Legión XIII, el salvaje Grupo Wagner de Julio César que aplastó a la República romana
Las similitudes entre el rebelde que marchó sobre la 'urbs eterna' y Yevgueni Prigozhin son muchas: desde la lealtad de sus tropas hasta la amenaza del Estado de arrebatarles a sus hombres
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Iniciar sesiónGayo Suetonio, cronista e historiador del siglo I, recogió las palabras de Julio César cuando se hallaba ante la decisión más importante de su existencia: «Todavía podemos retroceder, pero, si cruzamos este puentecillo, todo habrán de decidirlo las armas». Vaciló un segundo; le recorrió ... el escalofrío de enfrentarse a todo el poder de la República. Sin embargo, el calor de sus hombres le enardeció: «Marchemos allí dónde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los enemigos. 'Jacta alea est'». Estaba decidido. Acto seguido, cruzó el río Rubicón e inició una carrera de más de trescientos kilómetros hacia el mismo corazón de Roma; un golpe de Estado que terminó en éxito.
Muchos han querido ver estos días similitudes entre el dictador y el líder mercenario Yevgueni Prigozhin. Y lo cierto es que 'Haberlas haylas', como diría aquel. El jefe de Wagner puso rumbo el sábado hacia el corazón de Rusia, Moscú, a toda velocidad; el equivalente a la marcha de los legionarios de César en dirección a la 'urbs eterna'. Lo hizo, además, con entre 25.000 y 40.000 soldados leales a su persona; lo mismo que el general romano con la XIII Gémina. Aunque lo más llamativo es que ambos generaron el caos un gobierno débil y carente de tropas. El uno, liderado 'de facto' por Cneo Pompeyo; y el otro, por Vladimir Putin.
Licenciar a Wagner
La primera similitud entre ambos líderes hay que buscarla en el siglo VI a.C. En el año 59 a.C., el todavía cónsul Julio César fue nombrado gobernador de la Galia Cisalpina. En la práctica, el Senado le entregó así el mando de cuatro legiones y la posibilidad de emprender la conquista de los pueblos libres de la región. El mismo Suetonio dejó constancia de sus victorias en los nueve años siguientes:
«Redujo la Galia comprendida entre los Pirineos y los Alpes, las Cevennas, el Ródano y el Rin, a provincia romana, exceptuando las ciudades aliadas y amigas, obligando al territorio conquistado al pago de un tributo anual de cuarenta millones de sestercios».
¡Revolución! El líder de Wagner ya preveía un final de la guerra como 1917 si continuaba el reclutamiento masivo
Manuel P. VillatoroYevgueni Prigozhin, jefe de los mercenarios de Wagner, se ha rebelado contra Putin y ya controla la ciudad de Rostov-on-Don y Voronezh
Bajo su gladius cayeron además bretones y algunas tribus germanas. Todo un logro para un cónsul que anhelaba grandes victorias militares para terminar de posicionarse como un prohombre de la historia de Roma. Y no se le niega la genialidad. Sin embargo, aquel movimiento de ajedrez por parte de la República le permitió atesorar un gran poder, como bien lamentó Marco Tulio Cicerón en una misiva escrita en el 50 a.C.:
«Todo aquello le ha hecho tan poderoso, que la única esperanza que lo puede detener descansa en un solo ciudadano [Pompeyo]. Realmente deseo que este último no le hubiese dato tanto poder en primer lugar en vez de esperar a ser demasiado fuerte para luchar con él».
César lo tenía todo: poder militar, dinero y popularidad entre la ciudadanía romana. Demasiado para un Senado que temía que se hiciese coronar monarca por delante de los dos triunviros que le acompañaban en el poder. Fue entonces cuando la política movió ficha. La facción más conservadora de la 'urbs' consiguió el apoyo de Cneo Pompeyo y le presionó para lograr que el general volviera a Roma, pero sin tropas. Según afirma el profesor Andrés Cid en su documentado artículo 'Roma se tambalea', los senadores votaron para que «César depusiese a su ejército, so pena de que fuese declarado enemigo del pueblo». Aquello soliviantó todavía más los ánimos del futuro dictador y de sus tropas más leales: la Legio XIII Gémina.
Los más avispados habrán hallado ya las semejanzas entre César y Prigozhin. El pasado lunes, el líder mercenario confirmó en una declaración de once minutos a través de las redes sociales que el Gobierno ruso pretendía absorber a sus hombres en pocas jornadas. «Éramos los más preparados, cumplíamos todas las misiones [...] como resultado de intrigas y malas decisiones, se suponía que Wagner dejaría de existir el 1 de julio de 2023», afirmó. Huelga decir además que el 'cocinero de Putin' amasó su fortuna gracias al zar del siglo XXI, que le aupó hasta la cúspide del poder militar en África primero, y en Europa del este después, para evitar el desgaste político que supone para las familias ver morir a ciudadanos rusos en el frente.
Con todo, el divulgador histórico José Luis Hernández Garvi, coautor de 'A orillas del Rubicón' (Almuzara) junto a Francisco Uria, llama a la cautela. «La decisión de César de atacar a la República fue mucho más meditada y estaba tomada cuando recibió las primeras cartas de senadores llamándole a la calma. Prigozhin, por su parte, ha sido más vehemente. Se ha gestado por lo que consideraba una humillación por parte del ministro de Defensa, de eso no hay duda, pero ha medido mal», explica a ABC. El mayor error, dice, es que no contaba con tanta popularidad como César. «Además, y según él mismo ha explicado, solo quería dar un susto a Putin, no acabar con él», sentencia.
