Expreso de Andalucía
El absurdo error que hizo que la Guardia Civil cazara a los asaltantes de trenes más sanguinarios de España
Alberto de Frutos y Eladio Romero publican 'En la escena del crimen' (Larousse), un recorrido por la historia más negra de España
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Iniciar sesiónEra un día normal de 1924 en el expreso de Andalucía; uno más en la línea Madrid-Cádiz. Olía al papel de los pliegos de valores y a vagón sellado. Y pronto, el ambiente se cargó también con el pesado aroma de la muerte. A ... la altura de Aranjuez comenzó el asalto al más puro estilo de Butch Cassidy. De la nada, dos tipos hicieron su aparición en la escena. Uno armado con unas tijeras de marchamar; otro, con una pistola. La pelea duró poco, apenas unos minutos, y terminó en baño de sangre, robo y huida a lomos de un taxi –un severo error– en la siguiente parada. «El crimen tuvo una repercusión enorme y solo se resolvió gracias a la Guardia Civil».
El que habla es Alberto de Frutos. Y sabe bien lo que dice, pues acaba de publicar, junto a Eladio Romero, 'En la escena del crimen. Dos siglos de crónica negra en España' (Larousse). Un ensayo en el que se zambullen de lleno en los asesinatos más estremecedores de nuestro pasado castizo. Desde los homicidios de Romasanta, hasta los del Arropiero. Todos ellos, aderezados con noticias de época, imágenes clásicas y el análisis de su trascendencia en la historia. El asalto al expreso de Andalucía es el mejor ejemplo, pues sacudió hasta tal punto a la sociedad que Miguel Primo de Rivera cambió la ley para juzgar a los culpables.
Eladio Romero
–¿Hasta qué punto iba el tren correo Madrid-Andalucía cargado de riquezas?
El tren-correo de la línea Madrid-Cádiz transportaba por regla general toda la correspondencia privilegiada, certificados y pliegos de valores para las capitales andaluzas y norte de África, así como despachos precintados del extranjero llegados de la frontera francesa, vía Hendaya, con destino a Gibraltar y Tánger. Cualquiera que conociera el servicio podía imaginarse que en dinero y valores se transportaba mucho más de un millón de pesetas, destinadas a pago de nóminas y gasto de empresas coloniales, cantidad muy importante en aquellos tiempos. Sin embargo, los ladrones actuaron de forma atolondrada, sin encontrar las sacas de más valor, y solo se llevaron unas 18.000 pesetas y algunas joyas.
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–¿Cómo es posible que no hubiera una escolta mayor?
Nunca se había producido un atraco de este tipo. El vagón iba cerrado, y los asaltantes solo pudieron entrar porque uno de ellos, llamado José María Sánchez Navarrete, era oficial de correos y conocía a uno de los dos encargados del transporte, de nombre Ángel Ors. Este les facilitó el acceso, y, aunque acabó siendo asesinado, se sospechó de su posible vinculación con el atraco.
–¿Quiénes eran estos bandidos?
Los que entraron en el vagón y asesinaron a los dos custodios del correo eran José María Sánchez Navarrete, de 33 años, de profesión oficial de correos e hijo de un teniente coronel de la Guardia Civil; Antonio Teruel López, alias el 'Albañil', de 35 años; y Francisco de Dios Piqueras, alias 'Paco el Fonda', de 34. Estos dos últimos eran ocasionales jugadores de ventaja, sin profesión conocida. En Alcázar de San Juan les aguardaba el cuarto miembro, José Donday, alias 'Pildorita', un homosexual cubano llamado así por su afición a las drogas. De forma absurda les esperaba en un taxi que había contratado para regresar a Madrid.
–¿Diría que fue un robo a lo 'far west' en pleno siglo XX, o es demasiado exagerado?
Más bien fue un robo algo más «moderno» que se llevó a cabo de forma muy chapucera, pues no se utilizaron caballos. Una de las dos víctimas murió a causa de los golpes propinados con unas tenazas de marchamar por Antonio Teruel, empeñado en no dejar ningún testigo. Además, como se dijo, los asaltantes regresaron a Madrid en un taxi, no a lomos de ninguna montura.
Alberto de Frutos
–¿Cómo comenzó la Guardia Civil la investigación de los asesinatos?
