Sobrevivir sin hogar en el asfalto a 40 grados: «La calle es dura, cuesta respirar»
Equipos de Samur Social refuerzan sus actuaciones con sintecho vulnerables cuando el termómetro marca 38,5 ºC
Los trabajadores atienden a 2.461 sin hogar: 2.054 hombres y 407 mujeres, en su mayoría de entre 45 y 54 años
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Iniciar sesiónBajo la débil sombra que proyectan las hojas de un árbol sobre un banco al inicio de la Gran Vía, Claudio disfruta de un apacible duermevela hasta que Aitor López y Natalia Sánchez, los miembros del equipo de calle número 3 del Samur Social ... , terminan por despertarlo. Es viernes, las agujas del reloj todavía no han alcanzado las once de la mañana y el verano no ha llegado, pero los termómetros marcan ya más de 30 grados y pueden ascender hasta los 40 a lo largo de la jornada. Si sobrevivir en la calle es tarea de alto riesgo en circunstancias climatológicas normales, hacerlo durante la peor ola de calor de junio de las últimas dos décadas se convierte casi en misión imposible. Por eso, los trabajadores de Samur Social activan el protocolo de emergencia cuando las temperaturas y la sensación térmica suben de los 38,5 grados, y refuerzan sus visitas a las personas sin hogar especialmente vulnerables para intentar cubrir sus necesidades, ofrecerles un recurso habitacional y darles indicaciones de cómo actuar bajo el abrasador sol.
Tras recibir los «buenos días» y responder a la pregunta de «cómo se encuentra», Claudio se incorpora con lentitud y reacciona a esa suerte de despertador que han sido Aitor y Natalia. «¿Necesitas algo?», se interesa el trabajador. «Un café», dice en reiteradas ocasiones, como único deseo. «Puedes hacer uso de los recursos habilitados para protegeros del calor , aunque no quieras pernoctar», pero el sintecho rechaza el ofrecimiento, así como acudir a uno de los centros de día.
Claudio se siente seguro en Gran Vía. Es su refugio y ese banco a la sombra –de los pocos que existen resguardados en el enclave–, su hogar desde que perdió la vista hace ya siete años. A su lado, protege el bastón que lo ayuda a caminar, aunque nunca se va muy lejos. «Ni siquiera a la fuente a rellenar la botella», especifica. Esa tarea la realizan los trabajadores sociales, que le dejan otros dos recipientes más de agua fría para que pueda hidratarse. Pero a Claudio parece no hacerle falta : porta una chaqueta cortavientos y un polo que no se quita en ningún momento. «He estado en la India a 50 grados, en muchos sitios del mundo, y el calor me da igual . No le tengo miedo», sentencia el hombre, entre la realidad y la ficción.
Esa es la primera parada en el recorrido de los trabajadores, que media hora antes han abandonado la sede del Samur Social en uno de sus vehículos azules, donde caben hasta seis personas en la parte trasera, por si quieren ser trasladadas a alguno de los albergues municipales con plazas de emergencia activas. «A las que visitamos son las que tienen un perfil más vulnerable, que pueden padecer diversas patologías crónicas. Independientemente de que acepten el alojamiento o no, les hacemos un seguimiento, porque pueden necesitar asistencia sanitaria », explica sobre el día a día a ras del infierno asfáltico en que se ha convertido Madrid esta semana.
Perfiles
Claudio es uno de los 2.461 sin hogar que durante 2021 –805 personas más que un año antes– fueron atendidos por los equipos de calle que conforman el servicio municipal. De ellos, 2.054 son hombres y 407, mujeres, y la franja de edad mayoritaria es de 45 a 54 años, seguida bastante de cerca por la de 30 a 44. «La pandemia ha cambiado mucho el perfil. Siguen existiendo personas con adicciones , pero también han surgido aquellas que han perdido el empleo por la crisis económica , que no tienen derecho a ninguna prestación porque trabajaban sin contrato reglado», cuenta Aitor, mientras se dirigen al segundo destino de la mañana: Palos de la Frontera.
Allí los esperan Nikolai, Seck y Jonas, tres hombres que viven en una pequeña zona verde, además del grupo 17 de calle, responsable del distrito de Arganzuela. Ellos ya les han advertido sobre el riesgo de sufrir un golpe de calor y algún desvanecimiento por las altas temperaturas. «La calle se hace muy, muy dura. Y con el calor cuesta respirar», resopla Seck, aunque prefiere que todos lo llamen por su apellido, Massina, mientras se seca el sudor de una frente protegida por una gorra. Este senegalés llegó a España en 2006 tras tres días de travesía en una patera . Desde la isla de El Hierro, donde desembarcó, se trasladó a Málaga con Cruz Roja y luego vivió dos años con una tía suya en Madrid.
Para poder tener un futuro mejor, este profesor particular en su país de origen, se mudó al campo catalán a trabajar. «Me robaron todo en un tren entre Barcelona y Tarrasa cuando me quedé dormido», dice sobre su historia. Los servicios sociales de Cataluña lo enviaron a Madrid para que pudiese tramitar de nuevo su pasaporte . «Llegué en enero, y desde entonces estoy en la calle. Estos meses han sido muy duros, pero Samur Social me ha ayudado a tener la documentación y a hacer un currículo para buscar trabajo. Quiero trabajar de lo que sea y salir de aquí», afirma confiado. Mientras esa oportunidad llega, Massina se dedica a la chatarra . «Antes iba por la mañana, pero por el calor voy a partir de las 23.00 horas y hasta las 3 de la madrugada», añade.
Los 17 equipos de calle del organismo se organizan por distritos y atienden, de media, a entre 100 y 150 personas cada uno. «Hay personas que llevan un seguimiento durante muchos años. Establecemos un vínculo para acompañarlos hasta que están preparados para empezar un proceso de cambio y abandono de la calle. Cuando lo están, seguimos con ellos», resume Aitor sobre la labor que realizan los 365 días del año. Ganarse la confianza no es sencillo, pero lo consiguen. También los ayudan a gestionar prestaciones y tramitar la documentación , ya que 1.461 de los atendidos son extranjeros. «Es una manera de reforzar el vínculo y hacer que se sientan parte de una sociedad para la que son invisibles », concluye.
Nikolai sufrió un accidente en 2008 cuando trabajaba como pintor en casas particulares. Se rompió la cadera, donde lleva una prótesis, y la pierna, y desde entonces sufre una minusvalía del 28% que lo obliga a caminar apoyado en una muleta. «Ayer [por el jueves] llovió 20 minutos. Yo quería más. Esto es mucho calor a 40 grados ... No se soporta aunque tengamos agua fresquita», piensa este hombre, de origen rumano, que imagina cuál será su siguiente destino si la vida le da una nueva oportunidad, al igual que a las otras 2.000 personas en busca de cobijo del sol.
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