El milagro de abrir un quiosco de prensa en Madrid y cautivar a todo el barrio
Isabel resucita el puesto de la calle de Santa Susana solo tres meses después de que la anterior tendera lo cerrase
El vecindario, huérfano de periódicos y revistas, se ha volcado con el último puesto en pie de esta zona de Hortaleza
Madrid
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Iniciar sesiónA sus 54 años, María Isabel López Córdoba es una valiente. Abre cuando el resto cierra, despacha donde ya nadie lo hacía y vende lo que no está escrito. O, mejor dicho, lo que sí, porque la prensa en papel en según qué zonas sigue ... más viva que nunca. Y en la calle de Santa Susana, distrito de Hortaleza, eran muchos los vecinos huérfanos hasta ahora de lectura diaria. ¿La razón? Su quiosco de toda la vida, un pequeño módulo de 5 metros cuadrados levantado a la altura del número 27, había dejado de operar a finales del año pasado. Otra de tantas clausuras, pensaron los asiduos, en una época dominada con puño de hierro por un invento llamado internet. Pero nada más lejos de la realidad.
De puertas para afuera, todo arranca con una hoja DIN A4, letras negras sobre fondo blanco, y un mensaje plasmado a mano: «Próxima apertura. Una vez tengamos la autorización municipal, volveremos a abrir el kiosco de prensa. Os tendremos al tanto de la fecha exacta de apertura. ¡Gracias por la espera!». Así de simple y así de efectivo. El folio, como si de un imán se tratase, comenzó a atraer todas las miradas. «Siempre he puesto carteles, hechos igual que cuando íbamos al colegio. Yo soy de las que escribe 'cerrado por vacaciones', comenta Isabel, con la sonrisa siempre por delante. Un aviso que dejó paso a otro y luego a un tercero.
Para entender lo milagroso del asunto, basta un poco de contexto: en los últimos 20 años han cerrado más de la mitad de los quioscos; es decir, si en 2004 había cerca de 800, hoy la cifra apenas supera los 300. Por el camino, barrios enteros sin un solo punto de venta; y algunos distritos, como Vicálvaro, Barajas, Villa de Vallecas, Villaverde o Usera, en los que se pueden contar con los dedos de una mano. Un oscuro panorama que la propia Isabel ha convertido en virtud. «Estoy segura de que va a ir muy bien. Piensa que soy la única que queda en el barrio», expone, convencida de la prosperidad de un negocio al que un buen día llegó por tradición familiar.
El censo de los kioskos
en Madrid
Cifra total por distrito.
Últimos datos actualizados en 2022
33
32
30
27
22
20
18
17
17
16
14
10
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9
9
6
5
5
5
Total
310
3
2
Fuente: Ayuntamiento de Madrid / ABC
El censo de los kioskos en Madrid
Cifra total por distrito.
Últimos datos actualizados en 2022
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Total
310
3
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Fuente: Ayuntamiento de Madrid / ABC
Sus padres, Juan José e Isabel, fueron quiosqueros hasta que se jubilaron; primero, en la calle del Moscatelar, en un enclave que hace doce años el ayuntamiento tuvo que expropiar. «Necesitaban los terrenos. La Junta de Distrito les ofreció varios puntos y decidieron instalarse allí», explica, en alusión a la entonces nueva concesión de Santa Susana. Aunque la historia del quiosco, en realidad, nace mucho más atrás. Jesús regenta una ferretería que lleva abierta 57 años, tantos como para recordar la idas y venidas de un tenderete que no siempre estuvo ahí. «Al principio, los periódicos se vendían en la acera de enfrente, junto a la valla del bar Pisuerga», recuerda, mientras señala desde su tienda a un local que hoy ocupa un döner kebab.