El caso no planteó demasiadas dudas a las fuerzas del orden, como prueba la rápida detención de los asaltantes. Desde el principio, se hizo evidente que sus ejecutores conocían bien el funcionamiento de ese servicio, y, en efecto, Sánchez Navarrete era funcionario de correos. Teniendo en cuenta la rigidez de los cadáveres, el hecho de que las víctimas hubieran completado una primera entrega en Aranjuez y el testimonio de los empleados de otras administraciones, se consideró que las muertes habían tenido lugar cinco o seis horas antes de que se descubrieran los cuerpos, lo que permitió reconstruir los movimientos de los criminales.
Quedaba ponerles cara, claro está, y ahí jugaron, sobre todo, con la baza de lo incompetentes que habían sido desde el primer momento. A falta de cámaras de vigilancia, los agentes recurrieron a los ojos que todo lo ven, y al final fue un sereno el que les puso sobre la pista de uno de los sospechosos.
–¿Cuál fue la importancia de las pesquisas de la Guardia Civil en la captura?
Es verdad que los asesinos se lo pusieron bastante fácil, pero tanto la Policía como la Guardia Civil manejaron el caso a la perfección. La clave la dio el taxista que llevó a los criminales de vuelta a Madrid desde Alcázar de San Juan. Y un sereno remató la faena, al denunciar el extraño comportamiento de un vecino de la calle Toledo, Antonio Teruel.
En la escena del crimen
- Editorial Larousse
- Páginas 256
- Precio 23,70 euros
Una vez que este se suicidó al saberse descubierto, las investigaciones de la Dirección General de Seguridad condujeron a la detención de los otros autores, primero Sánchez Navarrete en Madrid, luego Honorio Sánchez Molina, el cerebro del golpe, en Calzada de Calatrava (Ciudad Real) y, finalmente, Francisco de Dios Piqueras en Almorchón (Badajoz), gracias a la extraordinaria cooperación entre las distintas fuerzas de seguridad, resuelta admirablemente por la Benemérita. Por lo visto, Piqueras llegó a elogiar a sus captores, y dijo que, gracias a ellos, España no era una 'jaula de locos sueltos y desgraciados' como él. Donday, el cubano, tampoco se fue de rositas, aunque, en su caso, se entregó en la embajada de España en París, adonde se había fugado.
–¿Cuánto impactó a la sociedad este crimen?
Tuvo una repercusión enorme. Aparentemente, el régimen de Primo de Rivera era una balsa de aceite, por lo que el suceso zarandeó a la opinión pública, más si cabe por las fotografías en primera plana de los pobres ambulantes, trabajadores muy queridos por sus compañeros. Lozano tenía cuatro hijos y el más joven, Ángel Ors, dejó viuda y otro hijo.
Cualquier persona de bien podía identificarse con ellos y, a medida que los asesinos fueron cayendo uno a uno, el pueblo exigió las condenas más severas. En el fondo, mucha gente se había implicado en el tema, ¡hasta una médium se animó a dar a la Policía su versión de los hechos! Fue un crimen muy mediático, como el de la vampira de Barcelona o el del capitán Sánchez unos años atrás. Bastaba un rumor para que la multitud se agolpara a la puerta de un domicilio a la caza de novedades.
MÁS INFORMACIÓN
–Afirman en su obra que Primo de Rivera cambió la ley a raíz de este crimen...
Los asesinatos de Lozano y Ors cambiaron muchas cosas, sí. Para empezar, la seguridad de los coches correo, con nuevos cierres metálicos y refuerzos en las guardias. Pero lo más interesante es que el juzgado de Córdoba se inhibió en favor de la jurisdicción militar, atendiendo al Real Decreto de 13 de abril –¡solo un día después de que se encontraran los cadáveres!–, por el que los atracos a mano armada se juzgarían por el fuero de guerra en juicio sumarísimo.
El artículo 2 no dejaba lugar a dudas: si a consecuencia del robo moría alguna persona o sufría lesiones, las penas serían de reclusión perpetua a muerte. En el caso del expreso de Andalucía, se entendió que el delito se había perpetrado en el término de la capitanía general de Madrid, por lo que el juicio se celebró en la cárcel Modelo, entonces conocida como Celular, bajo la presidencia del coronel de caballería José Giraldo y con el teniente coronel de Infantería Alfredo Moreno Lizárraga como juez.
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