Luis Landero: «Madrid es como una colección de pueblos. Y cada pueblo es un barrio»
COLONOS
El novelista, afincado en Chamberí, mira siempre a su infancia, cuando era aquel «golfillo de la 'Prospe'»
MADRID
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Iniciar sesiónLuis Landero perdió el acento meridional, plagado de portuguesismos, de niño de Alburquerque, Badajoz, pegado a la raya. En su libro, acaso el más memoriográfico -si es que toda escritura no es memoria-, 'El balcón en invierno', refleja ese mestizaje del hondo sur.
Se ... fraguó la vida y los estudios como guitarrista, guitarrista profesional, pero vio que existía el 'hijo de la portuguesa' que venía de Algeciras, un tal Paco de Lucía, y ya a los tablaos iba como quien ficha en un ministerio. Su historia es la historia del Madrid de aluvión, del golfillo de la 'Prospe' que va y viene del kiosco con su caldo de gallina y su Marcial Lafuente Estefanía. El autor de 'Juegos de la edad tardía' no es tan melancólico como pudieran sugerir las tapas y las contraportadas. Es más, su risa atruena en otra zona de Madrid, Chamberí, donde recuerda la 'Prospe' y ve la capital como una sucesión de pueblos, que son los barrios. Cita a Delibes, aquello de que es un árbol, que crece donde lo plantan, y creció en Madrid. Ya va poco por su territorio de adolescencia, desde donde descubrió otro mundo, que era aquel Madrid duro que ya, con el tiempo, ha idealizado.
En realidad, tampoco hay nada en concreto que le moleste de esta ciudad. Quizá los ruidos, pero no es Luis Landero hombre quejoso. Él descubrió aquí los ascensores, el metro, y que las comidas ya habían perdido el regusto a poleo de los guisos de su terruño en Extremadura.
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— En su novela 'El balcón en invierno' hubo algo que me recordó al Pijoaparte. Se definía como "aquel golfillo de la 'Prospe'"(barrio de Prosperidad). ¿Qué queda de aquel golfillo?
Poco. Era la época de mis quince y mis dieciséis. La vida del barrio era maravillosa. Los amiguetes, ligar, ir al cine, el tabaco rubio americano. Era toda una aventura. Me encantaba la vida de barrio. Es verdad que era un poco travieso; tampoco es que fuera un golfo. Un macarrilla más bien. De aquello queda poco. La nostalgia. Ya no se puede recuperar ni la ilusión, ni esos enamoramientos, furibundos, de de aquellas chavalas del barrio. Cuando la más guapa ni te quería ni te miraba. Y entonces se preguntaba uno «¿qué hago, escribo un poema o me suicido?».
— La 'Prospe', Chamberí. Alburquerque, Madrid. Cada uno es cada cual, que decía Serrat. Y cada sitio le habrá marcado.
Para mí hay dos patrias, lo digo entre comillas. Sin darle importancia a la palabra. Mi pueblo, por un lado. Y dos barrios: la 'Prospe', donde está toda mi infancia y parte de mi adolescencia. Y luego Chamberí, donde llevo muchos años. Cuarenta y tantos años aquí. Se dice pronto.
— El madrileño, por diferenciar, ¿es un personaje con ese «afán» de sus novelas más familiares?
Como todo el mundo. Eso no depende de donde es uno, sino de cómo es uno. El hombre es una máquina de desear y de soñar. Y eso te hace vivir en tensión, como un arco a punto de lanzar la flecha.
— Se refiere usted al término «tensión». Incidamos ahí. Estamos en un remanso de paz. Pero, saliendo de la plaza de Olavide, ¿nota a Madrid «tensa»?
No. Y me lo dicen a menudo. Incluso amigos que viven aquí. Yo no veo, sinceramente, que haya esa tensión, ni que Madrid sea una ciudad dura. Y luego yo, que hago una vida muy de barrio.
— El barrio, siempre el barrio...
Madrid es una colección de pueblos, y cada pueblo es un barrio. Aquí todos venimos de fuera, y hemos traído nuestro carácter provinciano y pueblerino. Mira, Chamberí tiene mucho aire de pueblo.
«No sabía lo que era un ascensor. No conocía la modernidad»
— Y llega de Alburquerque a la capital. ¿Qué se queda en esos ojos y en esas retinas?
Yo vine en el 56. Me mandaron interno a un colegio de curas. Y ya, hasta 1960, cuando emigramos todos a Madrid. Lo primero que me sorprendió fueron los taxis, o que hubiera tantos coches. O los cuartos de baño, que es algo que yo no había visto nunca. Tampoco sabía lo que era un ascensor. No conocía lo que era la modernidad. En mi pueblo se vivía como en la Edad Media. Y venir a Madrid fue como hacer un viaje en el tiempo. Pasar de una sociedad campesina a una sociedad urbana. Todo era un motivo de asombro. Incluso los sabores de las comidas, los olores. Luego ya con doce años, cuando vine y conocí el barrio mejor, lo que más me gustaban eran los bocadillos de calamares en las bodegas San Juan, en la calle Cartagena, 103. Fíjate que el descubrimiento de la leche condensada me dejó patidifuso. Yo soñaba con un bote de leche condensada para mi solo.
— No le queda acento.
No, porque llevo muchos años aquí. Pero en el internado me llamaban 'el Badajoz', fíjate.
— Con sinceridad. ¿Madrid queda bien en la novela? ¿Existe la gran novela madrileña?. Aviso, esta cuestión es marca de la casa.
Hombre, claro que sí. Tenemos a Galdós, tenemos a Baroja. Tenemos a Umbral. Madrid ha sido muy literaturizada.
— Le pido un balcón para la primavera. ¿Dónde me lo coloca?
Volvería al balcón de la 'Prospe'. Al de mi casa familiar. Con mi madre, con mis hermanas, con mis amigos de entonces. Me gustaría volver a esos tiempos. Y ahora, mi balcón actual daría a algún libro, no a la calle.
— ¿Madrid y punto final?
Madrid es una ciudad que me gusta mucho. Y tengo ya mi espacio aquí. No sé si sabría adaptarme a vivir en otro lugar.
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