El 'arte' de la manipulación
Edgar Hoover, el creador «fake» del FBI
Chantajeó a presidentes, espió a políticos y activó prácticas precursoras de la posverdad amplificadas hoy por las redes sociales
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Iniciar sesiónDirigió el FBI durante 48 años. Chantajeó a ocho presidentes de Estados Unidos. Espió, violó la ley y conspiró para aumentar su poder. Y llevó una vida oculta que contradecía todos los valores que predicaba. Era J. Edgar Hoover, un racista ultraconservador que fue ... nombrado director del FBI con tan solo 29 años. Permaneció en el cargo hasta el 1 de mayo de 1972, cuando falleció de un infarto. Fue un verdadero maestro de la manipulación, un rey de las cloacas y un precursor en el uso de la tecnología para espiar a los ciudadanos.
El FBI apenas era una agencia federal con poco más de un centenar de hombres cuando Hoover ingresó en la organización en 1921. Tres años después y por un cúmulo de carambolas el joven abogado fue nombrado director por el presidente Calvin Coolidge. Había trabajado en el Departamento de Justicia, donde se dedicaba a elaborar listas de sospechosos izquierdistas y sindicalistas hostiles al sistema. En solo cuatro años, durante la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, pasó de disponer de mil agentes a más de cuatro mil. Y en 1956 el FBI tenía en nómina a 16.000 personas y poseía fichas de más de 100 millones de ciudadanos estadounidenses.
Hoover, maniático del orden y la disciplina, transformó lo que era un pequeño cuerpo policial, con poderes muy limitados, en una organización moderna. Creó una escuela de formación del personal, contrató cientos de expertos para analizar huellas dactilares, rastros de sangre y materiales microscópicos, adquirió los más avanzados equipos de escucha y se rodeó de hombres fieles e implacables que ejecutaban sus órdenes sin titubear. Los sueldos eran altos y las ventajas sociales, muy notables.
Un poder dentro del poder
En sus casi cinco décadas al mando, el FBI se convirtió en un poder dentro del poder. Almacenaba en sus archivos todo tipo de secretos, sobre todo sexuales, para chantajear a quien le molestaba. A Truman le tenía pillado por sus chanchullos electorales en Kansas, a Eisenhower por una aventura extramatrimonial, a Kennedy por su colección de amantes y la relación de su padre con la Mafia, a Johnson por oscuros favores en el pasado y a Nixon por la grabación de conversaciones ilegales. Todos ellos quisieron destituirle, pero en el último momento dieron marcha atrás.
Laurence Silberman, juez y alto cargo de Justicia, afirmó sobre Hoover: «Es como una alcantarilla que recoge toda la suciedad. Nunca ha habido un funcionario tan nefasto e inmoral como él». El senador republicano Karl Mundt, personaje de extrema derecha y aliado político, no tenía mejor opinión: «Es el hombre más peligroso de Estados Unidos. Ha hecho un uso indebido del cargo y ha violado la ley».
Benjamin Bradlee, el director del Washington Post, comentó que «todos le tenía miedo y los Kennedy también». Contó que asistió a una charla con el presidente electo y su hermano, que discutían los nombramientos de la nueva Administración. John F. Kennedy le preguntó sobre algunos candidatos y Bradlee respondió: «Me importa un bledo lo que hagas con tal de que no nombres a Hoover» . A las tres semanas, le confirmó en el cargo sin consultarlo con sus colaboradores de confianza.
Hoover era el hombre mejor informado de Estados Unidos. Tenía miles de expedientes en la antesala de su despacho. La única persona que podía acceder a esos archivos, y nadie más, era su secretaria Helen Gandy, que se llevaba la llave a su casa. Gandy le sirvió durante 50 años y podía contradecirle sin temor a ser despedida.