Tras ello, Carlos, el primer dueño del puesto, consiguió la licencia y se mudó hasta la actual ubicación. «Lo tuvo hasta que murió, y su hijo, con algún tipo de discapacidad, no pudo hacerse cargo del mismo», añade el ferretero. A partir de ahí, el relato se difumina. Cuando los padres de Isabel cambiaron Moscatelar por Santa Susana, estos ya estaban jubilados, por lo que las riendas del espacio cayeron en manos de una colaboradora. Ella y su marido estuvieron al frente algo más de la última década, pero en diciembre les comunicaron que lo dejaban. De golpe, el último quiosco de un enclave donde un día había dos más, «el de Félix y el de la calle de Santa Virgilia» (palabra de otra vecina, Mercedes, historia viva de Hortaleza), se quedaba sin noticias que vender.
Y es ahí, en esa ausencia de periódicos, revistas, pasatiempos, cuentos y sobres de cromos, donde emerge la figura de Isabel. El pasado miércoles, volvió a colocar las cabeceras en su sitio y empezó, «poco a poco», a llenar las baldas de las estanterías. El jueves, horas después de la agónica victoria del Atlético de Madrid ante el Inter de Milán, los diarios deportivos eran los más demandados. «De momento, mantengo el pedido de mis antecesores, y según vaya viendo si se despachan más o menos ejemplares de cada cosa, lo iré ajustando», explica, cuestionada por el funcionamiento del comercio. Por haber, hay hasta un Financial Times, «que el primer día no se vendió», quién sabe si por no saber de la reapertura el único cliente que hasta el cierre de diciembre compraba allí el periódico británico.
De regreso al pasado, el viaje hasta la reciente inauguración nace en otro tiempo y en otro lugar: Isabel trabajó durante ocho años en un quiosco de la calle de Silvano, experiencia suficiente para agarrar el petate y lanzarse otra vez a la aventura. Aunque lejos de los días de gloria, «con colas de gente los fines de semana en los primeros años de los 2000», su negocio resistió dignamente hasta la llegada de la pandemia; una crisis, inédita en el mundo, que aprovechó para cumplir su sueño: abrió una tienda de café y tés (lo que siempre había querido), y acabó traspasando el puesto de Silvano a su cuñada.
Dejó el olor a tinta por el de sus aromas predilectos a cambio de asumir un alquiler tradicional y un horario propio de la hostelería. «Pagaba alrededor de mil euros al mes y tenía que estar todo el día», expone, sin saber aún que la empresa resultaría un fiasco. Ello obligó a Isabel de nuevo a reinventarse... y nada mejor que volver a los orígenes. Cuando se enteró de que la colaboradora dejaba el quiosco, preguntó en la Junta si podía poner la licencia a su nombre. «Me dijeron que al estar mi madre de titular, era un mero trámite», añade. Dicho y hecho: en enero cerró la tienda y comenzó una curiosa pero entretenida mudanza.
Antes de que la quiosquera colocase los citados carteles de regreso, preguntó a transportistas y vecinos, «una especie de estudio de mercado», y el resultado no pudo ser mejor: «Todos coincidían en que el volumen de venta de Santa Susana era muy bueno». Este hecho, unido a la reducción de costes (la tasa anual por ocupación de la vía pública ronda los 850 euros, y el seguro obligatorio algo más de 200) terminó por desequilibrar la balanza. «Al final, con el quiosco iba a pagar en un año lo que pagaba al mes con la tienda», sentencia Isabel.
A partir de ahora, la mujer estará apostada de 7 a 14.30 horas, si bien los primeros 15 minutos de la jornada irán destinados a abrir el buzón y colocar toda la oferta disponible. Pero no solo eso. La quiosquera es consciente de que tendrá que aprenderse las calles («ya me han preguntado por alguna») y ganarse la confianza de los clientes habituales para que le vigilen el puesto cuando necesite ir al baño: «La gente siempre está dispuesta a ayudar, en Silvano nunca me han negado el favor». Y en Santa Susana, a tenor de la acogida, no parece que vaya a ser diferente. Ya saben, el barrio nunca falla.
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