Luis Landero: «Si nos quitan el humor, nos quitan las ganas de vivir»
El autor extremeño recibe el premio Nacional de las Letras, que reconoce su trayectoria más de tres décadas después de su primera novela
Luis Landero, premio Nacional de las Letras Españolas

Luis Landero (Alburquerque, 1948) publicó su primera novela cuando tenía más de cuarenta años, esa edad a la que otros se jubilan del deporte y dilapidan su fortuna y su dignidad. La tituló 'Juegos de la edad tardía' y fue un éxito que le ... valió el premio Nacional de Narrativa, entre otros reconocimientos. Ahora, treinta y dos años después, pero con el mismo gracejo, recibe el Nacional de las Letras, uno de los grandes galardones literarios de nuestro país, que reconoce una trayectoria más ancha que larga (dieciséis libros) y, sobre todo, que celebra a un autor profundamente cervantino. La última vez que recibió una distinción –la Medalla de Extremadura– empezó su discurso así: «Queridos políticos, sois unos canallas». Eso define a un hombre.
—¿Tanto se reconoce en Cervantes?
—Reconocerte en Cervantes es reconocerte en Dostoievski, reconocerte en Dickens, reconocerte en Faulkner. Es reconocerte en muchos. Cervantes está en todos, porque él creó la novela moderna. Entonces, ser cervantino es decir mucho y decir poco. Alguien puede no haber leído 'El Quijote' y estar sin embargo influido por Cervantes, porque esa influencia le ha podido llegar a través de Flaubert. Pero hay una cosa fundamental, que es su piedad. Su humanidad, su ironía… Que me digan cervantino es una cosa que me reconforta mucho. Ojalá sea cierto [ríe].
—También destacan su sentido del humor. ¿Es necesario para la literatura?
—Y para la vida. Incluso para la vida más que para la literatura [vuelve a reír]. En España, con lo cabreados que estamos, tan enfadados unos con otros, es muy necesario. Porque la ironía y el humor dan distancia, y la distancia da lucidez. Y entonces uno relativiza las cosas. Y aparece la piedad, el comprender a los demás, el no tomarse demasiado en serio las cosas que no deben tomarse en serio. El humor es muy sabio, muy sabio.
—En un tiempo triste, duro, ¿la risa da consuelo?
—No lo sé. Vivir es algo tan absurdo, es un tal sinsentido, que el humor ayuda mucho a comprender las cosas. Y en este mundo tan apocalíptico… Que no nos quiten el humor. Si nos quitan el humor, nos quitan una herramienta de conocimiento fundamental. Y nos quitan las ganas de vivir, también.
—Usted comenzó a trabajar a los catorce años. Fue aprendiz en un taller mecánico, recadero en una tienda de ultramarinos y auxiliar administrativo en una central lechera. Luego se dedicó profesionalmente a la guitarra flamenca… ¿Hasta qué punto todo esto ha marcado su literatura?
—He trabajado en muchas cosas, sí. Y nací en una familia campesina. Conocí el mundo de la inmigración… Yo he tratado más con gente de medio pelo que con gente culta. Y creo que eso se refleja en mi literatura, donde casi todos los personajes no han estudiado gran cosa. ¿Por qué? Es lo que yo he vivido. Mis fantasmas, mi mundo. Mis demonios literarios nacen de mis experiencias. Y todo eso aparece en mis libros, aunque yo no lo busco. Simplemente surge.
—En su casa no había libros, ¿no?
—No, y eso que mi familia era extensa. En ninguna casa había libros porque todos eran campesinos. Y la mayoría de ellos eran semianalfabetos o analfabetos. En fin: leer y escribir y poco más. Así que no había libros, pero sí había unos magníficos narradores orales. Los campesinos que yo conocí hablaban muy bien, daba gusto oírlos hablar. Eso era la cultura popular, que no la cultura vulgar... Con ellos descubrí la fuerza y la creatividad del lenguaje popular. Gracias a Dios, gracias al destino, he recibido esa herencia. Y luego he recibido la herencia de la cultura escrita.
—¿Pesan lo mismo esas dos tradiciones?
—Para mí el modelo ideal de escritura es cuando esas dos culturas se unen y se entienden bien. Cuando se conjuga el habla y la escritura, la lengua popular y la lengua culta. Es el caso de Cervantes, el caso de 'La Celestina', el caso de Galdós, el caso de Valle-Inclán, de Rulfo. De tantos otros. En ellos se ve esa armonía, esa mezcla maravillosa de esas dos tradiciones que van paralelas a lo largo de la historia.
—De hecho, 'Lluvia fina' era casi una novela oral, ¿no?
—En cierto modo sí, es una novela oral. Aunque 'El Quijote' también es una novela oral, porque casi todo es diálogo. El genio del idioma está en Cervantes porque el genio del idioma es el lenguaje oral.
—Si no tenía biblioteca, ¿cómo llegó a la lectura? ¿Lo recuerda?
—Recuerdo que con doce años leía los poemas que venían en los libros de texto. Venían trocitos de poemas y yo me los aprendía de memoria. Y todavía me los sé. Podría recitar muchísimos [suelta una carcajada, pero no recita]. Así que llegué a los libros a través de la poesía. El primer libro que yo tuve fue 'Las mil mejores poesías de la lengua castellana'. Y eso me abrió un mundo. Porque es fácil encontrar a tus maestros en la poesía. En España son Bécquer, Machado, Neruda, Lorca, Juan Ramón… En prosa no, en prosa es mucho más difícil encontrar a tus maestros. Eso fue más tardío… Pero los terminé encontrando.
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