Si el director del FBI guardaba secretos que podían destruir la carrera de ministros, congresistas, periodistas, jueces y empresarios, también él era absolutamente vulnerable por su vida privada: era homosexual, tenía relaciones con jóvenes y se travestía. James Jesus Angleton, el jefe de contraespionaje de la CIA, tenía fotos de Hoover en orgías sexuales. En una de ellas, se le veía tendido en una cama con un vestido blanco de mujer y una peluca. Mayer Lansky, uno de los jefes de la Mafia, disponía de grabaciones y fotos del director del FBI con sus amantes. «No le tengo miedo. No nos puede hacer nada», comentó a un colega.
Edgar Hoover había nacido en Washington en 1895 en el seno de una familia acomodada. Su padre era funcionario y Annie, su madre, descendía de una aristocrática familia suiza. Annie ejercía una fuerte influencia sobre su hijo, con el que vivió hasta su muerte. Y veía en Edgar a un hombre que llegaría muy lejos, tal vez a presidente del país. Cuando fue nombrado al frente del FBI, le regaló un anillo con diamantes.
La única persona a la que amó Hoover fue a su madre, por la que sentía adoración. Su fallecimiento le sumió en la depresión. Y también se vio muy afectado por la muerte de su perro, Spee de Bozo , al que le daba las sobras de su plato y sacaba a pasear todas las noches.
Además de su secretaria, Hoover tuvo dos subalternos durante toda su carrera en el FBI. Uno era su chofer y otro, su asistente, que vigilaba en la puerta de su oficina. Ambos eran de raza negra. El jefe del FBI era abiertamente racista y sentía prejuicios hacia las personas que no pensaban como él.
Cuando ya el FBI tenía a varios miles de hombres, sólo había ocho personas de raza negra en sus filas. Rechazaba la entrada de judíos, hispanos y negros. Y cualquier signo de simpatía con la izquierda era motivo de inadmisión o de expulsión. Se negó al ingreso de un agente, rubio, alto y de ojos azules, porque tenía las orejas muy grandes. Y expulsó a varios por sobrepeso. Detestaba a los gordos y a los calvos. A uno de sus hombres más cercanos le ordenó adelgazar 15 kilos y le obligó a pesarse cada mes.
Durante los primeros años en el FBI, su labor se centró en la investigación de lo que él llamaba la infiltración comunista en la Administración. Veía comunistas por todos los lados. Pero Hoover, que era muy inteligente y tenía un enorme olfato político, se dio cuenta de que la organización podía adquirir poder y prestigio en la lucha contra el crimen organizado.
A comienzos de los años 30, la oleada de atracos se incrementó exponencialmente en una América muy afectada por la crisis. El FBI centró entonces sus esfuerzos en capturar a esos criminales. John Dillinger se había convertido en un mito tras asaltar decenas de sucursales bancarias en todo el país.
El FBI recibió el chivatazo de que Dillinger había acudido al cine y rodeó el edificio. Cuando salía, los agentes le acribillaron. Hoover dirigió la operación personalmente y apareció en todas las portadas al día siguiente. Recibió numerosas felicitaciones y adquirió una popularidad que no le abandonaría hasta el día de su muerte.
El director del FBI sabía que la prensa era esencial para consolidar su poder. Y, por ello, creó la División 8, encargada de hacer propaganda de sus éxitos, de suministrar material a los medios, de hacer películas y de promover actos en los que aparecía la figura de su director. Fue en esa época cuando los agentes del FBI pasaron a ser conocidos como los 'G-Men', los hombres del Gobierno.
Cuando Alemania invadió Polonia y Francia y Gran Bretaña tuvieron que declarar la guerra a Hitler, Hoover aprovechó para expandir sus poderes. Roosevelt le pidió que vigilara a los espías alemanes que operaban en Estados Unidos. El jefe del FBI solicitó que se le permitieran las escuchas telefónicas a ciudadanos sospechosos sin orden judicial.