Traición, lealtad y barbarie
A partir de aquí, las similitudes se cuentan por decenas. Para empezar, Wagner recuerda –con salvedades– a la Legio XIII Gémina, aquella que acompañó al romano en su paso por el Rubicón. El general no albergaba duda alguna sobre su eficacia en el campo de batalla. De hecho, sus hombres se habían bregado en decenas de combates desde que la unidad fuera creada por el mismo César para combatir en la Galia. En la práctica, eran igual de expertos que los mercenarios de Prigozhin y fueron leales hasta el final. De hecho, una vez que el dictador obtuvo la victoria contra Pompeyo, licenció a sus integrantes y les entregó como premio tierras en Italia e Hispania.
Los paralelismos no se acaban aquí. La Legio XIII se topó, según afirma el historiador Sergei Ivanovich Kovaliov en su 'Historia de Roma', con un Senado que carecía de tropas veteranas para defender la capital. «Aunque ya se estuviese preparando una guerra desde hacía tiempo, nada estaba listo aún. Pompeyo no tenía tropas adecuadas para combatir contra César; por eso, el 18 de enero él mismo y dos cónsules huyeron de Roma», desvela el experto. Vladimir Putin no se escabulló de Moscú, al menos, según informó el Kremlin después de que su avión privado fuese visto en San Petersburgo. Sin embargo, los analistas creen que apenas disponía de dos divisiones muy mermadas, más una de paracaidistas, para defenderse.
Aunque, una vez más, Garvi apuesta por la cautela a la hora de enumerar similitudes. Más que por la recompensa, está convencido de que los legionarios se movían por su admiración hacia César. «Eran fieles porque tenía un gran carisma. En ese sentido, sí alberga paralelismos con Prigozhin, cuyas arengas contra los oligarcas rusos le han convertido en un personaje muy popular. Estaba pendiente de sus hombre y ellos correspondían con respeto», sentencia.
Es cierto que César tenía una relación dual con sus hombres. Según explicaba Uría en una entrevista a ABC hace algunas meses, siempre fue generoso con ellos, pero, al mismo tiempo, les castigó con dureza cuando no estuvieron a la altura de sus expectativas. «Lo hizo incluso con la medida extrema de 'diezmar' alguna de las legiones bajo su mando», desvelaba. No obstante, siempre fue consciente de que su éxito político y su superveniencia personal dependían de la lealtad de sus hombres.
Con todo, tanto él como Federico Romero Díaz –coordinador de la obra coral 'Ab urbe condita' (Edaf) e historiador– recuerdan que el futuro dictador no pagaba los sueldos de los legionarios, eso era cosa de la República. «Aunque se ha extendido lo contrario, los gastos eran sufragados por el Estado. Aunque algunos generales levantaban sus propias legiones, no las pagaban de su propio bolsillo», desvela Romero en declaraciones a ABC.
La falta de resistencia inicial es otro paralelismo. Prigozhin se hizo con la población de Rostov del Don en un suspiro. Durante la noche, sus tropas avanzaron hacia esta región desde el sur de Rusia y la conquistaron gracias a que superaban a los defensores en una diferencia de diez a uno. César, por su parte, hizo lo propio con Rímini, al nordeste de Italia.
Y eso, por no hablar de las barbaridades que el general perpetró en la Galia; esas que Plinio el Viejo definió como «humani generis iniuriam» o «crímenes contra la humanidad». Un genocidio que evocan las matanzas del Grupo Wagner en Mali primero, y Ucrania después.
La similitud existe en parte, de eso no hay duda, pero Garvi recuerda que no debemos analizar la historia desde los ojos del presente. «La guerra no se veía desde el buenismo ni desde el punto de vista occidental actual en el siglo I a.C. No existía respeto a la vida humana. César desplegó una campaña efectiva que le permitió acabar con sus enemigos, y lo hizo para la gloria de la República romana. Enfrascado como estaba en luchas de poder con Pompeyo, las críticas proliferaron entre los cronistas», explica. Nada que ver con Wagner: «Llevan muchos combates a cuestas. Han pasado por el Congo, Chechenia, Siria, Mali... Son señores de la guerra acusados de violar los derechos humanos. Hay que tener cuidado con las comparaciones».
La última se cuenta entre las más llamativas. En el 49 a.C., según explica la historiadora Mary Beard en sus obras, todos los ejércitos eran privados. No había militares estatales, sino que el poder lo atesoraban los aristócratas que, a golpe de botines y tesoros, pagaban a tocateja a los soldados. «No llames rico a nadie a menos que pueda costearse un contingente propio», afirmó el político romano Licinius Crassus. El resultado a corto plazo fue la guerra civil entre unos y otros. A medio plazo, y tras la subida al poder de Octavio Augusto, esto cambió de forma drástica.
Así fue el paso del Rubicón
Realidad, leyenda o una mezcla de ambas. En el 49 a. C., Julio César tomó una de las decisiones más difíciles de su vida: cruzar el río Rubicón, la frontera natural entre la Galia Cisalpina e Italia. Según la creencia popular, poco después dijo aquello de que la suerte estaba echada. O acabar con la República, o nada.
El episodio lo recogió el autor clásico Plutarco en su ensayo más extenso, aunque con algunos matices: «Por fin, con algo de cólera, como si dejándose de discursos se abandonara a lo futuro, y pronunciando aquella expresión común, propia de los que corren suertes dudosas –'Tirado está ya el dado'–, se arrojó a pasar con sus hombres».
En palabras de Plutarco, «las tropas que tenía consigo no eran más que unos trescientos caballos y cinco mil infantes». Aquellos legionarios formaban parte de la XIII Gemina, su legión más leal; la que había fundado en el 57 a.C. para enfrentarse a los belgas y que acabaría sus días licenciada en nuestra Hispania. Y es que César no contaba por entonces con un gran ejército. Ese es uno de los muchos mitos que se han extendido sobre este pasaje
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