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Alcázar de San Juan evoca su pasado ferroviario

El Centro de Interpretación y Atención al Visitante cuenta la historia de la estación de tren y la antigua fonda a través de los recuerdos entrañables de viajeros y empleados

Así era la fonda, con mostrador de mármol, botelleros, ustensilios de cocina como adornos y veladores ABC

Iván Dueñas

El hecho de que la villa de Alcázar de San Juan prosperase gracias a la estación ferroviaria, soplo definitivo de animación y cosmopolitismo, es algo clamoroso entre sus vecinos. Los alcazareños consideran que cada tren estacionado ha traído trabajo y promesas de futuro, además de ideas, costumbres y muchas anécdotas. Ahora, el Centro de Interpretación y Atención al Visitante cuenta la historia de la estación, clásico hervidero de gente, a través de los recuerdos entrañables de viajeros y empleados.

Esta especie de museo se ubica en lo que fue un establecimiento hostelero desde 1861 hasta 2006. Según el concejal de Educación y Cultura de Alcázar, Mariano Cuartero, el objetivo es «entroncar con algo muy alcazareño: el tren». Así pues, el Ayuntamiento trata de difundir la historia ferroviaria a la par que «cuidar y mantener el patrimonio», prosigue el concejal. Además, se remarca «su carácter y su interpretación cervantina», pues la historia del Quijote transcurre en los frisos de azulejos que cubrieron la fonda, visibles aún.

Precisamente, gracias a la azulejería, reluciente y consolidada, todavía podemos imaginar cómo eran los interiores a principios del siglo XX. Había un mostrador de mármol, botelleros, utensilios de cocina expuestos como adornos y veladores o mesas de noche. Los azulejos fueron estampados a cuerda seca con plancha de hierro y se colocaron hacia 1930, siguiendo los modelos del taller de Mensaque Rodríguez, del barrio de Triana de Sevilla, que se hizo popular tras la Expo Iberoamericana de 1929. Mientras, las 289 escenas narrativas, solucionadas en pocos trazos pero dinámicas y expresivas, provienen de las ilustraciones del Quijote de José Jiménez de Aranda de 1905.

Alcázar prosperó gracias a la estación ferroviaria, soplo definitivo de animación y cosmopolitismo ABC

En la estancia hay dos pasajeros de cartón piedra. Uno, con bombín y paraguas de principios del siglo pasado; otro, con gabardina y periódico bajo el brazo, de la segunda mitad del mismo siglo. Ambos permanecen pendientes de la hora. También hay una informadora que recibe en su puesto con el uniforme de Renfe. Igualmente, se muestran las vajillas de porcelana y las jarras de agua del servicio; los cestos de mimbre con las típicas tortas de Alcázar que se repartían entre los pasajeros tras los ventanales del tren; las navajas de Albacete que se vendían de forma ambulante en los pasillos; y la muñeca militar a pilas con corneta que los muchos quintos y soldados que de aquí partían regalaban a sus prometidas.

Puesto que los trenes no paraban de salir y llegar, la fonda no cerraba. Los descuidados a los que se les hacía tarde y encontraban todo cerrado, tomaban la última al calor de la conversación. El alquiler de las habitaciones del piso superior rondaba las 3.500 pesetas, precio asequible comparado con las 5.000 pesetas de las fondas de Córdoba, según apunta un panel indicativo.

El hastío de la espera podía rebajarse con sopa de ajo, gachas, perdiz de Piedrabuena, berenjenas de Almagro, vino de la tierra y café . Incluso hay una copia del cubierto servido el 28 de mayo de 1900, día del eclipse de Sol, que congregó a 5.000 personas en la pedanía próxima de Cinco Casas. El coste del menú fue de 1,50 pesetas. La crónica del multitudinario avistamiento fue publicada en Blanco y Negro, antiguo semanario de ABC, el 2 de junio de ese año.

Un pasajero con bombín y paraguas ABC

Aparte de narrarse la historia de la estación de ferrocarril, el Centro de Interpretación y Atención al Visitante expone cómo floreció Alcázar con la actividad comercial y el trasiego de obreros e inversores, muchos de ellos procedentes de Francia e Italia, para trabajar las viñas y construir bodegas y alcoholeras. Tanto es así que aún en la actualidad no es raro conocer a personas con apellidos franceses o italianos en este rincón manchego . El parentesco que une a los alcazareños con aquellos que levantaron y mantuvieron la estación hace que los lazos sean aún más estrechos.

Hablar de la estación supone «tocar la fibra sensible», al igual que imaginar «las emociones al recibir y despedirse de los viajeros», afirma Cuartero. De hecho, estación y fonda crearon un espacio social que convirtió a sus vecinos en personas «de espíritu abierto», concluye.

El horizonte económico es ahora más amplio por otra maquinaria que no ha dejado de funcionar: el turismo. Según el concejal, en Alcázar «todo el año es temporada alta», ya que han conseguido que cada mes se festejen eventos y acontecimientos llamativos. La ocupación es «constante en hoteles y restaurantes», asegura Mariano Cuartero desde este Centro de Interpretación y Atención al Visitante, preparado con sillas, mesas y proyector para organizar charlas, congresos y presentaciones de libros.

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