El presidente, que sabía que esa autorización vulneraba la Constitución, dudó. Pero, a comienzos de 1940, le autorizó a intervenir los teléfonos, cosa que ya venía haciendo. Pero Roosevelt le indicó que no podía pedir permiso al Congreso y que siguiera adelante con su palabra de que, si surgían problemas, él respondería de esas prácticas. Le prometió que guardaría una declaración jurada en su caja fuerte, cosa que Roosevelt no hizo.
Complacido por la concesión del presidente, cuando Estados Unidos entró en guerra, Hoover le pidió a Roosevelt que el FBI controlara el servicio de espionaje exterior que acababa de crear. No lo logró porque Roosevelt eligió a William Donovan, un militar de su absoluta confianza, al que Hoover boicoteó e ignoró.
Su ambición le llevó a cometer un grave error que pudo provocar su destitución. El director del FBI desconfiaba del espionaje británico y no perdía ocasión de humillar a William Stephenson, nombrado por Churchill enlace con la inteligencia americana. Stephenson le recomendó a Dusco Popov, un doble agente que trabajaba para el Abwehr, pero que en realidad servía a los británicos.
Popov pasó documentos al FBI que demostraban que los japoneses estaban acumulando datos sobre Pearl Harbour y aseguró que disponía de información altamente confidencial de que planeaban un ataque sorpresa. Hoover aceptó a recibirle y le echó de su despacho tras burlarse de sus revelaciones. «Es un pobre imbécil, un aprovechado», comentó. Cuando los japoneses bombardearon la flota en Hawai, los documentos fueron destruidos y Hoover negó categóricamente que Popov le hubiera informado, lo que fue confirmado posteriormente por varias fuentes.
La suerte estaba de su lado porque Roosevelt, que albergaba muchas dudas sobre su competencia y se había enterado de que Hoover había investigado a su amigo Harry Hopkins, falleció en abril de 1945. Alemania estaba derrotada y Japón, a punto de rendirse. El director del FBI se salvó in extremis de su destitución.
Hoover estaba eufórico cuando el vicepresidente Truman juró el cargo. Le conocía y le había tratado desde los años 20. Y además el FBI tenía un dossier sobre la turbia relación de Truman con Tom Pendergast, un personaje de la Mafia de Kansas, que le había financiado alguna de sus campañas. Pero la concordia duró poco tiempo porque Truman apoyó a Donovan y desestimó las ambiciones de Hoover, que soñaba con ser fiscal general del Estado, según relata Anthony Summers en 'Oficial y confidencial', la más completa biografía sobre el jefe del FBI.
A finales de los 40, el mandamás del FBI había superado los 50 años y permanecía soltero. Era consciente de los rumores sobre su homosexualidad y temía un posible chantaje. Empezó a frecuentar el Stork Club de Nueva York, donde se daba cita la élite política y periodística. Se le vía galantear con Lela Rogers, madre de Ginger, con la que afirmó a sus colaboradores que pensaba casarse. También la prensa fotografió a Hoover con la actriz Dorothy Lamour, a la que enviaba flores y regalos. Aseguró años después que Lamour fue el amor de su vida.
En realidad, ni Lela ni Dorothy le interesaban porque desde hacía muchos años Hoover mantenía una relación con Clyde Tolson, agente al que había nombrado su número dos en 1947. Tolson y Hoover acudían habitualmente a un exclusivo hotel Del Charro de La Jolla (California), donde siempre tenían preparada una suite a su disposición. El hotel Del Charro era propiedad de un mafioso llamado Clint Murchison, que nunca le pasó la factura por su hospedaje y sus gastos, que ascendían a una cantidad astronómica.
A Hoover le apasionaban las carreras de caballos y solía apostar fuertes sumas, a veces mil dólares, en un hipódromo cercano. La Mafia le soplaba los ganadores y amañaba la competición para que el director del FBI pudiera ganar mucho dinero. Lansky aseguró que Hoover nunca había recibido ni un solo dólar de su organización, pero que él y Frank Costello le había proporcionado ganancias de cientos de miles de dólares en las carreras.
