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Rusia bombardea el camino de huida de los civiles a Kiev

Los morteros caen sin piedad sobre la única vía de escape que tenían las familias que huían de los combates en Irpin, a 20 kilómetros de la capital ucraniana. Cuando en una guerra las líneas rojas se difuminan, los civiles desaparecen

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Dos cuerpos yacen en una calle de Irpin, a las afueras de Kiev EFE - Vídeo: ATLAS
Mikel Ayestaran

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Los corredores humanitarios son tan necesarios cuando un conflicto se recrudece, como complicados de abrir y respetar debido a la falta de confianza entre enemigos. En Mariupol, al sur del país, el intento falló por segundo día consecutivo porque las armas no callaron, según informó el Comité Internacional de Cruz Roja (CICR) y en Irpín, a las puertas de Kiev, no hubo declaración oficial alguna sobre apertura de corredores , pero a los civiles solo les quedaba una puerta de salida a pie hacia la capital y allí fueron atacados.

Los morteros rusos cayeron sin piedad sobre la única vía de escape que tenían las familias que huían de los combates en Irpín. El sábado se produjo un éxodo masivo de los ciudadanos de esta localidad de 60.000 habitantes situada a 20 kilómetros de Kiev . Los que salieron a pie tuvieron que esperar bajo los escombros del puente de Romanov , volado por el propio Ejército ucraniano para complicar el avance ruso , y cruzar casi uno por uno la pasarela improvisada de madera sobre el río. Fueron afortunados dentro de la enorme desgracia que supone abandonar tu casa sin saber si podrás regresar algún día.

24 horas después, con las tropas rusas ya en las calles de Irpín, quienes quedaban por salir lo tuvieron peor. Familias enteras, con niños en brazos, ancianos de la mano y con la maleta a cuestas llegaron al río y sufrieron el ataque directo de los morteros rusos . Al menos cuatro personas de una misma familia perdieron la vida y sus cuerpos quedaron tirados en el suelo, cubiertos con sábanas blancas.

Cuando no hay líneas rojas, los corredores no sirven de nada. Pese a las últimas tecnologías y el zumbido constante de drones , dotados con cámaras, los civiles fueron considerados objetivo militar . Imposible ponerse en la cabeza de la persona que dio la orden, pero en estas situaciones los ejércitos buscan aterrorizar a la población para que salga lo antes posible de sus casas y así poder lanzar operaciones a gran escala. Una estrategia con la vista puesta en la vecina Kiev.

En tierra de nadie

Con el camino a Irpín a través del puente cortado por el fuego ruso, la única forma que tienen los civiles para llegar a Kiev es tirar hacia el oeste por Stoyanka , una ruta más larga en la que se necesita un vehículo. Acercarse al frente de batalla supone ir en la dirección inversa a una cola interminable de coches que avanza muy lentamente debido a los registros en los puestos de control. Milicianos y soldados controlan cada vehículo que se dirige a la capital por el miedo a la entrada de enemigos camuflados de civiles . Son puestos de control protegidos con armas ligeras, posiciones básicas, que no se presentan demasiado sólidas como primeras líneas de defensa de Kiev. Todo lo contrario, la sensación es de retirada total, repliegue al otro lado del río y los planes podrían pasar por volar más puentes para dificultar el paso de un enemigo con una fuerza muy superior.

En el atasco de salida, nadie pierde la paciencia pese a las explosiones de fondo. Los coches dejan atrás las columnas de humo de los incendios causados por el bombardeo en Irpín. «Voy a la parte Occidente del país, no sé a dónde, pero lo más lejos posible de aquí», responde Constantín cuando se le pregunta por sus planes. Lleva a su madre anciana en el asiento del copiloto. «Hemos oído muchas bombas, explosiones, hay heridos y mi madre, Reggina, tiene 85 años, voy a ver si algunos amigos nos pueden dar refugio », asegura en perfecto español este agente de turismo a quien la vida le ha dado un giro radical, como a todos los ucranianos.

Muchos de estos civiles que esperan su turno para avanzar se han quedado incomunicados porque las tropas rusas confiscan los teléfonos en sus puestos de control con el pretexto de que se pueden emplear para enviar sus posiciones al enemigo.

Hay un momento en el que la cola de vehículos se termina y la carretera se vacía. Se atraviesan pueblos abandonados, con casas y tiendas cerradas. Cuanto más cerca está Irpín, más lejos queda la vida. El último puesto de control ucraniano lo forman una serie de bloques de cemento levantados junto a una antigua cafetería. Allí está Anatoli, de 57 años, acompañado de otros voluntarios que otean el final de la recta con el miedo metido en el cuerpo. « Los rusos están a 3,5 kilómetros , destruyeron nuestro puesto y por eso tuvimos que retroceder a esta posición, pero pueden avanzar en cualquier momento. Ellos llegan y empiezan a disparar a todo lo que se encuentran , incluidos coches de civiles. La situación es complicada», comenta Anatoli, convertido de manera involuntaria en la primera línea de defensa de Kiev. A la pregunta sobre si se puede ir más allá de este control, el miliciano dice que un kilómetro más, hasta Stoyanka, pero fuera de su responsabilidad.

Un kilómetro más allá, en esa especie de tierra de nadie entre rusos y ucranianos, Kirio reparte comida entre los ancianos que se han quedado sin poder salir de sus casas. Stoyanka es un pueblo conocido por el lago que era lugar de peregrinación para los habitantes de Kiev durante los fines de semana. Es domingo, pero el único que anda por la calle es Kirio, que en su bicicleta transporta dos grandes bolsas de plástico con latas de conserva. « Sobrevivimos, no es una situación fácil, pero lo hacemos », asegura sin perder la sonrisa. La imagen de este bucólico pueblo se ha transformado en una especie de paisaje de Mordor sacado del Señor de los Anillos por culpa del bombardeo a un almacén. Un hongo de humo espeso y negro se alza al cielo como si quisiera enviar al espacio las coordenadas del avance ruso. Un dron se percata de la presencia de unos recién llegados a Stoyanka y comienza a seguir sus pasos. Es momento de abandonar la tierra de nadie y volar a Kiev en busca de refugio, el mismo camino que los miles y miles de civiles de Irpín recorren de manera desesperada.

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