cartas al alcalde
El kiosco, milagro en extinción
Es la barra libre de la democracia
Agua de estrellas
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Iniciar sesiónEl confinamiento, o sus vísperas de después, nos acreditaron que los kioskos no eran casetas de chapa sino santuarios del milagro. Son, los kioskos, unos torreones de alivio, alcalde, antes y ahora, sólo que ahora ya hay pocos kioskos, o muy pocos. Acudir a ... un periódico es un modo de acercarse a sostener una conversación con el mundo. Porque un periódico nunca es sólo un papel, es una infinitud de voces, un telescopio de órbitas. Yo he sido rehén del goce de leer el periódico. Lo soy.
A menudo me recuerdo trasnochando en torno a la Puerta del Sol, esperando la llegada de los diarios, casi al alba, en aquel kiosko de la calle Mayor que nunca cerraba, como si fuese una comisaría o un hospital. He madrugado sin dormir, solo para comprar el ejemplar naciente, con la misma prisa con la que otros esperan el pan amigo de la mañana. Porque el periódico es el pan de quienes no van a por el pan. Hoy ya no quedan kioskos de madrugada, y son cada vez menos los que aguantan durante el día. Sin embargo, siguen siendo faros abiertos, un desvelo que ilumina la ciudad. Nos entregan el ABC, la prensa deportiva o la revistería ligera, pero también son auxilio contra la soledad. Ya sabemos lo que ya intuíamos: la vida del kiosko es adversa. Cité aquí el confinamiento, porque el agravó su fragilidad.
El peatón quedó encerrado en casa, y el kiosko se convirtió en una isla sin clientela. Porque un kiosko es también la multitud que pasa, que hojea, que compra. Y a ratos, ya, somos todos una lejanía. Las nuevas generaciones, absorbidas por Instagram, creen informarse en fotos de bikinis. Bien conoce usted esta realidad, alcalde, porque se la han contado los kiosqueros, y porque también ha disfrutado del hábito de comprar prensa en los kioskos que son farmacias de otra sustancia, un parque de bomberos de la noticia, unos centinelas al sol del debate público. No son internet, obviamente, pero nunca deberíamos dejar que se extingan, como un árbol fósil o una estatua en ruinas. El kiosko es la barra libre de la democracia, alcalde, el mostrador planetario de lo que acaba de ocurrir. Si acaban echando el cierre, nos garantizan una orfandad.
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