No intentaron sobornarle nunca, pero sí le grabaron con su amante. Tenían fotos inequívocas en las que se veía Hoover y Tolson manteniendo relaciones sexuales. Y en otras se distinguía al director del FBI con jóvenes amantes en el hotel Plaza de Nueva York. Truman fue informado de esas relaciones homosexuales, pero encogió los hombros y dijo que no le importaba la vida privada de Hoover.
Connivente con la Mafia
El director del FBI tuvo que comparecer en 1951 ante la comisión Kefauver en el Senado que investigaba a la Mafia. Intentó impedir su creación y luego la boicoteó. Jamás aportó información sobre la organización y aseguró que muchas de las cosas que se decían sobre la Mafia eran falsas.
Hoover paralizó algunas investigaciones sobre Lansky, Costello y Giancana , los jefes de la Mafia y reanudó sus esfuerzos para convertirse en una figura nacional. Soñaba con ser presidente y poner a Colson al frente del FBI.
Mientras aparecía en las publicaciones de corazón y fomentaba el rumor de que había decidido poner fin a su soltería, el jefe del FBI se dedicó a promocionar el ascenso político del senador McCarthy. Fue Hoover quien le proporcionaba la información y quien ayudó a crear el Comité de Actividades Antiamericanas. Creía que podía debilitar a Truman y luego a Eisenhower y sacar partido del asunto.
Hoover convenció a Gary Cooper, a Walt Disney y a Robert Taylor para que denunciaran la infiltración comunista en Hollywood. Con la ayuda del FBI, McCarthy montó una caza de brujas en la que acusaron de colaborar con los comunistas a John Huston, Humphrey Bogart, Truman Capote, Lauren Bacall, Katherine Hepburn y Dashiell Hammett, que fue encarcelado tras negarse a delatar a sus compañeros.
La falta de escrúpulos de Hoover quedó demostrada cuando logró que el actor Sterling Hayden le confesara el nombre de algunos sospechosos a cambio de su silencio. El director del FBI no mantuvo su promesa y reveló que Hayden les había delatado.
Hoover no se detenía ante nada. Con Eisenhower en la presidencia, filtró en 1952 que Adlai Stevenson, candidato demócrata a la Casa Blanca, era homosexual y comunista. Ninguna de las dos cosas era cierta, pero eso no fue óbice para que el FBI siguiera indagando en las alcantarillas de Washington. Hoover consiguió informes sobre los congresistas demócratas George McGovern, Wilbur Mills y Ted Kennedy que demostraban que no habían sido fieles a sus esposas.
Años antes, el FBI había investigado a Albert Einstein y había amañado pruebas para expulsar a Charles Chaplin, de nacionalidad británica, de Estados Unidos. A la actriz Jean Seberg, simpatizante de los Panteras Negras, la difamó. Filtró a la prensa que había tenido un hijo negro, que nació muerto, de un líder de esa organización. Era falso.
Hoover tenía además filmaciones de senadores y representantes de los dos partidos con sus amantes homosexuales o pruebas de relaciones adulteras. No dudó en utilizarlas cuando le hacía falta. Por ejemplo, cuando el Senado intentó recortar el presupuesto del FBI, según cuenta Summers en su biografía.
Cuando John F. Kennedy ganó las elecciones y juró el cargo en 1960, Hoover volvió a sentirse feliz. Había hechos favores a Joseph Kennedy, el padre del presidente y sabía que se había enriquecido durante la Ley Seca. Pero, sobre todo, disponía de un dossier muy extenso que contenía evidencias de que el nuevo presidente había tenido numerosas amantes.
La relación que podía destruir su carrera fue el intenso romance cuando era senador con una mujer llamada Inga Arvad, que había sido amiga de Himmler y había coqueteado con el nazismo. Hoover hizo saber a Kennedy que disponía de ese material comprometedor.
