor notoriedad del país.
Una de las principales lecciones sobre la democracia que Orbán aprendió en sus inicios es que no basta con conseguir que te voten los que piensan como tú, sino que es necesario además atraer a los partidarios de los otros. Para seducir a más votantes, en 1994 trasladó Fidesz a una alianza de partidos de centro-derecha y cultivó la imagen de hombre de Estado moderado. Así ganó las elecciones de 1998.
La siguiente lección fue que no basta con ganar unas elecciones para mantenerse en el poder. Su desempeño mediocre al frente del Gobierno se tradujo en derrota electoral en 2002; de nada le sirvieron entonces sus conexiones liberales occidentales y temió el final de una fugaz carrera política. Optó entonces por reinventase: en el congreso del partido de 2003, el nombre y el estatuto de la formación cambiaron de nuevo y recuperó la presidencia del partido, desligada dos años antes de la jefatura del Gobierno.
Cambio de estrategia
A partir de ese momento, Orbán aseguró su poder sobre dos patas: el control absoluto de Fidesz y el control lo más absoluto posible del Estado. En el segundo mandato, se sirvió de su mayoría parlamentaria para restringir los derechos humanos y civiles en Hungría y, para ensanchar su base electoral, aprobó en 2012 una nueva Constitución con guiños morales y religiosos conservadores.
El Consejo de Europa cuestionó las reformas judiciales que restringían la independencia de los tribunales húngaros, pero ni los votantes liberales ni la UE le podían proporcionar el poder continuado que sí le ofrecía la derecha húngara más autoritaria, a la que sigue hoy necesitando. Ahí comenzó su alejamiento de Bruselas.
«Orbán, en su fuero interno, es un futbolista. No importa tanto la camiseta que vista en cada partido, lo único verdaderamente importante es que sale al campo a ganar –dice un funcionario europeo–, para mantenerse en el poder necesita ahora unas políticas antidemocráticas que repelen sus socios europeos, por lo que recurre a la alianza con quiénes él cree que están por encima de sus socios europeos, que son Putin y Trump».
Y al electorado se lo gana con un discurso de beneficio: después de todo, Hungría recibe condiciones preferenciales para las importaciones de energía rusa y hay partes del oeste de Ucrania que volverían a encajar mejor en el mapa de Hungría, como era antes de la Primera Guerra Mundial, antes de que llegase la modernidad, una idea extendida entre los extremistas de derecha locales. Ha conectado además con un generalizado «resentimiento académico y polvoriento por el Tratado de Trianon, que firmaron los aliados que ganaron la Primera Guerra Mundial con Hungría», sugiere Peter Kreko, del Instituto para la Democracia CEU de Budapest; «la idea de que de Occidente no ha venido nada bueno». No es, por tanto, que Orbán haya cambiado de ideas políticas, sino que es un hombre de su tiempo, dice Kreko, «si Trump ha conseguido que el partido de Reagan sea prorruso, ¿por qué no lo iba a conseguir Orbán?».
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