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Ni Fernando VII frenó el derribo de la casa donde murió Cervantes

Un artículo de denuncia de Mesonero Romanos llamó la atención del rey, pero pudo más el interés inmobiliario del dueño

Relieve en recuerdo de Miguel de Cervantes en el lugar donde falleció ABC
Mónica Arrizabalaga

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«¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!». Días antes de su muerte, Miguel de Cervantes se despedía así del mundo en el prólogo de su última novela « Los trabajos de Persiles y Segismunda ». La enfermedad -una diabetes o tal vez insuficiencia hepática- mantenía postrado al autor del Quijote. El 22 de abril de 1616 fallecía en su domicilio en la madrileña calle del León , esquina con la antigua calle Francos (actual Cervantes). Allí puede verse hoy una placa que recuerda al insigne escritor. Sí, en ese lugar falleció «el manco de Lepanto», aunque no en esa casa.

La suya fue demolida en 1833 , sin que ni siquiera Fernando VII lograra detener a la piqueta. El rey se preocupó por la casa de Cervantes tras leer el artículo que Ramón de Mesonero Romanos escribió en «La Revista Española » aquel 23 de abril. El escritor y periodista, que firmaba como El Curioso Parlante, contaba que se había parado «en la calle del León» para ver derribar « la casa número 20 de la manzana 228 que hace esquina y vuelve a la de Francos ». Estando allí pensativo, se le acercó Roberto Welford, «un joven inglés de ilustre nacimiento», al que explicó que no era su vivienda la que desaparecía ante sus ojos, sino la casa donde «vivió y murió muy pobremente Miguel de Cervantes Saavedra ».

Allí mismo «arrebató la muerte al hombre célebre, cuya sangre, derramada en los combates, cuyo ánimo esforzado en las prisiones, y el sublime mérito en fin de sus obras en la paz y en el retiro, no pudieron despertar la atención de sus contemporáneos, viviendo en medio de ellos pobre y necesitado y muriendo oscura y miserablemente el día 23 de abril de 1616», le dijo a Welford.

«Ilustrados historiadores y anotadores de Cervantes», como Ríos, Pellicer, Mayans, Navarrete y otros habían «averiguado, a no poder dudar», que esa era, en efecto, la casa de Cervantes. «Solamente no fijan el cuarto que ocupó, aunque hay razones para creer que fuera el entresuelo», se anotaba a pie de página en este periódico literario, el único de la época.

«¿ Y quién se atreve a profanar la morada del escritor alegre, del regocijo de las musas ?», le había preguntado el joven viajero británico.

« El interés, Mister, el interés sin duda será el que justamente incline a su dueño a sacar más partido de su propiedad, sin cuidarse de glorias que nada le producen», le replicaba El Curioso Parlante.

Luis Franco , el propietario de la casa, que se hallaba en estado ruinoso, había ordenado derribarla para edificar una nueva, sin tener en cuenta que «los sitios habitados en otro tiempo por los hombres ilustres, excitan grandes y generosos recuerdos, y no sin razón se ha comparado la fama que les sigue, a aquellas preciosas esencias que llenan el espacio y se evaporan difícilmente», como señaló Mesonero Romanos citando a Jouy .

Primera página del periódico donde publicó su artículo Mesonero Romanos Biblioteca Nacional

Quizá Fernando VII se sintió aludido por la pregunta que Mesonero Romanos ponía en boca de Welford: «¿Por qué los magnates, los cuerpos literarios, los particulares amantes de su país no se apresuraron a adquirir a toda costa el único resto de tan ilustre autor, para evitar cuidadosamente su aniquilamiento?». El monarca propuso que se suspendieran las obras y que el Estado comprase el inmueble, pero de nada sirvió el interés del rey ni las presiones del comisario general de la Cruzada, el ministro de Fomento o el alcalde de Madrid, según relataba hace unos años el catedrático José Manuel Lucía Megías en ABC . Luis Franco no dio su brazo a torcer y la especulación inmobiliaria acabó con la última casa de Cervantes.

En la fachada de la nueva construcción -a la que se entraba por la calle de Francos, no por la del León-, se colocó un relieve con el busto de Cervantes y una inscripción: « Aquí vivió y murió Miguel de Cervantes Saavedra cuyo ingenio admira el mundo ».

Inscripción en la calle Cervantes ABC

Aquel año de 1834, el marqués de Pontejos, recién nombrado alcalde de Madrid, quiso desagraviar al escritor cambiando el nombre de la calle de Francos por la de Cervantes, propiciando así un curioso cruce de caminos entre dos genios del Siglo de Oro. En la calle Cervantes se encuentra la casa de su mayor enemigo Lope de Vega y en la de Lope, el convento de las Trinitarias donde está enterrado Cervantes.

Según Mesonero Romanos, Welford dibujó la fachada de la casa antes de que desapareciera, en una «acción sencilla, pero expresiva que hizo correr mis lágrimas». Lástima que Welford fuera probablemente un personaje ficticio. De ser real y haberse conservado, su dibujo podría formar parte de un museo como el que el profesor Pedro Arsuaga pretende crear en la casa de la calle Cervantes . «No puede ser que los turistas vengan buscando la casa de nuestro escritor más universal y se encuentren con un escaparate lleno de zapatos. ¿Se imaginan la misma escena en Inglaterra, buscando la casa de Shakespeare?», argumentaba el pasado diciembre a este periódico este maestro del IES Mariano José de Larra de Madrid, hermano del famoso paleontólogo. Una quijotesca idea para salvar la memoria de Cervantes.

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