Y chantajeó abiertamente a John y Robert Kennedy, nombrado fiscal general del Estado, cargo que implicaba ser el jefe directo de Hoover. El hermano menor se presentaba en su despacho sin llamar a la puerta, le citaba de repente o le pedía explicaciones sobre cualquier asunto. En una ocasión, le invitó a comer en una hamburguesería. El exquisito Hoover se sintió humillado.
Pero el choque frontal entre Bob Kennedy y Hoover se produjo en la lucha contra la Mafia . El fiscal general le exigió que el FBI colocara la investigación sobre la organización como prioridad y le ordenó buscar pruebas contra algunos de sus viejos protectores. Hoover no le obedeció.
Kennedy y su hermano habían decidido cesar a Hoover si ganaban las elecciones de 1964. Pero el atentado de Dallas le volvió a salvar de la destitución. Sobre todo, porque Johnson, su sucesor, era un aliado político, un amigo y un vecino con el que cenaba en Washington. «En su casa se toman los mejores julepes de menta», decía sarcásticamente el jefe del FBI.
Johnson llegó a decir de Hoover que era «un marica cabronazo». Sabía que el FBI investigaba ilegalmente a cientos de personas y que chantajeaba a congresistas y periodistas. Pero nunca se atrevió a cesarle. Durante el mandato de Johnson, fue asesinado Martin Luther King, el pastor que había soportado una campaña de insidias, filtraciones y acoso instigado por Hoover. King, como Kennedy, era muy promiscuo y tenía relaciones con prostitutas. El FBI guardaba grabaciones de esos contactos.
Tras la renuncia de Johnson a su reelección, Nixon se convirtió en el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Hoover le había ayudado cuando era joven y creía que podía manejarlo . Pero la arrogancia del director del FBI, sus flagrantes violaciones de la ley y el desprecio que sentía hacia los colaboradores del presidente agriaron la relación.
A instancia de Erlichman y Haldeman, sus dos hombres de confianza, Nixon decidió destituirle. El pretexto era que Hoover había cumplido 75 años. Pero el director del FBI, en una de sus jugadas más osadas, había conseguido las grabaciones ilegales y secretas que había ordenado Nixon a adversarios y periodistas. Se guardaban en un armario bajo llave en la Casa Blanca y los hombres de Hoover habían obtenido una copia.
Hoover le advirtió a Nixon de que estaba dispuesto a filtrar esas cintas tras negarse a colaborar con el presidente sobre la filtración de los Papeles del Pentágono. La tensión era insoportable, pero el jefe del FBI le mantuvo el pulso. Nixon le ofreció una embajada, cargos honoríficos, una elevada compensación económica y cualquier cosa que pidiese. Pero Hoover no cedió.
En la noche del 1 de mayo de 1072, falleció de un infarto en la cama. Su ayudante le encontró muerto a las nueve de la mañana. Tolson fue avisado de inmediato. Nixon envió a sus hombres a requisar todos los papeles de Hoover. Pero reaccionaron demasiado tarde. Helen Gandy se había adelantado. Cuando llegaron los agentes a su casa y a la sede del FBI, toda la documentación comprometedora había desaparecido. La secretaria confesó que se había limitado a obedecer las órdenes de su amado jefe. Y Tolson, su amante y heredero, se burló de los policías que le exigían que entregara todos los documentos en su posesión. «Pregunten a Gandy», les dijo.
Hoover nombró heredero de todos sus bienes a Clyde Tolson, que le sobrevivió tres años. Fue enterrado a diez metros de la tumba de su jefe y amante. Alguien propuso años después que se eliminara la memoria de Hoover en el FBI y que se retiraran las placas y los nombres de los edificios que le recordaban. La propuesta no prosperó y sigue siendo una leyenda para quienes no le padecieron.
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